Por Mateo Saravia*
Se debe a Ortega y Gasset la noción de “generación” como motor de la historia, ya no la “clase” como argumento que esgrimía el marxismo, ni la “raza” tan en boga en la Alemania del siglo xx. Y ante la ostensible crisis de representación que vive un electorado huérfano de ejemplaridad, también podríamos advertir que los partidos políticos corren la misma suerte.
El filósofo español segmenta el tiempo en la unidad de los 100 años donde caben tres generaciones que conviven dentro del siglo. Cada una abarca poco más de treinta años y son tres: la primera hasta los treinta años, la segunda de los treinta a los sesenta y la tercera de los sesenta años en adelante.
La primera no interviene muy activamente en la cosa pública aunque últimamente fue habilitada con su voto para participar de los destinos nacionales desde los dieciséis años de edad. La segunda generación, ya la del hombre maduro que le toca participar activamente y la tercera edad. Las dos primeras miran hacia el porvenir y la tercera es una edad pasiva, nostálgica como bien lo expresa el verso español: “todo tiempo pasado fue mejor”. Así, los ritmos vitales son inexorables.
La generación que adviene en busca del poder, es decir la nueva generación en la Argentina es una generación disconforme con el pasado inmediato al cual busca sustituirlo. No se siente deudora del pasado, ni deudora de la generación que la precede, por el contrario es una generación beligerante frente a aquella generación que en melancólica fuga busca la arcadia. La nueva quiere correr su propia aventura en el inédito mundo que le tocó vivir, el mundo de la globalización, en donde el espacio se encoge, el tiempo se abrevia y la historia se acelera. Así el proceder se torna fugitivo, inasible y evanescente.
Pocas veces en la historia se ha asumido un desafío de esta magnitud. Es una generación de quiebre disruptivo que toma la política argentina con beneficio de inventario. La política para los jóvenes no luce tanto en los programas, ni en “izquierdas”, ni en “derechas”, sino más bien la humaniza en conductas ejemplares desde lo moral, y con su axiología la trasciende y aggiorna.
Tal vez después de la jornada electoral donde la “política agonal” (política de lucha) entendida como la etapa de pugnacidad y entredicho, previo a la contienda del sufragio, surja al final de cuentas la verdad, resultante de los entredichos que, siempre y cuando estén normados por las buenas prácticas políticas y sociales, releguen para los infames barrios bajos del diccionario toda fraseología inútil, toda invectiva y todo agravio. Luego vendrá inevitablemente lo que Mario Justo López llama la “política arquitectónica” que es el tiempo de la construcción común, que trasciende los colores espectrales que ofrecen las viejas manías de sectarismo partidario.
*El autor es médico y dirigente de la UCR de Salta
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