Empató 0 a 0 contra Atlético Mineiro. Volvió a ser un equipo básico, elemental y sin profundidad. Gallardo no pudo ni supo potenciar a su equipo.
Hacía falta un River muy diferente del que se venía viendo para que la historia tuviera un drástico vuelco. Y River fue el de los últimos tiempos, no mejoró, siguió estancado. Flaco de fútbol y seco de gol. Mucho estruendo en la previa por la detonación de los fuegos artificiales, pero fútbol de chasquibún en la cancha. La eliminación fue una consecuencia lógica, natural, previsible a medida que avanzaron los 90 minutos. La ilusión de disputar la final de la Copa Libertadores en el Monumental se marchitó en terreno propio, para mayor lamento.
River pondrá su casa para que la gloria sea cuestión a dirimir por otros. Uno será Atlético Mineiro, merecido finalista. Golpeó duro en la ida, no perdonó, y en la revancha se defendió con orden y seguridad, sin entrar jamás en pánico ni dejarse intimidar por el ambiente. No cometió errores. Sacó muchísimo por arriba –Battaglia y Alonso fueron dos colosos en las alturas- y cerró caminos por abajo. Cuando eso no alcanzó, en el segundo tiempo apareció el arquero Everson con una tapada a Echeverri y un par de atajadas más. Reconocimiento a Gabriel Milito, que supo preparar dos tipos de partidos diferente, y en ambos su equipo dio la talla. Los jugó con mente y corazón. Con personalidad.
Milito le ganó la batalla a Gallardo, que no pudo potenciar a River, no le dio valor agregado, no le agregó color a un equipo futbolísticamente gris. Ni los más de 20.000 hinchas que protagonizaron el banderazo en el día previo. Ni el espectáculo de fuegos artificiales que literalmente instaló una nube de humo dentro del campo e impedía ver lo que había 20 metros adelante. Nada sacó a River de la inercia impotente que arrastra. Cuando se disipó el humo, quedó el River ya conocido, al que le quedó grande la serie. Las invocaciones a la hazaña, épica y epopeya fueron de varios talles más grandes de lo que puede vestir este River.
Una lluvia de centros (¡70!) en los 90 minutos, la mayoría anunciados, al bulto, sin ventaja para el posible receptor, retrató la búsqueda ofensiva. Apurado, repetitivo, con demasiadas imprecisiones. River quería acortar caminos y lo único que hacía era meterse en el embudo de Mineiro, que dejó la línea de tres zagueros de la ida y dispuso un 4-4-2 en bloque bajo, cediéndole la iniciativa y la pelota al rival.
A River le quemaba la pelota en varios pasajes. Además de los cuatro cambios con respecto al encuentro en Belo Horizonte, también hubo modificaciones en el esquema, Gallardo se inclinó por un 4-3-3. Colidio se cerraba para aparecer casi como un N°10 y le dejaba la banda a Meza. El asalto al área de Mineiro era por la vía área, escaseaban las combinaciones por abajo.
River generaba sensación de gol, pero no situaciones concretas, reales. El arquero Everson se dedicaba más a demorar el juego que a emplearse en grandes atajadas. Se llevó la tarjeta amarilla. El partido se jugaba en campo de Mineiro, que no contraatacaba, hasta que un mal control de Kranevitter puso al peligroso Deyverson en camino a Armani, salvador a los pies de la figura en la ida. Fue una jugada puntual, pero animó a Mineiro, le dio una pauta de que podía escarbar en el nerviosismo local.
El nivel de los jugadores de River no salía de la medianía, ninguno terminaba de erigirse en líder de la búsqueda. Un voluntarismo colectivo que no sacaba la cabeza por encima de la chatura. Colidio era el que más intentaba hacerse cargo; encaraba, se ofrecía, pero no tenía mucha compañía. Un desgaste sin rédito. Abusando del centro se le fue el primer tiempo a River. Ya no solo le preocupaba lo lejos que le quedaba el resultado, sino las dificultades para poner en serios aprietos a Mineiro, que se sentía cómodo y firme en su repliegue defensivo.
Gallardo mantuvo para el comienzo del segundo tiempo a los titulares que habían aportado pocas soluciones en los 45 minutos precedentes. El escalofrío fue mayor cuando Scarpa estampó un remate en el travesaño y Armani alcanzó a bloquear sobre la línea el rebote que tomó Deyverson.
Eran impostergables los cambios. Ingresaron Mastantuono y Echeverri, los pibes a los que Gallardo no quería cargar con la pesada responsabilidad. El ataque se activó un poco más, sopló un aire de frescura, incrementado con la entrada de Pity Martínez. Una foto de este River ineficaz fue la salida de Borja, quien hasta la llegada de Gallardo era una garantía de gol y ahora no encuentra el arco con una brújula. El caso Borja es uno de los más candentes que deja la eliminación. Desconocido el colombiano. Lo reemplazó Bareiro, en su registro habitual, chocando contra todo lo que se le cruza.
River hizo una última demostración de entrega y vergüenza deportiva cuando la clasificación pasó del plano de la hazaña al de la utopía. O, mejor dicho, de lo imposible. Los hinchas que abarrotaron el estadio y cantaron hasta la disfonía no quisieron hacer mala sangre con un equipo que daba más compasión que bronca. Al final lo aplaudieron por hidalguía. En los cinco partidos anteriores, River había convertido un solo gol. La mayoría de sus partidos se cuentan por empates. Demasiado básico y elemental, de la final en su Monumental quedó lejos.
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