En el Monumental, se impuso 6-0 (7-1 en la serie) con goles de Borré, De la Cruz -3-, Pratto y Ferreira.
Este River ve una Copa y se motiva solo. Es letal en el mano a mano el equipo de Marcelo Gallardo. Jugó 54 cruces desde que el Muñeco asumió la conducción técnica hace casi cinco años. Y tras dejar en el camino anoche a Aldosivi por los octavos de final de la Copa Superliga con un festival de goles, registra 44 victorias y apenas 10 derrotas. Un 81 por ciento de efectividad. Una bestialidad.
Con un 6-0 histórico, es el primer clasificado a los cuartos de final y espera al ganador de Atlético Tucumán y Talleres, que jugarán este sábado en el Jardín de la República (en la ida ganaron los cordobeses 3-2).
Para explicar por qué el River de Gallardo es letal en los números hay que verlo in situ. Hay que apreciar cómo se desenvuelve en el campo de juego. Tiene una intensidad sostenida en el tiempo que no se le ve a otro equipo en el fútbol argentino. Parecen pirañas los jugadores millonarios por momentos, sobre todo cuando no poseen la pelota y buscan recuperarla. Presiona rápido el equipo del Muñeco, en bloque y lo más arriba posible. No le da respiro a su rival.
Y cuando tiene el balón, juega. Sabe cómo distribuirlo. Arma sociedades por las bandas y también llega por el medio. La clave es la movilidad constante de sus mediocampistas. Pero los delanteros también participan y los defensores se acoplan. Nadie se relaja. Está en el ADN de Gallardo.
Si bien es cierto que anoche entró algo dormido el equipo, enseguida se despabiló. Sufrió con un tiro libre de Cristian Chávez, que Franco Armani resolvió, y con un zurdazo cruzado de Lucas Villalba, que entró solo para definir por el carril izquierdo.
Cuando River se despertó, tomó las riendas y no paró hasta vapulear a su rival. Con tanta voracidad, River deglutió al Tiburón marplatense, al que transformó en un pececito con la goleada que construyó.
Así también espantó ese viejo karma que tenía con los de verde y amarillo, desde la temporada en la B Nacional. Esta es otra época, claro. Pero cuando le ganó en Primera lo había hecho por la mínima. Y la semana pasada, en Mar del Plata, Aldosivi le había empatado el encuentro cuando tenía todo dado para ganarlo. Recién en el séptimo enfrentamiento en el historial logró superarlo con claridad.
Armó un festival River. Que empezó con un gol de Borré al que Germán Delfino le desactivó rápidamente la polémica. El árbitro dio bien el gol, a pesar de que el asistente Gustavo Rossi confundió a todos porque había levantado la bandera cobrando una posición adelantada que no era. Y luego la bajó.
Siguió con los tantos del uruguayo De La Cruz, cada vez más consolidado. Y con las asistencias del colombiano Borré, que se desahogó, y de Pratto, quien después tuvo su recompensa y convirtió el suyo. Pero faltaba más. Y De La Cruz fue hasta debajo del arco para empujar la pelota con su cabeza y tener así una noche consagratoria. También Nacho Fernández mereció el suyo por lo que jugó. Estuvo cerca, pero Pocrnjic le sacó el mano a mano.
Desde el banco de suplentes, Gallardo le pedía a sus jugadores que no se quedaran. Golpeaba las palmas el Muñeco y los arengaba para que siguieran jugando como si el partido estuviera 0-0. Y sus jugadores le hicieron caso. No pararon de buscar. No se relajaron. Ferreira clavó el sexto con un derechazo. Yel público se fue a puro deleite con una notable goleada en el Monumental. En esa forma de sentir el fútbol que tiene Gallardo, tal vez esté la principal razón por la que su River sea casi imbatible en el mano a mano.
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