Provinciales

La Poma Un albañil de Salta montó el segundo invernadero más alto del mundo

Esta es la historia de un vallisto pomeño que se llama Alejandro Soriano y es digna de que todo el mundo la conozca.

Esta es la historia de un vallisto pomeño que se llama Alejandro Soriano y es digna de que todo el mundo la lea pues sucede que, y estamos seguros que él no lo sabe, sea el protagonista de un desafío intercontinental; una historia única en todo el mundo y que quedará plasmada (quién sabe) en los libros de récords.

Cuando el magnate canadiense de la minería, Frank Giustra, comenzaba a escalar el Everest, en el campamento base de un pueblito llamado Pangboche, en Nepal, comió una ensalada de lechuga y tomates a 3.992 metros de altura sobre el nivel del mar.

La curiosdad de Giustra fue que uno de los sherpas llamado Ang Temba había construido, junto a su esposa Yangzee, el invernadero más alto del mundo y hacía su primavera en uno de los climas más inhóspitos con los montañistas adinerados que por ahí pasaban y degustaban una ensaladita en medio de la montaña.

Ahora bien, resulta que Soriano (sin saberlo) estaría construyendo el segundo invernadero más alto del mundo, pero solo unos metros por debajo.

La magnífica obra, única en altura, está siendo terminada en la ladera del Acay, en un paraje llamado Corral Negro, en territorio salteño.

La casa de Soriano está situada a 25 kilómetros al norte de La Poma y se ingresa por otros 5 km desde la mítica ruta nacional 40; vive a unos 20 kilómetros del famoso Nevado del Acay.

El invernadero, según Soriano, está a 3.965 metros sobre el nivel del mar. Es decir que por 27 metros la obra de Soriano está por debajo del sherpa Temba. Sin embargo, hay sorpresas para el final.

No fue difícil comunicarse con Soriano porque a esa altura del mundo, se «enganchan» todas las señales de celular y se escuchan todas las radios.

«Yo puedo ver hasta el pueblo de Cachi desde acá; se ve todo. Es un paisaje muy lindo», dijo Soriano, que vive con su esposa y su hijo un poco más abajo de su invernadero.

Se trata de una obra de 4 metros ancho por 12 de largo que aprovecha la ladera de la montaña y crea como un hueco donde se asienta el invernadero. En una de las paredes hay un caño que recoge el agua de una de las tantas vertientes generosas del Acay.

La construcción guarda el ancestral estilo vallisto, de sincretismo diaguita con inca, con una base de piedra y paredes de adobe.

«Ya no me falta nada para terminarlo. Lo único que no pude comprar es un buen plástico para el techo. Compré uno de 150 micrones y lo recomendable es uno de 200 micrones. Pero bueno, todo esto fue construido a pulmón, no recibí ayuda de nadie y es lo que tengo. Quizás más adelante pueda comprar el que es ideal para esta zona, que siempre está castigada por los vientos fuertes que bajan desde las montañas», explicó Soriano.

El hombre recibió unos fondos del Plan Potenciar y compró semillas que ya plantó, cosechó y vendió. Por otro lado, remató más cabritos de la cuenta, más todos los quesos que tenía. Con todo ese dinero pudo comprar los materiales para su construcción. No le alcanzó para plástico ideal.

«Ya para el verano voy a tener mis primeras cosechas de verduras frescas, sanas, sin agroquímicos y con abono natural», aseguró, porque dice que a La Poma llegan las verduras siempre en mal estado.

El invernadero tiene capacidad para 12 canteros, por lo cual tiene para sembrar 12 clases de verduras. Acelga, lechugas, tomates y remolachas están primeras en la lista.

«Ya tengo casi todo listo, pero me faltan las semillas. Están muy caras, me fui hasta Salta a buscar precios y lo mismo están caras. Yo necesito que alguien me preste semillas y luego yo devuelvo como sea», dijo el hombre cuyo padre era albañil.

Encontrar los porqués de esta empresa fantástica es una tarea de todo curioso investigador periodístico.

«Mi papá se llamaba Calixto y era un albañil de los Andes. A él lo traen desde la Municipalidad de La Poma para que trabaje en obras del pueblo. Como era muy curioso e innovador comenzó a tallar la piedra pómez y a darle utilidad debido a la gran abundancia. Hoy todos usan esa piedra para construir y se puede ver el mástil del pueblo construido con esa piedra volcánica tallada; esa es obra de mi papá», dijo orgulloso Alejandro.

Calixto fue quien le enseñó todos los trucos y la ciencia de la albañilería para construir cualquier tipo de obra, especialmente en altura. Porque cargar adobes a 1.100 metros del nivel del mar, en donde está la ciudad de Salta, lo hace cualquiera. Ahora, a casi 4 mil metros la tarea es más dura y difícil.

La otra «fuente de inspiración» fue Gerardo Laime, el maestro de la escuela de Saladillo. Hoy Soriano tiene 33 años, pero cuando era niño iba a esa escuelita con ese maestro, que insistía con la idea de armar invernaderos en todos lados. Lo logró con los niños y niñas en el predio de la escuela. Al tiempo cosecharon las primeras verduras, disfrutaron comer sano y así fueron aprendiendo. Soriano mantuvo esa idea en su mente y con los conocimientos de albañilería solo faltaba la decisión y el dinero.

«El maestro Laime y sus talleres productivos fueron mi inspiración. También mi padre. Solo tengo palabras de agradecimiento para ellos y para mi familia, que siempre me apoyaron en este desafío, porque debía hacer el trabajo de la casa y tres horas le dedicaba a la construcción. Pedí la plata del Potenciar para hacer el invernadero, pero la invertí en semillas y así conseguí más fondos. Lo mismo se destinó a la obra. Yo no tengo ayuda de nadie, no viene nada del Gobierno provincial ni de la Municipalidad. El INTA y la SAF (Secretaría de Agricultura Familiar) no llegan hasta tan lejos, pero sí necesito ayuda aunque sea solo para comenzar», dijo el pomeño.

Si la ayuda llega, sea estatal o de manos anónimas y solidarias, seguro que ya en el tiempo del carnaval, se verán las primeras cosechas de Soriano, una producción totalmente orgánica, sin químicos, con abono natural y agua pura que desciende del arroyo Peñas Blancas.

Alejandro Soriano es un personaje que uno se lo imagina en esas soledades de las alturas apoyado en la pirca hablando por celular con el solo sonido del viento que lo acompaña como una variable constante.

«Yo los invito a que vengan cuando quieran. Si ya tenemos semillas, si ya tenemos cosecha, seguro vamos a comer una rica y tierna ensalada bien variada. Pero la vamos a acompañar con un rico cabrito, queso criollo y un buen vino patero», dijo el hombre.

Habrá que decirle al pomeño que los construya unos 30 metros más arriba así se puede jactar de que en el paraje Corral Negro, de La Poma, en la provincia de Salta, República Argentina, están efectivamente los invernaderos más altos del mundo. /El Tribuno Salta

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