Especialistas advierten del riesgo del impacto negativo del «imperativo de felicidad». Cómo la tecnología agigantó la comparación.
Se abre la app de la red social y ahí están, bellos, exitosos, felices: los otros. Si la autoestima está firme, el dedo se deslizará con saludable interés. Con el ego devaluado, el efecto podría impactar negativamente en la salud mental, apuntan psicólogos, en alusión al silencioso cachetazo de la comparación permanente al que invitan las redes sociales.
A inicios de los 2000 se acuñó la expresión FoMO, las siglas de Fear of Missing Out (el temor a quedarse afuera) para designar un fenómeno social que empezaba a asomar -ligado a internet-y que, se veía, en muchos tomaba la forma de una adicción.
Ese «necesitar» conocer las novedades de todo (y todos) todo el tiempo, como si se partiera de una carencia o falta a la que, sin excepción, le debe seguir una búsqueda. Y, en ese proceso de indagación, necesitar capturar (scrolleando un posteo tras otro) aquello que los otros hacen, tienen o son (y que nosotros, se ve, no hacemos, no tenemos ni somos).
El juego continúa incesante, aun cuando la plenitud no se alcance, gracias a la liberación copiosa de una sustancia llamada dopamina que, explicó a este medio la toxicóloga Marta Braschi, se incrementa cuanto más personalizado es el contenido que ofrece la red social.
El porqué de esa conducta es simple: “Tanto las adicciones de sustancias como las adicciones comportamentales generan liberación de dopamina, una sustancia que genera placer. Y es ese efecto el que empuja a seguir consumiendo”.
De este modo, miramos -a veces, horas- a los otros con su belleza, ingenio y felicidad. Su nuevo auto, sus vacaciones utópicas o solo unos ñoquis caseros. Sus hijos perfectos, su huerta, su asado bajo el sol, su amor sin fracturas, su mascota fiel, el enduido bien colocado en una pared o el sudor que emanan corriendo un maratón.
Del lado de acá, los devaluados de siempre, con sus tormentos. ¿Adónde conducen estos infatigables sentimientos?
Redes sociales y salud mental
“El impacto de las redes sociales en la salud mental y, particularmente, en la autovaloración puede ser negativo en personas vulnerables a desarrollar depresión o trastornos de la alimentación. Por ejemplo, anorexia y bulimia, ya que se presentan estereotipos de imagen corporal irreales, muchas veces distorsionados con filtros que las personas toman como modelos para autoevaluarse y exacerban, así, la predisposición a esos problemas”, introdujo Cristian Garay, subsecretario de Investigación y profesor de Clinica Psicológica y Psicoterapias de la Facultad de Psicología de la UBA.
Garay definió a las “personas vulnerables a la depresión” de un modo que quizás interpele a varios: son aquellos “con tendencia al pensamiento negativo, tendencia al perfeccionismo y con altos estándares de autoevaluación”.
No ayuda que “la mayoría de las publicaciones en las redes muestren situaciones de bienestar, viajes de placer”, dijo. Al estar sesgadas, emiten un mensaje que genera sentimientos del tipo ‘Yo debería tener eso’, en línea “con un imperativo de felicidad que circula en la sociedad: la idea de que deberíamos ser felices constantemente”.
Para Garay, es polémico: “El imperativo de felicidad parece indicar que no deberíamos sentirnos tristes nunca; tampoco, sentir miedo, vergüenza o enojo, como si las emociones de valencia negativa no debieran existir solo porque no tienen representación en las redes sociales”.
Identidad y sentimientos en las redes
Entendidas de ese modo, las redes sociales se pueden volver “un ambiente invalidante para las emociones privadas, como si uno no debiera sentirlas”. El efecto rebote, en este sentido, es malo: “Cuando invalidamos o nos autoinvalidamos, nuestras experiencias negativas se terminan incrementando, tanto en frecuencia como en intensidad”.
En otro sector de la biblioteca (en este caso, la teoría de la identidad social) está Luis Jaume, psicólogo, profesor de Teoría y Técnica de Grupos en la Facultad de Psicología de la UBA. Propuso analizar la relación de la autoestima con las redes sociales a partir del concepto de incertidumbre social. Básicamente, la cuestión de que, por nuestras propias limitaciones cognitivas, no podamos conocerlo “todo”.
Una de las estrategias humanas para paliar ese sentimiento es la categorización, algo que hacemos -de manera dinámica- «todo el tiempo». Es una forma lógica de aportar un orden a la realidad inaprehensible: “Estamos condenados a categorizar a los otros, no moralmente sino descriptivamente. Desde ya, esto hace que nos hagamos ideas muy básicas de cómo son los demás”.
El juego de las diferencias
Un par de conceptos simples pero iluminadores que explicó Jaume son endogrupo y exogrupo, dos formas básicas de categorización. El primero supone la idea de «grupo de pertenencia». El segundo es -sin más- la bolsa a la que, en nuestra cabeza, van a parar todo el resto de las personas.
Todo esto opera con algunas “distorsiones cognitivas” importantes. La primera, “asumir la homogeneidad del exogrupo. Es decir, considerar que los otros son todos iguales, mientras que en el endogrupo habría diferencias individuales”.
La segunda «distorsión» es aplicar cierto “favoritismo endogrupal”; es decir, considerar que el grupo de pertenencia es mejor, un punto clave para el eje de esta nota, ya que una de las bases de esta teoría es que el endogrupo se vincula a la autoestima: “Buscamos tener un nivel de autoestima basal elevado para sentirnos bien con nosotros mismos”.
En paralelo, claro, ocurre una denigración del exogrupo, la presunción de que “el otro es peor, un sentimiento que es subjetivo y tiene sus grises. Puede ir desde niveles muy básicos (‘El otro no es tan bueno como yo’) hasta catastróficos, cuando surgen prejuicios, discriminación y, en los peores casos, exterminio”.
Comparación online ampliada
Volvamos a las redes sociales. “Hace cien años, las personas se comparaban con otros cercanos del barrio o del pueblo, pero las redes sociales hicieron que el fenómeno de la comparación se agigante y crezca exponencialmente”, analizó Jaume.
Desde ya, son los rasgos y la historia personales los que finalmente pesan en el impacto de las redes en uno, pero Jaume habló de una distinción más que hay que considerar.
“La comparación puede ser ascendente o descendente», distinguió, y aclaró: «La primera ocurre cuando uno se compara con alguien que a priori considera mejor, lo que tiende a minar la autoestima. En cambio, es descendente cuando nos comparamos con alguien ‘peor’, de modo de sostener la autoestima y, así, legitimarnos”.
Desde ya, todo tiene matices. Uno realmente clave es que la comparación ascendente puede, o bien generar un efecto negativo o, al revés, movilizar cambios y motivar aspiracionalmente.
Es que, tal como pasa con cualquier red social, «no todos los que van a la guerra tienen estrés postraumático, por dar un ejemplo”, dijo Jaume, y concluyó: “El evento estresante puede ser el mismo, pero no tiene por qué llevarte a minar la autoestima al punto de llegar a una depresión clínica”.
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