Ninguno de los diez futbolistas de campo que salieron a jugar esta semifinal había nacido cuando la Academia se consagró en la Supercopa 1988.
Hay que ver esas caras. Hay que escuchar esas voces. Hay que sentir esas lágrimas. Cuando el árbitro chileno Felipe González pita el final del partido está marcando un momento en la historia: el fin de los 32 años sin que Racing pueda asomar a una final de una copa internacional, el quedar a apenas a un partido de volver a gritar campeón fuera de la Argentina como lo hace hace 36 años. Ninguno de los diez futbolistas de campo que salieron a jugar esta semifinal había nacido cuando la Academia se consagró en la Supercopa 1988. Con la fuerza de la historia salió a jugar este equipo para ganarse un lugar en el partido decisivo de la Copa Sudamericana el próximo 23 de noviembre ante Cruzeiro, en Asunción de Paraguay.
Si a lo largo de este año la Academia demostró ser un equipo que tiene por principal virtud el gol, en la Copa Sudamericana eso se expuso a la máxima potencia. Sobre todo en Avellaneda. Seis partidos jugados y 21 goles, todos para conseguir triunfos. Una marca bestial, que de algún modo define a este equipo. Por eso incluso cuando el partido arrancó adverso, en el resultado y en el trámite, flotaba la esperanza en el aire de que un gol iba a caer. Y cayó por partida doble, en tres minutos, para remontar el resultado en una ráfaga. Esa, acaso, es la otra característica positiva de este Racing: es un equipo que cree.
Aunque le costó entrar en partido, la Academia jugó con los mismos once futbolistas y el mismo ímpetu que había mostrado en el partido de ida. No es fácil empardar la diferencia de jerarquía con entrega. Pero la Academia lo hizo. Jugó los 180 minutos pelota por pelota. Como se juegan estos partidos. Había que escuchar cómo rugía el estadio ante cada cruce de Di Césare, ante cada corrida de Salas. Claro que mucho tiene que ver el marco, la instancia histórica. Pero también es lo que entregó el equipo en el césped. Y es ahí, con sus virtudes y sus defectos, donde se ve la mano de Costas.
En este caso, los festejos no llegaron por el oportunismo de Maravilla Martínez ni por la energía de Salas. Llegaron de la zurda de Juan Fernando Quintero. El primero, de penal, con un remate que no dejó dudas: fuerte, seco, al medio, para hacer explotar a un Cilindro que ya estaba explotado hace casi dos horas. El desahogo encendió una chispa más. En las tribunas y en el campo. Ese fuego inspiró al Pizzero Salas, que estuvo rápido para usar las manos y sacar un lateral cuando casi todos miraban para otro lado. Martínez peinó la pelota y Juanfer encaró al arco paulista para definir entre las piernas del capitán de Corinthians.
El festejo lo dijo todo. Mientras los jugadores corrían en ronda para celebrar, desencajados, Quintero mostraba la palma de su mano como pidiendo calma. El colombiano llegó a Racing en agosto del año pasado. Acumula casi 50 partidos con altibajos, como a lo largo de toda su carrera. Después de la última Copa América en Estados Unidos parecía que su destino estaba lejos de Avellaneda, que emigraba a Medio Oriente. Las ofertas no llegaron. Y se quedó, con la banca de Costas. En un equipo que casi nunca parece jugar a su ritmo, por fin tuvo su gran noche. No sólo por los dos goles que marca la planilla. Sino porque se hizo dueño de la pelota cuando pesaba.
Todo el esfuerzo que había hecho la Academia durante 95 minutos bajo una lluvia torrencial el jueves pasado, se desvaneció en los primeros cinco minutos. Incluso entre la neblina que había quedado en el aire después del espectacular recibimiento, Corinthians salió dispuesto a demostrar su jerarquía en ataque. Ya en la primera jugada, Garro, Memphis y Yuri Alberto tuvieron una conexión como marcan los manuales del tridente de ataque. Salvó García Basso con un cierre milagroso.
En la siguiente, el número 9 venció a Arias, que salió apurado. Tuvo revancha el capitán académico, que a los 22 salvó lo que hubiera sido el 2 a 0 ante Garro. Ahí, cuando todo era dudas, cuando el local no podía conectar dos pases que le devolvieran la confianza, apareció la zurda de Quintero.
Si Juan Fernando Quintero se ganó el cielo millonario por aquel gol en el Santiago Bernabéu en la final de la Copa Libertadores ante Boca, en la última noche de octubre de 2024 se metió en la historia racinguista para siempre. Será recordado por sus dos goles en la remontada ante Corinthians para volver a poner a Racing en una final internacional después de 32 años. No sólo los goles. Hasta piques con cambio de ritmo entregó el zurdo, que se fue ovacionado a 15 minutos del final. “Juanfer es mi Rubén Paz”, dijo alguna vez Costa, eufórico después de vencer a Independiente en el clásico. Sonó exagerado. Lo demostró cuando más lo esperaban, como hacen los grandes jugadores.
Fuente: La Nación
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