Una encuesta reveló que el público comenzó a defenderse por sus propios medios contra las fake news. Periodismo con una historia de calidad y contactos depurados en las redes se destacan entre las claves.
En general se cree que las noticias falsas llegan a una persona en, por ejemplo, alguna de sus cuentas en redes sociales, y ese individuo acepta el contenido sin más. De hecho, así fue durante algún tiempo. Sin embargo, un nuevo estudio sobre consumos de información y tecnología, y sus vínculos, matizó esa conclusión: tras comprender los efectos de las fake news, la gente parece estar generando estrategias defensivas y compensatorias.
Las noticias falsas no estaban originalmente en el centro de la investigación que realizaron María Celeste Wagner, de la Universidad de Pennsylvania, y Pablo Boczkowksi, de Northwestern. Sin embargo, el tema surgió sin excepción en las 71 entrevistas de la encuesta que realizaron: «Cuando se les preguntó por su experiencia más reciente en consumo de noticias, todos los participantes se refirieron, de una manera u otra, a las noticias falsas o a cuestiones de credibilidad y sesgo en los medios».
El trabajo final se orientó a saber cómo interpretan, y cómo sobrellevan, el cambiante paisaje informativo, «que se percibe lleno de desinformación y noticias falsas», destacó el texto.
En Chicago, Filadelfia y Miami, donde encuestaron a personas de 18 a 80 años entre enero y octubre de 2017 —es decir, los primeros 10 meses del gobierno de Donald Trump— la manera en que la gente percibe el ecosistema informativo en general mostró tres fuertes características coincidentes: «Una perspectiva negativa de la calidad actual del periodismo; una particular desconfianza de la circulación de noticias en las redes sociales y preocupación por los efectos de estas tendencias sobre todo en los hábitos de información de los demás».
¿Qué hacer en esa atmósfera confusa, donde se tiene el temor de no poder distinguir la información necesaria para tomar decisiones cotidianas, desde la vacunación de los hijos hasta decidir si Gran Bretaña queda o no en la Unión Europa, desde la valoración del derecho a la igualdad de las mujeres hasta la utilidad de reciclar si China ya no compra los desechos de Occidente?
¿Qué es creíble hoy en día?
«La verdad, me asusta. Ahora comencé a prestar atención a ver de dónde viene la noticia», intentó, por ejemplo, una entrevistada de 44 años. Y un varón de 33 años presentó la pregunta con que las personas comienzan su búsqueda de certezas: «¿Qué es creíble hoy en día?».
Algunos prefieren los medios tradicionales, los que tienen una historia de muchos años de hacer periodismo según los criterios que separan información de opinión. Otros directamente rechazan los medios que ven como muy orientados a perspectivas parciales.
Otros buscan, si algo les interesa, en diferentes medios: comprueban así que la información existe más allá de su circuito. Otros verifican la misma noticia en medios de ideologías distintas: si los datos básicos son los mismos, entonces creen en ellos, y descartan la valoración. Otros hacen búsquedas en internet.
Otros tienen una suerte de lista de editores personales en sus contactos en redes sociales. Es decir que no descartaban por completo a esas plataformas para informarse, pero sólo leían allí noticias si provenían de «contactos personales percibidos como peritos de la calidad informativa», detallaron Wagner y Boczkowksi.
El estudio de las noticias falsas y la desinformación no es nuevo, pero se multiplicó en los últimos años, «sobre todo desde las secuelas de las elecciones presidenciales de 2016″ en los Estados Unidos. Antes decir «fake news» aludía a una variedad de cosas: desde sátiras hasta invenciones, de manipulación hasta publicidad. Ya no.
«Dentro del discurso periodístico, las noticias falsas se conciben como un fenómeno reciente que sucede sobre todo debido a la dinámica de las redes sociales», escribieron los expertos. Mientras que los sitios dedicados a la desinformación no tienen impacto en el temario de los medios principales, logran en cambio dejar una huella en Facebook y Twitter, ya que por su dinámica orientada a recomendar contenidos similares para retener al usuario, «en internet las noticias falsas se diseminan más rápido y con mayor alcance que las noticias reales».
También tienen «mayor efecto en la información política que otro tipo de contenidos». Las redes sociales estimulan la participación política de manera tal que «están asociadas a una mayor difusión de contenidos, incluida la desinformación».
¿No era que ganaba Hillary Clinton?
Los encuestados manifestaron una gran decepción porque «los medios no los informaron bien durante las elecciones de 2016», escribieron Wagner y Boczkowksi. «Todas las fuentes de noticias que leía decían que [Hillary] Clinton iba a ganar. Y resultaron súper equivocadas, así que sentí que había vivido en una cámara de resonancia», les dijo una de sus encuestados.
La opinión negativa sobre los medios, que prevaleció en la encuesta, se forjó porque las personas cree que en los años recientes «la calidad de la reportería se ha reducido». Incluso los medios consolidados por su ecuanimidad y exactitud recibieron críticas: en última instancia las personas perciben «un sesgo y una falta de distinción entre hechos —o noticias reales— y opinión».
«A veces quisiera los datos crudos, un punteo de todo lo importante que sucedió en el día», ilustró un encuestado.
Luego de las elecciones de 2016, que es momento en que los estadounidenses perdiieron la inocencia sobre las noticias falsas, comenzaron los cambios en los hábitos informativos. No todo el mundo lo ha logrado: algunas personas dijeron que sí, que sufrieron la pérdida de sus costumbres anteriores, pero que no saben todavía cómo encarar las noticias para sentir la certeza de estar siendo informados.
De manera llamativa, el infierno siguen siendo los otros, al igual que en 1944 cuando Jean-Paul Sartre incluyó esa idea en A puerta cerrada: muchos expresaron que el miedo que les causan las noticias falsas no tiene que ver con ellos mismos sino con la capacidad de detectar la información de los otros.
Bien porque confían en la credibilidad de los medios informativos que consumen o bien porque creen tener «un filtro de mentiras bastante bueno», como dijo una joven a los investigadores, confían en los propios criterios pero no en la mirada ajena: «Veo que muchos de mis amigos de Facebook leen basura», dijo la misma entrevistada.
Otra mujer comentó que tiene «amigos que no saben la diferencia entre noticias reales y falsas». Los mayores —como una mujer de 50 años— temen por las generaciones que se están formando en esta atmósfera: los adolescentes que «presumiblemente no podrían distinguir» entre hechos e invenciones. «La generación fake news», la llamó otra.
Espacios más confiables que las redes
¿Cómo usan las redes sociales para consumir noticias si consideran que las plataformas no son confiables? «Facebook es el primer paso hacia otra cosa. Algo fuera de Facebook», dijo una encuestada. Otro explicó que cuando lee una noticia en redes sociales a veces pasa a un buscador para tratar de «encontrar el mismo titular». Lee entonces la información en otro lugar, de noticias, y a ese medio —no al social— atribuye su información.
Los entrevistados —el 80% con educación universitaria— saben que la lógica de las redes no es la información sino la permanencia del usuario: «Mucho está elegido a medida de lo que uno puede haber buscado antes en internet o de algo a lo que que uno le puede haber dado like en la publicación de otro». Por eso toman lo que allí leen «con cautela», como dijo uno de los consultados.
Muchos categorizan a sus conocidos según «niveles de confiabilidad». Por eso han hecho una suerte de edición de su lista de contactos: «No confío en Facebook, confío en mis amigos», enfatizó un participante. Por ejemplo, silenciaron a contactos que habían compartido información dudosa. Algunos sólo participan en grupos que se han comprometido a revisar los contenidos antes de publicarlos.
Hubo también críticas para los medios: «Muchos entrevistados advirtieron que un deterioro en las noticias los llevó a volverse más alerta». ¿La razón? «Es una consecuencia de una esfera de medios altamente polarizada».
Una mujer lo sintetizó: «Me molesta que todo sea tan parcial, en cada una de las direcciones. Creo que las noticias deberían ser neutrales y siento que no sé dónde encontrar esas fuentes neutrales en la actualidad».
Para algunos, rastrear los hechos en lugar de aceptar todo lo que se publica se ha convertido en «un deber». Otros creen que su confianza en las noticias y la comunidad informativa se ha debilitado mucho en comparación con el pasado, aunque siempre comprendieron que los medios jerarquizan los temas según sus intereses.
En este punto entra en juego la historia personal: quienes tuvieron «una relación de largo plazo con ciertos medios informativos» poseen una suerte de brújula que los demás no. «Como en cualquier relación que se tenga: cuanto más se la ha tenido, más se puede confiar», explicó una mujer. Como en la vida, la reserva de credibilidad se construye sobre el tiempo, argumentó una joven.
Post-fake news, no posverdad
«Los consumidores de noticias empiezan a estar al tanto de cómo ciertos mecanismos, por ejemplo la exposición selectiva o el sesgo de confirmación [la predisposición a aceptar más de lo que ya se conoce o piensa] podrían estar afectando sus preferencias noticiosas, y por ende actúa para contrarrestarlos», escribieron los académicos. Pero muchos no tienen el tiempo de verificar cada cosa, y se quejaron por ello.
Los que sí pueden hacerlo contaron que realizan, por ejemplo, una recorrida por distintos medios (así comprobaban, o no, lo que habían leído), incluida la prensa extranjera. Un hombre razonó: «Si es una historia legítima o real, habrá suficiente cobertura, ¿verdad?».
Algunos fueron más lejos en su afán por eliminar la desconfianza que instalaron las fake news: «Triangularon publicaciones de diferentes orientaciones ideológicas». Una mujer que se siente conservadora dijo que, como su percepción está más afinada para ese tipo de contenidos, siente la necesidad de exponerse a cosas diferentes, «escuchar a los dos lados».
Sobre la base de la propia narrativa de los participantes, la falta de confiabilidad de las noticias muestra un paisaje social nuevo. Aunque los investigadores no pueden «determinar si la confianza en los medios ha sido dañada de manera permanente», las entrevistas mostraron que la gente emplea rutinariamente estrategias compensatorias y de orientación en la confusión.
Eso, advirtieron Wagner y Boczkowksi, conduce a un acceso a la información fragmentado, es decir, desigual. Cuando se daña la percepción pública del periodismo en su conjunto, se puede producir un cinismo general: «Las audiencias podrían inclinarse menos por la idea de que el periodismo es un bien público», algo que influiría negativamente en las democracias.
La combinación de redes sociales con una depuración de los contactos personales en ellos a los que se puede creer da como resultado «el surgimiento de un consumo de noticias novedoso», más personalizado, «más organizado alrededor de las dinámicas interpersonales que las configuraciones institucionales». Ahora los contactos son los encargados de verificar la información evaluar su credibilidad, seleccionarla y jerarquizarla: lo que hacían los periódicos antiguamente.
«El estado actual del paisaje de medios ha hecho que los usuarios estén deseosos de formadores de opinión que puedan ofrecer evaluaciones de credibilidad además de interpretaciones. La transferencia de estas prácticas del periodismo a los usuarios, más una percepción generalizada de un paisaje de medios manifiestamente dogmático podría implicar que el periodismo necesita reinventarse a fin de satisfacer mejor las actuales necesidades de los usuarios: contenido más orientado a los hechos y menos basado en comentario».
Fuente: Infobae
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