Afirmó que “cuando uno deja de ser útil, tiene que saber retirarse”.
Era casi medianoche en Madrid cuando Pablo Iglesias, secretario general de Podemos y candidato a presidente en las elecciones autonómicas de este martes, dijo basta.
“Dejo todos mis cargos. Dejo la política”, fueron sus palabras luego de conocer los resultados de los comicios regionales en los que el Partido Popular arrasó y su formación quedó quinta y última.
“Auguro que la deslealtad institucional de la Comunidad de Madrid hacia el gobierno del Estado y hacia otras instituciones se va a intensificar”, pronosticó Iglesias, quien a mediados de marzo se había bajado de la vicepresidencia segunda del gobierno de España, que tanto le costó conseguir, para dar batalla en Madrid.
“Aunque hayamos mejorado el resultado de hace dos años sigue siendo una suma insuficiente”, admitió sobre los modestos resultados de Unidas Podemos en las elecciones madrileñas donde Iglesias desembarcó para evitar que su formación no trastabillara y perdiera representación parlamentaria en la Asamblea de Madrid si no lograba el 5 por ciento de los votos necesarios para asegurarse una banca.
Con él como cabeza de lista, Podemos logró 10 escaños, tres más de los que obtuvo en las elecciones de 2019.
“Con respecto a los resultados de la izquierda creo que hemos fracasado”, agregó sobre el colapso del PSOE en Madrid.
«Chivo expiatorio»
Iglesias confesó haberse convertido en un chivo expiatorio de esta campaña electoral: “Hemos constatado la agresividad sin precedentes del Partido Popular como de la ultraderecha, una normalización sin precedentes de discursos fascistas en los medios de comunicación, amenazas de muerte y que la ultraderecha pusiera en duda esas amenazas”, enumeró sobre los dos sobres con balas y cartas intimidatorias que recibió durante la campaña y que la candidata de Vox, Rocío Monasterio, desestimó durante un debate.
“Creo que no contribuyo a sumar. No soy una figura política que pueda contribuir en los próximos años a que nuestra fuerza pueda ganar”, señaló.
Iglesias ya había postulado como sucesora para su vicepresidencia -que le corresponde a su partido, según el acuerdo programático de gobierno que firmó con Pedro Sánchez a principios del año pasado- a la actual ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, y hasta se atrevió a lanzarla como futura candidata a la presidencia de España.
“Yolanda Díaz es la mejor ministra de Trabajo de la historia de nuestro país -dijo Iglesias-. Puede ser la próxima presidenta del gobierno de España.”
Pablo Iglesias no teme a los volantazos ni a las incomodidades: durante el año y dos meses que duró en el Consejo de Ministros del gobierno de coalición con el PSOE no titubeó en atacar sin pudor a la Casa Real ni en proponer un referéndum para votar por la república.
No esquivó poner en duda la calidad democrática de España por la situación de los políticos independentistas presos en Cataluña ni evitó confesar que no estaba de acuerdo con los socialistas en políticas económicas como la regulación de los alquileres.
Así fue como un día Pablo Iglesias, el chico de pelo largo que fundó un partido a la izquierda de la izquierda hace poco más de siete años en Madrid, desoyó su propio lema, -¡Sí, se puede!” y se inmoló ante la victoria de una derecha rabiosa.
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