A los 8 le planteó a los padres que no quería ser un nene y a los 10 logró ser reconocida ante la ley como una nena. Su mamá habló de la familia, la escuela y los difíciles obstáculos que atraviesan las infancias transgénero
«Mamá, soy gay». Eso le dijo un día a Graciela su hijo de 6 años. Ella se tomó el tiempo entonces de explicarle lo que significaba, para ver si a su corta edad entendía exactamente a qué se refería. «No, eso no», le contestó su hijo y por un largo tiempo no se habló más del tema, según informó Infobae.
«Tengo que hablar con ustedes», les dijo dos años después a su papá y a su mamá, esta vez con todo más claro. «Tengo un sueño en el que soy una nena. Me veo en el espejo y me veo con el pelo largo y un vestido hermoso. Quiero ser una nena», disparó ante la mirada atónita de Damián y Graciela.
Tatiana (nombre ficticio para preservar su intimidad) había atravesado en todo ese tiempo un profundo proceso de autopercepción que hoy, a sus 10 años, se materializó ante la ley, que la reconoce con su nueva identidad. A mediados de marzo sus padres la acompañaron al Registro Civil de Salta, donde viven (y donde todavía existen nociones religiosas y patriarcales profundamente arraigadas) y en tan sólo unos días lograron que su hija pudiera ser reconocida como ella se siente: como una nena.
Matías Assennato, director del Registro Civil de Salta explicó a Infobae que fue muy sencillo. «En este caso no hubo inconveniente. Conversé con ellos sobre su necesidad y nos pusimos a trabajar para avanzar con esta rectificación registral de la partida lo antes posible», indicó.
En su artículo 5, la ley 26.743 de Identidad de Género garantiza el derecho de un menor de edad a acceder a esa rectificación del sexo, nombre e imagen en su documentación para que se condigan con su identidad de género autopercibida, siempre que cuente con la conformidad propia y de sus representantes legales.
«Quizás lo que impactó fueron los 10 años de ella», señaló Assennato. «Es una sociedad muy tutelar pero ella afortunadamente nació en una familia que la escuchó y le brindó acompañamiento psicológico», dijo. «Yo me di cuenta que había habido un proceso largo de entendimiento y apoyo. Se hizo el dictamen, se dio comunicación al Ministerio Público y una vez que estuvo listo eso se entregó a la familia la nueva partida con el cambio de género».
Sin embargo, desde aquella primera confesión hasta el momento de tener la documentación en mano pasó mucha agua debajo del puente. Sus padres tuvieron que aprender a manejar esa decisión que ya estaba tomada y a acompañar a su única hija en común (ambos tienen hijos de parejas anteriores) en el proceso.
De inmediato buscaron ayuda psicológica para que su hija pudiera procesar mejor todo lo que le estaba pasando y se contactaron con referentes de la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina (ATTTA) para recibir asesoramiento.
«Fue shockeante en un principio», cuenta a Infobae Graciela. «No es fácil asimilar este tipo de cosas que te dicen tus hijos. Pero entendimos que había que acompañarla desde el amor. Entender y aceptar».
Para Damián era inconcebible tener una hija después de 8 años de tener un hijo. Graciela incluso dice que para su marido ese momento fue como «una piña directa en su machismo y en su fe religiosa» pero que ahora es, al igual que ella, un «gran militante por los derechos de las personas trans» y está «baboso» con su hija. ¿Qué pasó para que cambiara? Que Tatiana no le dejó opción.
«Estaba orgulloso de ver cómo ella se le plantó. Le dijo ‘No soy más tu hijo; soy tu hija y me tenés que aceptar’. Ver esa seguridad en ella lo hizo reaccionar», cuenta Graciela. «Tenemos que aceptar a nuestros hijos como son. Esto no tiene nada de malo, ella se siente y vive su vida las 24 horas del día como un nena normal. Tiene límites, va a la escuela y tiene obligaciones».
“No es fácil asimilar este tipo de cosas que te dicen tus hijos. Pero entendimos que había que acompañarla desde el amor”
Para Graciela la aceptación llegó a través de una enorme preocupación. «Lo primero que pensé fue que no quería que mi hija sea una más de esas historias que ves en la televisión de que aparece un chico o una chica muerta por esto», dice. «Me puse a pensar en todo lo que conlleva ser una persona trans y todo lo malo que después me fui enterando que pasa. No quería que mi hija fuera un número más en esas estadísticas».
A pesar de que Tatiana tuvo la fortuna de ser comprendida y apoyada por sus padres, lo que para muchas personas representa la validación máxima a la que se puede aspirar, en la mayoría de las infancias transgénero los niños lidian con la incomprensión de familiares y amigos por igual.
«Con los docentes, por ejemplo, fue terrible. El año pasado nos mandaban notas por todo: por el pelo, por los aritos, por cualquier cosa. Además no le quisieron cambiar el nombre hasta este año. Fue realmente muy duro y lo peor es que fue todo a nivel institucional: los maestros y los directivos», dice. «Creo que todavía falta muchísimo aprender».
«Los nenes se burlan un ratito tal vez pero ella se planta. Les dice ‘No soy ni ‘maricón’, ni travesti. Soy una nena trans’ y queda ahí», explica Graciela, afligida por que el peor trato provenga siempre de los adultos. «Varios de sus hermanos incluso no están de acuerdo. La gran mayoría de mis hijos y de los de mis marido no están de acuerdo», lamenta.
A pesar de que dentro de su casa y de su pequeño núcleo familiar ensamblado ellos atraviesan este momento con mucha felicidad, Graciela admite que viven en una suerte de «burbuja». «La familia no nos invita. Por ejemplo, yo ya no voy a la casa de mi hermano», dice. «Es difícil y obviamente nos falta a aprender a todos, pero nosotros tratamos de manejarlo siempre con y desde el amor. Hay que tomarse el tiempo. No imponemos nada pero sí pedimos que la respeten», aclara.
La corta edad de Tatiana, que es lo que más sorprendió a todos (todavía no son tantos los casos de cambio de identidad de género en el país en niños y ella es en Salta el séptimo caso y el de menor edad), eso no le impide tener y poder transmitir muy claras sus sensaciones y deseos.
«A veces nos deja con la boca abierta», reconoce su mamá. «Ella nos dijo muy claro ‘quiero mi documento, no quiero eso que dice algo que yo no soy». Así fue que, junto con otros cambios, el placard de su cuarto se vació de un día para otro para llenarse de ropa «de nena», su ropa.
«Somos una familia como todas y aunque nos cuesta llegar a fin de mes tratamos de darle todo lo que podemos. Ella está feliz con su nueva identidad y a todo el mundo le cuenta lo de la partida de nacimiento», sigue Tatiana y hace una pausa como si esa sola frase fuera la más sencilla explicación de lo que pasó: «Lo más importante es que esté feliz».
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