El 2 de diciembre de 1993, murió el jefe del temible Cartel de Medellín, responsable del 80% de la cocaína que se movía en Colombia. Tres balazos lo derrumbaron cuando intentaba escapar por los techos de la casa donde se escondía. Había estado casi 500 días prófugo. Solo lo acompañaba su guardaespaldas, «Limón». Su familia siempre sostuvo que, al verse rodeado, él mismo se pegó un tiro en la cabeza.
“No dejó gobernar a tres presidentes. Transformó el lenguaje, la cultura, la fisonomía y la economía del país. Antes de él los colombianos desconocían la palabra sicario, Medellín era considerada un paraíso, el mundo conocía a Colombia como ‘la tierra del café’, y nadie pensaba que allí pudiera explotar una bomba en un supermercado o en un avión en vuelo. Por Escobar hay autos blindados en Colombia y las necesidades de seguridad modificaron la arquitectura. Por él se cambió el sistema judicial, se replanteó la política penitenciaria y hasta el diseño de las prisiones, y se transformaron las fuerzas armadas. Pablo Escobar descubrió, más que ningún otro, que la muerte puede ser el mayor instrumento de poder”.
El párrafo pertenece a una nota publicada en la Revista Semana, de Bogotá, tras la muerte de Pablo Escobar Gaviria, ocurrida la tarde del jueves 2 de diciembre de 1993. Apenas un día antes, el jefe y fundador del Cartel de Medellín había cumplido 44 años acompañado por su madre, que le llevó una torta a su escondite, una casa de clase media en el barrio Olivos, de Medellín.
Doña Hermilda Gaviria lo dejó por la madrugada quejándose de una persistente acidez que lo perseguía desde hacía tiempo. Fue la última vez que la mujer vio vivo al preferido de sus hijos, el tercero de siete que tuvo con Abel Escobar.
Con Pablo quedo sólo «Limón» (Álvaro de Jesús Agudelo, 37), sicario y patota del cartel, quien había comenzado trabajando para Roberto Escobar («El Osito», hermano mayor de Pablo) y siguió a las órdenes de «El Patrón» aun cuando todos los abandonaron.
«Limón» cayó bajo las balas de la Policía Nacional de Colombia segundos antes que su jefe y quedó inmortalizado en Argentina por un tema de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota: «Me matan, Limón!/ Hijueputas, Limón! / Por los techos viene el bloque / otra vez», dice la letra. Cuando el Indio Solari habla de «bloque» se refiere al Bloque de Búsqueda creado por el Estado colombiano para cazar al capo del Cartel de Medellín.
Lo buscaron durante casi 500 días luego de que Escobar se escapara de la cárcel de La Catedral caminando por los fondos. El penal había sido construido por él, en sus dominios, y se parecía más a un country club que a un presidio. Solo así -y prohibiendo las extradiciones de narcos a Estados Unidos- las autoridades habían logrado que se entregara, en 1991.
La Catedral era como su casa y por eso allí citó y mató a dos de sus socios: Gerardo «Kiko» Moncada y Fernando «El Negro» Galeano, en julio de 1992. Eso terminó por poner en ridículo al gobierno colombiano, que pretendió entonces empezar a controlar los movimientos internos de La Catedral.
Ante esto, Pablo simplemente se fugó. Tiró de una patada una pared falsa de yeso y se fue. Lo hizo apenas unos días después del doble crimen de Moncada y Galeano.
Nunca más estuvo preso, pero terminó muerto. Haber asesinado a sus antiguos socios (a los que acusaba de aliarse con los líderes paramilitares Fidel y Carlos Castaño) le sumó enemigos de entre sus propias filas.
Por su personalidad, excentricidades y capacidad de destrucción (hizo explotar un avión en vuelo con 100 personas arriba), Pablo Emilio Escobar Gaviria fue una figura del narcotráfico internacional nunca superada… al menos hasta la aparición y empoderamiento del mexicano Joaquín Archivaldo Guzmán Lorea, «El Chapo», líder del Cartel de Sinaloa.
El despliegue armado que derivó en su muerte aquel 2 de diciembre de 1993 estuvo a la altura de su fama y sus crímenes.
El capo narco del cartel de Medellín fue abatido en 1993.
Al final de sus días quien era uno de los hombres más poderosos y ricos del planeta terminó solo y cercado por gente cuyo único objetivo era acabar con él. No solo lo buscaban la Policía y el Ejército, también los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y un heterogéneo grupo autodenominado «Los Pepes» (Perseguidos por Pablo Escobar).
«Papá se suicidó», la convicción de su hijo
Sus enemigos tardaron 17 meses en cazarlo.
Para lograrlo, se aprovecharon de la obsesión que tenía Escobar por controlar la seguridad de su esposa, Victoria Henao, y sus hijos, Juan Pablo y Manuela.
Su familia vivía prácticamente como rehén de la Policía. La razón: en 1988 habían sufrido un atentado por parte del Cartel de Cali en el edificio Mónaco. Fue un coche bomba cargado con 80 kilos de dinamita.
Los Escobar sabían que los controlaban, pero aun así Pablo llamaba al teléfono de la residencia. Ese 2 de diciembre habló unos minutos con su hijo porque Juan Pablo debía contestar un cuestionario de la Revista Semana que sería publicado como reportaje.
El joven tenía cuidado de que sus charlas fueran cortas. Ese día, la conversación se interrumpió abruptamente. Pablo le dijo a Juan Pablo que lo llamaría en 20 minutos. No pudo cumplir su promesa. La cacería había terminado.
La versión oficial indica que 14 hombres del comando Fuerza de Elite de la Policía Nacional de Colombia participaron del operativo: 12 rodearon la casa y dos entraron por la puerta principal y fueron hasta la planta alta.
Al llegar a la planta alta, encontraron el teléfono descolgado y la ventana abierta. También se encontraron con Escobar y su guardaespaldas.
«Limón» iba adelante, fue baleado y cayó en la calle. Escobar llevaba una Zig Hauer de 9 milímetros en una mano y una pistola 22 niquelada. Apenas llegó a disparar algunos tiros.
Al líder narco le dieron tres balazos: uno le dio de lleno en el torso, otro impactó en su pierna y el tercero entró por su oreja izquierda y salió por su oreja derecha.
La imagen del cadáver descalzo de Escobar, reproducida hasta el infinito, cerró casi un año y medio de búsqueda y recorrió el mundo. Sin embargo, no pudo consolidar una versión única sobre el final del capo del Cartel de Medellín.
Las dudas sobre lo que ocurrió en esa terraza persisten hasta hoy.
La Policía siempre sostuvo que quien disparó fue el comandante Hugo Aguilar, personaje que terminaría en la política luego de ser destituido por sus vínculos con el paramilitarismo.
La familia de Pablo Escobar asegura que, al verse rodeado, el jefe del Cartel de Medellín se suicidó pegándose un tiro en la cabeza. «Papá se suicidó», contó varias veces el hijo del capo, que con su madre y su hermana se instalaron en Argentina con nuevas identidades que les dio el gobierno colombiano.
Por otra parte, el capo narco paramilitar Diego Murillo Bejarano, alias «Don Berna», sostuvo en su libro “Así matamos al Patrón” que fueron «Los Pepes» los que lo encontraron y que quien le pegó el tiro de gracia fue su hermano Rodolfo, alias “Semilla”.
De otro sector de «Los Pepes» se atribuye la autoría a Carlos Castaño, máximo líder de las Autodefensas Unidas de Colombia.
Pudo haber sido cualquiera. Todos tenían motivos y habían dedicado su vida terminar con la de él.
Pablo Escobar tenía 44 años al momento de su muerte.
Ya pasaron tres décadas de ese momento, bisagra en la historia del narcotráfico internacional. Escobar murió, pero el tráfico de cocaína no se acabó con su muerte.
Colombia continúa siendo el principal productor de cocaína a nivel mundial y, según las Naciones Unidas, en 2022 aumentó un 43% las hectáreas dedicadas al cultivo de la hoja de coca.
Ninguna guerra contra las drogas parece frenar el legado de Escobar.
Desde su muerte, el tráfico no hizo más que crecer al igual que su colección de hipopótamos: de aquellos primeros tres especímenes de la hacienda Nápoles que eran sus mascotas, nacieron unas 100 crías y se convirtieron en un peligro ambiental para la zona.
Parece que ni los hipopótamos del «Patrón» se resignan al olvido.
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