Por Eduardo van der Kooy
La jefa del PAMI es intocable, muy cercana a Cristina y Máximo Kirchner.
Existieron dos mojones que establecieron límites férreos a la autoridad del Presidente en su gestión de gobierno y el manejo político en el Frente de Todos, la coalición oficial. El primero y más importante fue aquella renuncia inconsulta de Eduardo De Pedro, luego de la derrota en las PASO, que obligó a Alberto Fernández a realizar un cambio de gabinete que no estimaba conveniente. No se fue ningún funcionario cercano a Cristina Fernández ni a La Cámpora. Incluso el ministro del Interior permanece hoy en su sillón.
El otro episodio fue una grave mentira presidencial. Mantenida oculta casi un año: la celebración del cumpleaños de la primera dama, Fabiola Yañez, en Olivos. Realizada de modo clandestino mientras la Argentina atravesaba el trance más severo de la cuarentena (julio del 2020) a raíz de la pandemia que pervive.
A la inicial delimitación política que trazó De Pedro se añadió entonces otra de carácter ético y moral que horada a Alberto. Aunque la atención pública esté colocada ahora en la potencia de contagio de la variante Òmicron, del Covid, la inflación, o la negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI), las secuelas del capítulo de la pareja presidencial no dejan de hacer daño.
Antes que el juez federal de San Isidro, Lino Mirabelli, hiciera alguna consideración sobre el llamado Olivosgate, Alberto consideró que no había cometido ningún delito. Ofreció como reparación donar parte de su salario al Instituto Malbrán. Luego su mujer propuso la donación de un respirador artificial (utilizado en tratamientos graves contra el Covid) para intentar algún acuerdo con la Justicia. Las ofertas se desmoronaron cuando Mirabelli dispuso la continuidad de la causa y la investigación por violación a las disposiciones de prevención por la pandemia.
El panorama permite comprender las dificultades internas que debió atravesar el Presidente para abordar un conflicto en el Gobierno que, en otras circunstancias, pudo saldarse fácilmente. Fue el desafío que planteó la titular del PAMI, Luana Volnovich, de La Cámpora, cuando decidió pasar sus vacaciones en una isla mexicana. Junto a su pareja y también autoridad de la entidad, Martín Rodríguez. Alberto había pedido con énfasis a sus funcionarios que no salieran del país.
Volnovich no fue la única. Jorge Ferraresi, el ministro de Vivienda, optó por descansar en Cuba. Claudio Moroni, de Trabajo, en Uruguay. Ninguno de ellos, a diferencia de la titular de PAMI, se expuso a la mirada pública. Quizás Luana no lo hizo provocativamente: fue filmada, sin embargo, en la barra de un bar isleño conversando atentamente con su pareja, Rodríguez. Situación que, dado lo avanzado del siglo XXI, debió haber tenido en cuenta.
Hubo algo que agravó aquel desenfado. Volnovich y Martínez son la conducción del PAMI. Directora y Subdirector. En el mismo momento de sus paseos por México, la Secretaría Administrativa de la entidad también quedó vacante por vacaciones. Un vacío temporario pero muy inoportuno. Fueron los días del calor agobiante que impacta siempre sobre las personas de mayor edad. También días en los cuales se afianzó la inflación elevada (50,9% en 2021) y siguió creciendo el valor del dólar blue. Las magras jubilaciones y pensiones sufrieron otra pérdida.
Los hombres más cercanos al Presidente, sólo un puñado, entendieron la necesidad de un gesto firme de su parte. Después de ocho días de iniciado el escándalo prevalece la indefinición. El Presidente carecería de alguna dosis de autonomía política para proceder.
Volnovich es intocable. Muy cercana a Cristina Fernández y al titular de La Cámpora, Máximo Kirchner. Vale recordar algo para comprender de qué se trata: Luana acompañó a De Pedro con aquella renuncia después de la derrota en las PASO. Nunca se le pasó por la cabeza a Alberto aceptársela.
La historia se repite. El Presidente indagó la posibilidad de una señal a la sociedad apartando a Rodríguez. Conjeturó la chance de un traslado a otro organismo del Estado. Para no dejarlo sin conchabo ni salario. Hasta este martes a la noche tampoco parecía lograrlo. En los pliegues de todas las conversaciones está el diputado Máximo. No desea ninguna baja entre sus filas.
El caso de Volnovich y su pareja se asemeja a otro sapo que estaría forzado a tragar la fragilidad de Alberto. Tampoco parece sería el único infortunio condenado a padecer en estas horas. Basta para entenderlo con reponer a De Pedro en la escena. Empeñado, sin dudas, en complicar más de lo que están las relaciones con la oposición de Juntos por el Cambio.
El ministro del Interior hizo un viaje repentino a Jujuy junto a la ministra de la Mujer, Elizabeth Gómez Alcorta. Fue para realizar una visita a la piquetera Milagro Sala, con condena judicial y prisión domiciliaria. El gobernador de la provincia, Gerardo Morales, se enteró cuando el hecho había sido consumado.
Morales fue, hasta ahora, el principal interlocutor del Presidente en medio de las opacas negociaciones con el FMI. Fue quien resolvió, para disgusto del PRO, que los tres mandatarios radicales (también Rodolfo Suarez de Mendoza y Gustavo Valdes, de Corrientes) enviaran delegados a la reunión que Martín Guzmán mantuvo hace 10 días con los gobernadores del PJ.
Se estableció, entre ambos, como una condición para que, posteriormente, el ministro de Economía se juntara con los mandatarios de Juntos por el Cambio, incluido el titular de la Ciudad, Horacio Rodríguez Larreta, y los jefes parlamentarios a fin de rastrear algún consenso en la negociación con el FMI. Ese encuentro fue desgajado de a poco por el Gobierno.
El Presidente construyó con Morales una relación basada en una premisa: que no tendría injerencia sobre la situación de Sala. Cuya detención significa probablemente el mayor aval social a la gestión del gobernador de Jujuy. Parece claro que Alberto posee demasiadas dificultades para cumplir con cada palabra. No habla sobre Sala. No puede impedir que La Cámpora y el Frente de Todos hagan del encarcelamiento de la mujer una campaña pública.
Tampoco el Presidente logró garantizar aquella reunión prometida sobre el FMI. Tal vez Morales, en pocos días, haya recibido una inmersión política: el profundo baño de realismo.
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