Cultura

“La partida de nacimiento de la literatura española”Los secretos del Cantar de mio Cid, el libro que estudiamos pero nadie pudo ver

Fue escrito en el año 1200 pero la versión que se conserva es la del siglo XIV. Por primera vez se expone en España, durante quince días.

Es el libro que todos estudiamos en el colegio pero ninguno de nosotros pudo ver; la partida de nacimiento de la literatura española, según el filólogo Ramón Menéndez Pidal. Y, gracias precisamente a este estudioso, el germen de la filología como ciencia moderna en España. Se trata además del único poema épico castellano conservado casi en su integridad. Y de una de las grandes joyas de nuestro patrimonio bibliográfico; una joya oculta durante seiscientos años de “azarosa vida”, hasta ahora. Pues justo desde este miércoles, y por primera vez en la historia, la Biblioteca Nacional muestra al público el códice del Cantar de mio Cid o Códice de Vivar.

La salida a la luz del célebre manuscrito, presentado ayer a la prensa, se materializa este miércoles dentro de la exposición Dos españoles en la historia: el Cid y Ramón Menéndez Pidal . Aunque la muestra se prolongará hasta el 22 de septiembre, por razones de seguridad el códice sólo se exhibirá por 15 días para luego volver a su lugar en la cámara acorazada de la BNE.

Hasta entonces, los visitantes podrán contemplar la obra en una vitrina que, al igual que esa cámara, está acondicionada a una temperatura constante de 21 grados centígrados y una humedad del 45 por ciento, parámetros idóneos de conservación. Cualquier variación de los datos en los sensores correspondientes haría saltar inmediatamente la alarma del jefe de conservación de la Biblioteca, que ve los indicadores en su móvil, en tiempo real, y “sabe perfectamente qué medidas tomar” llegado el caso, subrayó la directora de la institución, Ana Santos.

El códice llegó a la Biblioteca Nacional el 30 de diciembre de 1960, cuando la Fundación Juan March lo donó a la institución a los diez días de habérselo comprado a la familia Pidal por 10 millones de pesetas. El preciado tesoro literario quedaba así a salvo, por fin, después de numerosos cambios de manos y tentativas de compra por parte de diversas instituciones extranjeras. A lo largo de más de seis siglos, el escrito había estado confinado básicamente en conventos, casas de eruditos y cajas fuertes.

Sobre 74 hojas de pergamino grueso, el poema combina ficción y hechos reales para dar cuenta de las aventuras e infortunios del héroe y caballero burgalés Rodrigo Díaz de Vivar (1045-1099), en los últimos años de su vida. El relato, de autor desconocido aunque teorías al respecto no faltan, se desgrana en más de 3.700 versos irregulares de fácil lectura, escritos en letra gótica libraria y de manera uniforme.

El tiempo y los avatares no han pasado en balde para el códice. Tal como señala el jefe del Departamento de Manuscritos, Incunables y Raros de la BNE, Javier Docampo, “el manuscrito se encuentra en un delicado estado de conservación y en muchas de sus hojas hay manchas de color pardo oscuro debido a los reactivos utilizados ya desde el siglo XVI”.

El documento tiene algunas pequeñas lagunas, de las cuales la más importante es la falta de la que un día fue su primera página, correspondiente al inicio del poema épico. No obstante, su contenido es conocido gracias a otros escritos y crónicas de la Edad Media, señala el comisario de la exposición, Enrique Jerez.

El relato del manuscrito consta de tres partes: el Cantar del destierro, sobre el exilio del guerrero y sus hazañas frente a los moros; el Cantar de las bodas, centrado en el desdichado matrimonio de las hijas del Cid con los infantes de Carrión y que también se refiere a la batalla de Jérica y la conquista de Valencia; y el Cantar de la afrenta de Corpes, relativo a la ofensa sufrida por las hijas del Cid y la vindicación del burgalés contra los cobardes infantes de Carrión a través de la justicia.

La obra responde a las características de los cantares de gesta –sus referentes–, entre los cuales sobresale el Cantar de Roldán francés, que contó con una notable difusión en la época.

Un manuscrito desaparecido

El Cantar de mio Cid se compuso unos cien años después de la muerte de Rodrigo Díaz en el 1099. En el año 1207, un monje castellano llamado Per Abat (o Pedro Abad) copió el poema en un manuscrito hoy desaparecido pero que posibilitó que en el siglo XIV se transcribiera en el Códice de Vivar, que es el que desde hoy podemos ver en la BNE.

Pero fue en el año 1596 cuando el códice empezó a adquirir una cierta difusión. Ocurrió cuando Juan Ruiz Ulivarri, el primero en dejar testimonio del texto, hizo una nueva copia y dio a conocer el cantar como Poema del Cid. Ulivarri situó el códice copiado en el Archivo del Concejo del pueblo de Vivar, en la provincia de Burgos. De ese archivo, la pieza pasó al convento de Clarisas de la localidad.

El Cantar de mio Cid se publicó en 1779. La edición corrió a cargo del estudioso montañés Tomás Antonio Sánchez. Fue este libro el que dio a conocer, tanto en España como fuera, el poema y las propias hazañas del Cid. Tras aquella publicación, el códice anduvo perdido unos años. Hasta su reaparición en la primera mitad del siglo XIX, como parte de la herencia del conde de Santa Marta. Para entonces, su fama era mundial. Eruditos franceses y alemanes lo estudiaban con ahínco.

A mediados del XIX, el texto fue a parar al bibliógrafo Pascual de Gayangos, que recibió una oferta del British Museum para adquirirlo mediante un cheque en blanco para que el poseedor pidiera lo que quisiera. Gayangos habló de esta propuesta a Pedro José Pidal, historiador y ministro del entonces presidente Narváez. Después de ofrecérselo sin éxito al Gobierno, el propietario vendió el manuscrito al propio Pidal. Éste lo legó a su hijo Alejandro, quien se convertiría años después en director de la Real Academia Española.

Ya a finales del XIX, el sobrino de Alejandro, Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), destacó como uno de los mayores estudiosos y expertos del gran poema castellano, sobre el que desarrolló una edición crítica definitiva. El gran erudito aplicó sobre el texto, por primera vez en España, el método histórico-comparativo que había hecho de la filología una disciplina puntera en Europa.

Mientras, el hispanista estadounidense Archer Milton Huntington entregó a Alejandro Pidal un nuevo cheque en blanco para que estableciese la cantidad que deseara a cambio de la cesión del Códice de Vivar a la Biblioteca de Washington. El español rehusó. Y, a su muerte en 1913, el manuscrito fue heredado por su hijo Roque. En ese momento, el albacea testamentario lo tasó en 250.000 pesetas.

Roque Pidal trasladó el códice a la caja fuerte de un banco madrileño, donde permaneció hasta 1936. Ese año, el gobierno republicano lo envió a Ginebra junto con las obras del Museo del Prado y otras piezas de valor artístico e histórico que se apresuró a salvar de la guerra civil.

El códice regresó a España en 1939 para ser conservado de nuevo bajo custodia de un banco. Y poco después Roque Pidal, al igual que su padre y su abuelo, recibió la oferta de un cheque en blanco para la compra del manuscrito por parte de una sociedad extranjera cuya identidad no llegó a trascender. De nuevo la respuesta fue “No”.

La entrega al Estado fue posible en el 60 a través de una operación por la cual la Fundación March ponía los 10 millones de pesetas estipulados y, ese mismo día –el 20 de diciembre– firmaba la escritura de donación de la obra a la Biblioteca Nacional de España.

El ministro de Cultura, José Guirao, que acudió a la presentación del códice y la exposición en la BNE, señaló que hoy día las valoraciones más bajas del manuscrito están “por encima de los veinte millones de euros”. Es una cifra importante sobre el papel pero sin relevancia real… Al menos mientras la idea de venderlo siga estando descartada, como obviamente lo está hoy. ¡Con lo que costó conseguirlo!

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