Opinión

AnalisisLos pusieron en vereda

Por Carlos Saravia Day

Mi derecho termina donde empieza el ajeno.

Un protocolo ordenador terminó con el mito de “hay que ganar la calle”, eufemismo para impedir la libre circulación de bienes y servicios por la vía pública. Sobre todo, con el transporte público. Para eso está la vereda, que facilita no solo el derecho a circular del peatón para cumplir con su trabajo o el derecho de reunión que la Constitución garantiza.

La única forma de actividad pública que, al presente, por debajo de las palabras convencionales, satisface a cada clase es la imposición inmediata de su voluntad señera, es en suma la acción directa que va desde la interrupción a la circulación hasta la ocupación de edificios públicos.

La CGT no es una parte de la sociedad, sino el verdadero todo social, el único que tiene derecho a una legitima existencia política. Dueños de la realidad pública, nadie puede impedirle que se apodere directamente de lo que es suyo.

La acción indirecta o parlamentarismo equivale a pactar con los usurpadores, es decir con quienes no tienen legitima coexistencia social.

Una palingenesis extraña la de la diosa Shiva de la India que se reencarnó en el Partido justicialista, dotado de cuatro brazos: el político, el gremial, el armado que le fue amputado y el femenino.

Supera al mito nuestro del duende que solo tiene dos terminales por mano: la de hierro y la de lana.

La huelga es la última ratio, donde mueren las palabras, es bala de plata y no escopeta de repetición.

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