Por Carlos Saravia Day
Liberalismo, democracia y paradoja hoy coinciden en ser términos indistintos, intercambiables, al que se le agrega el carajo.
Democracia y liberalismo son distintas preguntas que nos hacemos para lo que el derecho político tiene distintas respuestas.
La democracia cuando se pregunta ¿Quién debe ejercer el poder?; responde en forma unánime; la colectividad de ciudadanos, consagrando así el principio de legitimidad democrática, pero no habla de la extensión y contenido que debe tener el poder, se habla solamente del sujeto a quien compete el ejercicio.
Cuando se habla de la extensión y contenido del poder, se habla de la respuesta que da el liberalismo con límites y restricciones que limitan el poder del estado en beneficio de la libertad.
Se hace necesaria la referencia remota de los orígenes de lo que hoy es el estado de derecho después de las vicisitudes históricas, cuando en 1215 el rey Juan sin Tierra es obligado por Simón de Monfort y un grupo de señores a firmar la gran Carta que hasta hoy rige a los ingleses y que adoptan todas las constituciones. Básicamente no se puede establecer nuevos impuestos ni reclutar levas sin autorización de la Cámara de los Comunes. Inglaterra no tiene Constitución escrita sin embargo es el país mejor constituido. Desde 1215 rige la gran Carta, fundamento de las libertades inglesas. La democracia inicia el camino con restricciones y límites al poder absoluto.
La crónica dice que “se apoderó del rey un furor indecible; “rechinaba los dientes”, dice un contemporáneo, “revolvía los ojos y mordía pedazos de madera”. Así se inicia el estado de derecho. Solamente el poeta Campoamor a través de la paradoja lo explica:
Cultivando lechugas Diocleciano
ya diría en Salerno
Que no halla mariposas en verano
Quien no cuida gusanos en invierno
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