Por Carlos Saravia Day
La legitimidad es una praxis, la praxis de la aceptación, cualquiera sea el régimen político, es el momento en el que prevalece la maduración de la conciencia colectiva y existe un principio de obediencia.
Solo cuando el ideal y la costumbre duermen juntas, queda encinta la justicia y nace la ley.
El tiempo es el factor de estabilidad, solo del tiempo depende que la legitimidad se asiente y consolide.
Nuestro régimen constitucional, heredero de distintas tradiciones jurídicas, sobre todo de España hizo decir a Alberdi a propósito de sus «Bases y puntos de partida para la organización nacional; el presidente es un rey sexagenal, optó por un presidencialismo acentuado, tal cual se manifiesta en nuestra constitución que lo hace jefe de la administración y de las fuerzas armadas, siguiendo la tradición política española y nuestra propia experiencia histórica, siendo la figura unipersonal del presidente la cima de la pirámide jurídica.
La constitución impone el turno presidencial y electivo de los poderes políticos, así llamados al ejecutivo y al legislativo. La elección completa el esquema.
La voluntad popular quiso consagrar al presidente de un partido y en cambio no fue así en el Congreso.
Quedando así la composición del poder político, que sufrió un corrimiento hacia el poder legislativo, lo que lo obliga al presidente a buscar consensos con sus adversarios. Por su modo de ser y expresión, persevera en él una hostil diferenciación, como quedó demostrado en la ley cienpiés o como se la conoce como la ley ómnibus, la solución la podría dar «Alicia en el país de las maravillas», sostenida en la portentosa imaginación de Oswald: «primero se reparte y después se hacen las partes».
La historia, que Cicerón la conceptuara como «Magister vitae» (maestra de la vida), nos muestra al general Roca, gobernado en el siglo XIX, teniendo como soporte al PAN, confederación acumulativa de partidos provinciales y que hoy los norteamericanos llaman un tanto despectivamente: «Partidos atrapalotodo» y que a sus miembros y simpatizantes se los llamó «Pancistas».
El juez filósofo más importante del siglo XX, el doctor Carlos Cossio, en su momento definió a la democracia como «el gobierno de la opinión pública a través de partidos políticos.»
El diablo metió la cola en la elección, el gobierno no puede meter la pata, de lo contrario, la historia recordará a Shakespeare: «La historia es un relato de un loco para muchos idiotas.»
«El que gana gobierna, el que pierde ayuda», dijo Balbín, entendiendo al control como la mejor forma de ayudar.
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