Desde la campaña libertadora al Perú a la guerra del Paraguay, el papá de Julio Argentino Roca estuvo en todos los conflictos bélicos. Las principales acciones en las que participó y su vínculo con el hijo a que el no llegaría a ver presidente.
Ese “viejo lindo” como lo llamaban sus hijos, tenía sobrados antecedentes para sacar chapa y, sin embargo, nunca lo hizo. Podría haberles enrostrado a más de uno que había sido guerrero de la independencia, veterano de la guerra del Brasil y de las luchas intestinas de unitarios contra federales y, finalmente, partícipe de la guerra del Paraguay. Desde José de San Martín hasta Bartolomé Mitre, había luchado con todos los jefes militares -amigos de muchos de ellos- y que hoy pueblan las páginas de historia argentina.
Pero José Segundo Roca, que si bien se quejaba de los bajos sueldos del ejército, se las arregló para trabajar en el campo para mantener a una numerosa prole -uno de ellos Alejo Julio Argentino, futuro presidente- más aún cuando quedó viudo y, aún con sus achaques, a sus 65 años decidió dar un último servicio al país y fue a la guerra del Paraguay, “para ver si podía cooperar en algo”.
Sus padres fueron Pedro Roca, un capitán y funcionario español nacido en Mallorca y radicado en Tucumán y María Antonia Tejerina, de esa provincia.
Un joven Julio Argentino Roca en sus tiempos en el Colegio Nacional de Concepción del Uruguay. A su derecha sus primos Eduardo y Florencio Reboredo, alrededor de 1857. Reproducción de un daguerrotipo que perteneció a Aída Reboredo de Arcidiácono (Museo Roca)
Nació el 1 de junio de 1800 y entró al ejército a los 16 años. Primero se enroló en los Cívicos de Tucumán y después fue subteniente de banderas del Batallón 11 de Infantería en el Ejército Libertador, que participó en la campaña libertadora del Perú.
Con San Martín
Había zarpado de Chile en agosto de 1820 y en septiembre, junto a su unidad, en la que era subteniente de banderas, desembarcó en Paracas. Estuvo en la Campaña de la Sierra, y en la batalla del Cerro de Pasco librada el 6 de diciembre de 1820, fue ascendido a teniente segundo por su comportamiento. Intervino en un arriesgado ataque a bayoneta calada contra las posiciones defendidas por el temible Regimiento Talavera, cuyos soldados no salían de su asombro por el ataque. En esa acción -en la que fue felicitado por el general Las Heras- lograron arrebatar una bandera y en esa acción resultaría prisionero el general irlandés Diego O’Reilly.
Roca, quien estuvo en varias oportunidades cara a cara con la muerte, conoció a San Martín, Juan Lavalle, Alvarez de Arenales y a José Aldao. Tenía dos hermanos, Pedro y Francisco, que pelearon en el Ejército del Norte al mando de Manuel Belgrano.
Fue capitán en el Regimiento de Cazadores del Perú, creado por San Martín, con quien entró en Lima. Por su desempeño en la batalla de Pichincha el 24 de mayo de 1822 fue ascendido a sargento mayor, y fue el que entregó a San Martín el parte de la batalla. Estuvo en la Campaña de los Puertos Intermedios liderada por el general Rudecindo Alvarado, peleó en Junín en 1824 y se perdió la de Ayacucho por haber estado gravemente enfermo.
Por su participación en esa campaña libertadora, recibió la medalla que lleva grabada la leyenda “Yo fui del Ejército Libertador”.
Cuando se desató la guerra contra el Brasil, Rivadavia le reconoció el grado y estuvo como sargento mayor en las batallas terrestres, incluida la de Ituzaingó y fue edecán de los generales Lucio Mansilla, Carlos María de Alvear y Juan Antonio Lavalleja. Volvió a su casa con el grado de teniente coronel.
En las guerras civiles, peleó junto con los generales José María Paz y Gregorio Aráoz de La Madrid. Cuando los unitarios fueron derrotados en La Ciudadela, debió exiliarse en Bolivia.
Pena de muerte o casamiento
Estuvo a punto de ser fusilado cuando ya como coronel intentó una invasión de Tucumán a órdenes del general Javier López.
Fue su novia la que le salvó la vida. Desde Bolivia, ya coronel de 36 años, participó de la malograda invasión unitaria a Tucumán que terminó con la derrota en la batalla de Monte Grande, donde fue hecho prisionero. Fusilaron a los responsables y él, cuando ya se veía en el otro mundo, se salvó, ya que alguien intercedió.
Agustina Paz era una chica menuda y bella, nacida en Tucumán el 4 de mayo de 1810. Su papá era Juan Bautista Paz, ministro del gobernador Alejandro Heredia, quien había anunciado que en cuanto pudiera echarles el guante ejecutaría a los unitarios Javier López, a su sobrino Ángel López y a José Segundo Roca, si es que se animaban a entrar a la provincia para derrocarlo. Era 1836 y la lucha entre unitarios y federales estaba en su apogeo.
Ella convenció a su papá Juan Bautista Paz, ministro de Heredia, de que se le perdonase la vida, que ella se casaría con él. Su papá apoyó la moción de su hija, el gobernador se encogió de hombros y accedió.
Tres meses después, el 20 de abril de 1836, se casaron y tuvieron nueve hijos. El mayor se llamó Alejandro en honor al gobernador. Lo menos que podían hacer.
Durante esta época, los Roca vivieron muy ajustados, para Rosas era un unitario y lo tenía bien vigilado en Buenos Aires.
Luego de Caseros interpretó que había llegado su oportunidad de reivindicarse. Cuando el ex gobernador Gutiérrez se levantó en armas, fue Roca quien lo derrotó en el combate de Los Laureles, el 25 de diciembre de 1853.
Al año siguiente se lo incorporó al Estado Mayor de Plaza de Paraná y en 1857 ocuparía el cargo de jefe de policía en Tucumán.
Cuando su esposa falleció el 14 de octubre de 1855, repartió a sus hijos: Alejandro y Ataliva, los dos mayores fueron a vivir a Buenos Aires a la casa de su hermana Segunda y se dedicaron al comercio; los que seguían, Celedonio, Marcos y Julio Argentino fueron al colegio de Concepción del Uruguay, y los más chicos, Agustín, Rudecindo y Agustina quedaron con la abuela materna.
Trabajó en un campo cultivando la caña de azúcar, porque los 110 pesos que le pagaba el ejército no le alcanzaban para nada. Herencia de la familia de su esposa, tenía una finca llamada El Vizcacheral, ubicada en El Colmenar, departamento de Las Talitas, en Tucumán, en cuya casa nació su hijo Julio.
Combatió en Cepeda y en Pavón. En esta última batalla participó el joven Julio Argentino de entonces 18 años, quien por entonces era un teniente de artillería. Ante el avance a bayoneta calada de las tropas porteñas, su propio padre le ordenó retirarse junto con los cañones y que no se hiciese matar de gusto. “Yo les había tomado mucho cariño a mis dos cañones, no los quería abandonar, y le contesté como tú dices al pobre viejo con quien me reuní tarde en la noche en el monte de Flores”, recordaría Julio, quien después de esa acción volvió a sus estudios en el colegio entrerriano.
La correspondencia que sobrevivió revela su preocupación por sus hijos. A Ataliva le escribió que “te supongo ya muy juicioso desde que eres ya más hombre; sabrás tener un estudio particular en agradar a tu patrón y a su familia…” y como poco o nada le escribían, solía echárselos en cara: “Mucho has olvidado a tu pobre viejo. Hace un siglo que no me escribes. Tanto silencio me hace creer que soy un padre indigno de merecer los recuerdos de ti, pues creo eres el único que no me escribe. No olvides a tu padre”, en una carta a Alejandro de 1861.
Un retrato del padre de Roca, ya mayor (Museo Roca)
Memorias inconclusas
Roca padre y sus hijos Julio, Rudecindo, Celedonio y Marcos, y sus primos Marcos y Francisco Paz participaron en la guerra del Paraguay. José Segundo le había escrito a un amigo que “yo me marcho a Tucumán a ver si coopero en algo a la guerra en que se ve empeñado el país”. Tenía 65 años.
José Segundo comandaba una unidad de reclutas tucumanos. Julio Argentino se lo encontró a principios de 1866 en la Ensenadita, frente a Paso de la Patria, donde se habían establecido los cuarteles de verano.
Allí, la muerte lo sorprendió a las once de la mañana del 8 de marzo, sin que los médicos pudiesen salvarlo. Era coronel de caballería y jefe de la 4° División del Primer Cuerpo de Ejército. El Batallón Salta, al que pertenecía, lo despidió con honores militares.
Dejó el trabajo “Relación histórica de la Primera Campaña de la Sierra” escrito en 1865 a pedido de su amigo el coronel Gerónimo Espejo, quien lo había alentado a que contase toda la campaña libertadora. A su regreso del Paraguay, se había propuesto escribir sobre las campañas de Pichincha, de intermedios por el general Santa Cruz y la de Ayacucho. En carta a Espejo le había confesado que no se veía en papel de historiador, pero que cuando empezó a volcar al papel sus impresiones y recuerdos, éstos aparecieron como si hubiesen ocurrido el día anterior.
Sus hijos Marcos y Bernabé Celedonio también morirían en esa campaña. El primero víctima de una fiebre y el segundo en la batalla de Las Palmas. Este último, por orden del general Campos, sería enterrado aparte al pie de un gigantesco timbó, con una ceremonia especial.
Cuando su papá murió, Julio se sintió especialmente responsable por Agustina, su hermana, la menor de todas, que había quedado huérfana. Y desde el frente de batalla le envió cartas preguntándole cómo iba en la escuela, qué progresos había hecho y le recomendaba escribirle a él y a los otros hermanos que estaban con él.
En 1898, cuando Roca asumía por segunda vez la presidencia, recordó a su papá. “¡Pobre mi viejo! ¡Cuánta alegría no hubiera experimentado, no digo al verme Presidente por segunda vez, en esta tierra donde es tan difícil mantenerse por mucho tiempo en la cureña, sino cuando fui General a los 31 años sobre el campo de batalla! Su alma de soldado se hubiera estremecido de satisfacción y contento”.
En 1882 adquirió una parcela en el cementerio de La Recoleta, donde llevó los restos de su madre y de aquel viejo lindo que habían peleado junto a todos y en todas las guerras habidas y por haber.
Fuentes: Soy Roca, de Félix Luna; La amistad Roca Riccheri, de Rosendo Fraga; Publicaciones del Museo Roca. Documentos IV. Correspondencia; Apuntes Póstumos: 1ra. Campaña del General Arenales a la Sierra del Perú en 1820.
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