Opinión

AnálisisLa sorpresa de Macri que cambia el escenario

El presidente Mauricio Macri

Por Jorge Fernández Díaz

Macri podría citar a Camus si lo hubiera leído: «Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol». Boca Juniors resulta una metáfora exacta de su gobierno, un equipo sin brillos y con errores que aun jugando de manera mediocre sale ganando y por varios puntos, avanza y se consolida, deja sembrados a sus archirrivales por el medio de la tabla y despierta las suspicacias de la impotencia: tiene que estar haciendo trampa, esto es una pesadilla. Con todo, en nuestro país los insultos a la madre de la criatura son siempre preferibles a su ridiculización: para el argentino, es más respetable ser malvado que ser estúpido. Novaro piensa que Macri se quedó solo en el ring de la política y que en consecuencia debe ser culpable de todo: «¡Contra alguien hay que cantar!». Dirigentes peronistas y caciques sindicales de alto rango se arrepienten en privado de haber subestimado a la «bestia negra». «Creíamos que era débil y boludo (sic), y nos demostró que estábamos equivocados». A pesar de las iras de marzo y la vulnerabilidad económica, el liderazgo del ingeniero se viene afianzando, y esto puede acarrearle paradójicos dolores de cabeza, puesto que durante estos años ha sabido construir fortaleza desde la debilidad. Los dragones que lo acechaban se quedaron sin fuego, y por lo tanto, en esta etapa ya no mejora por contraste; tendrá que batirse a suerte y verdad con su mismísima gestión y con su propio destino.

Su discurso trajo una sorpresa mayúscula, que acaso plantea un punto de quiebre. Hace catorce años, Kirchner intuyó lúcidamente que se podía hacer política con los derechos humanos, porque esa causa blanca y transversal constituía una larga demanda pendiente que había sido desaprovechada por los políticos de gran porte: sus decisiones simbólicas, parlamentarias y judiciales le otorgaron autoridad moral, fragmentaron a la oposición y le granjearon el respeto de muchísimos críticos e indiferentes. Macri recoge la agenda del «progresismo de género», que es un fuerte requerimiento social en todo Occidente, y hace suya esa causa caliente con el debate por la despenalización del aborto, el igualitarismo salarial, las licencias por paternidad y otras banderas del nuevo feminismo. Es así como esos derechos humanos del siglo XXI que flotaban en el ambiente y que representaban a millones pero que pervivían en minorías políticas, fueron colocados en el centro de la escena, y esto ya insinúa algunos realineamientos en sectores independientes. Más allá de intenciones maquiavélicas, lo cierto es que tanto aquella decisión inicial de Néstor (luego malversada) como esta resolución de Mauricio mejoran en cierto modo a la Argentina. Los caminos de la política, como los de Dios, suelen ser misteriosos. Y controversiales.

Añade Macri la convicción de alejarse aún más del prejuicio conservador y de profundizar el carácter centrista de Cambiemos; es por eso que confirma un gradualismo torpedeado a izquierda y a derecha, se pronuncia contra el abolicionismo pero afortunadamente también contra la mano dura, y convierte Campo de Mayo -mítica usina de asonadas y desgracias, centro clandestino de detención-, en un simple Parque Nacional, bajando otro cuadro de la galería negra de la historia. Si lo hubiera postulado el kirchnerismo, Abuelas y Madres lo aplaudirían; como lo propone la «derecha», lo repudian.

Esta peripecia se inscribe naturalmente en un contexto de aspereza económica y de calentura social: hay gente que sigue mal y pierde la paciencia. Los sucesivos ajustes de las tarifas fueron imprescindibles, pero sus efectos inmediatos son inflacionarios y recesivos; luego de producidos sobreviene habitualmente un período de decepción y bronca, donde el optimismo tambalea. Hacia marzo, con precios nuevos y salarios viejos, y con la irrupción de la dura realidad después de la ensoñación estival, este Gobierno pasa sus peores momentos. Aunque quienes pulsan mes a mes el ánimo de la comunidad aseveran que el oficialismo cayó varios puntos en las clases altas de la Capital, y creció en las clases medias del conurbano: la actitud de Macri frente al caso Chocobar alarma a los porteños y gusta a los bonaerenses desesperados, y este factor no parece ajeno a ese vaivén. Lo cierto es que Macri ya dejó de caer, y si un inversor extranjero comparara verano contra verano comprobaría que el año pasado el affaire del Correo había deteriorado fuertemente su imagen, Brasil seguía en picada, los precios transparentes habían ahogado el consumo, el sindicalismo se mantenía unido y listo para un paro general, y Cristina era una amenaza. Un año más tarde, existen sospechas de corrupción pero ninguna lesiona de un modo tan directo al jefe del Estado, Brasil se recuperó, el consumo empezó a crecer en diversos segmentos, el gremialismo se atomizó y perdió potencia, y Cristina fue arrasada. Catterberg propone un juego más cercano en el tiempo: Cambiemos pasó 60 días sin manejar la agenda, en diciembre caía en la consideración pública, parecía que el Congreso lo esperaba con piedras y con una serie de derrotas, y la sombra de la CGT se cernía sobre su gobernabilidad. Hoy, Cambiemos maneja la agenda, obtura el declive, envía al Parlamento proyectos consensuales y otros que dividen a la oposición, y el conflicto sindical tiende a ser puntual y medianamente neutralizado. ¿Los CEO son mejores políticos que economistas? ¿De verdad lo peor ya pasó?

Según los «cerebros» del plan, los ajustes tarifarios terminarán en abril, cuando el gas se incrementará cerca del 30%; soslayan que en mayo aumenta el agua y en junio el transporte. A pesar de ello, sostienen que a mediados de año se llegará finalmente a la «normalización tarifaria», y que el dólar alcanzará su nivel necesario, las paritarias se cerrarán según el horizonte futuro y el Tesoro dejará de requerirle préstamos al Banco Central. Están seguros de que allí la inflación descenderá y habrá otro clima en la calle. Recurren a datos duros para defenderse: la actividad económica se incrementó en un 2,8%, llegó a los escalones de 2015 y arrancó 2018 por encima de esa línea; el salario real le ganó a la inflación; enero y febrero registran récords históricos en compra de autos y motos, y tuvieron un repunte espectacular el turismo y los electrodomésticos. A eso le adosan el significativo volumen de la recaudación tributaria (subió un 37%), producto de que la rueda se mueve, y remarcan que por primera vez en febrero el crecimiento de las exportaciones argentinas a Brasil fue alto y superó a las importaciones, un signo virtuoso en medio de una carrera penosa.

«El crecimiento es desparejo porque estamos haciendo dos cosas a la vez: un plan de estabilización y un cambio de régimen económico -argumentan-. Algunos ganan y otros pierden. Unos están conformes, otros nos quieren matar». Callan piadosamente los retrasos y las chambonadas, pero aun así no parece un escenario de recesión; tampoco una fiesta de prosperidad y alegría. Y siempre crispa los nervios pensar que este programa gradual implica caminar un largo pasadizo subterráneo rogando que no se produzca ningún derrumbe. Que el mundo no sople y el techo se nos venga encima, puesto que dependemos del crédito si no queremos resignarnos a un recorte salvaje de empleados y obra pública, o a una hiperinflación pavorosa. En este campeonato nacional, Boca no hechiza. Pero tiene la suerte del campeón, y sus rivales son peores y están desconcertados. El fútbol es así.

Por: Jorge Fernández Díaz

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