Apesar de la enorme participación de afrodescendientes en las guerras por la Independencia, solo dos nombres han llegado a ocupar un lugar en el panteón de héroes de la nación: Antonio Ruiz (Falucho) y María Remedios del Valle. El primero tuvo su monumento en 1897. La heroína, recién ayer.
La llamada Madre de la Patria es una referente en el movimiento afrodescendiente contemporáneo. Una mujer que en 1810 se enroló junto a su esposo e hijos en el Ejército del Norte de Manuel Belgrano. Pese a que no aceptaba mujeres en sus filas, Remedios luchó y cuidó heridos, y finalmente Belgrano la nombró Capitana del Ejército. Perdió a toda su familia. Fue capturada prisionera. Cuidó y ayudó a escapar a compatriotas. Fue descubierta y azotada durante nueve días. Escapó. Volvió al campo de batalla.
Muchos años después, pidió una pensión y le fue denegada. En 1827 el General Juan José Viamonte, antiguo compañero de armas, la reconoció en la calle: la Capitana era una mendiga. Fue largo el proceso hasta que se logró que se la reconociera con el grado de Sargento Mayor de Caballería. En 1835, Juan Manuel de Rosas la designó Sargento Mayor, y ella cambió su nombre por el de Remedios Rosas. Pasaron los años otra vez, casi dos siglos, y recién en los últimos años se rescató del olvido su memoria.
La obra que ahora le rinde homenaje es el proyecto ganador del concurso Escultura María Remedios del Valle, organizado por la Secretaría de Patrimonio Cultural, del artista Alexis Minkiewicz, realizado junto a Gisela Kraisman y Louis Yupanqui. Kraisman y Minkiewicz son escultores; Yupanqui es una activista de la lucha antirracista y por los derechos afro y transgénero que ofició como modelo.
“Su propio cuerpo narra una historia de lucha y supervivencia de una comunidad absolutamente ignorada por la historiografía y que, aún así, cobra cada día mayor visibilidad en la esfera pública”, se lee en el texto del proyecto. “Nos interesaba pensar ese cuerpo en primera persona. Que esa identidad tuviera un nombre y un apellido, más allá de Remedios del Valle”, explica Minkiewicz.
Entre los tres imaginaron cómo recrearla. Louis quería bronces, uniforme militar… Minkiewicz la pensaba más alegórica, desnuda. “Entendí que había una deuda en relación a lo que esa figura representa y lo que la gente busca en esa representación”.
Pensaron qué ropa debía vestir, qué postura adoptar. Y salió, entre 2020 y 2021, una figura en pose combativa, en pleno grito de lucha, que empuña una bandera y aunque viste casaca militar, que deja ver sus pechos, y sus piernas pisan fuerte en el pedestal donde se erige. Quien la ve desde la calle Estados Unidos la encuentra de espaldas, envuelta hasta los pies por una bandera. Pero dando la vuelta, ya dentro de la plazoleta, se encuentra toda la potencia y la expresividad de esta mujer de más de dos metros de alto. Todavía no está iluminado para disfrutarla por las noches.
El artista suele trabajar en esculturas tamaño monumental: en el museo Marco mostró en 2019 Rep(ú)lica, réplica del monumento que corona el edificio del Congreso colgado de los pies. En La piedad de las estatuas, 2021, llenó la Manzana de las Luces con alegorías que nacieron de alterar la narrativa de los monumentos oficiales. “La convocatoria no era para un monumento, pero la propuesta de la escultura apuntaba a eso”, señala.
La tecnología fue fundamental. Debe ser de los primeros monumentos creados en impresora 3D. Fue generado en más de cien partes por diez máquinas, y luego ensambladas como un rompecabezas. Un tratamiento final similar al casco de un barco: “Tiene una terminación con masillado, una resina y una laca que la protege. La idea en algún momento es que se encarne en bronce”. Está preparada para perdurar.
Además, el monumento está liberado para multiplicarse al infinito: basta con entrar en la página web de Minkiewicz, bajar el archivo que está disponible para descargar y llevarlo a imprimir con impresora 3D. “Se obtiene una réplica del tamaño que cada uno quiera, en forma totalmente gratuita “, alienta el artista.
Sobre las mil y una caras de Remedios, no hay debate. “Las mujeres, sobre todo las pobres y negras o mestizas, como Juana Azurduy o Remedios del Valle, y muchos varones, como Artigas o Güemes, no tuvieron retratos en vida: son todos inventados”, dice a LA NACION Laura Malosetti Costa, autora de Retratos Públicos, Pintura y fotografía en la construcción de imágenes heroicas en América Latina desde el siglo XIX, recién publicado por Fondo de Cultura.
“Trabajo sobre la representación de afrodescendientes e indígenas en la estatuaria, y más allá de la escultura, fue muy interesante lo que pasó en la inauguración, con todos los actores de comunidades que estuvieron presentes y se sintieron muy representados. Es una reivindicación“, analiza Carolina Vanegas Carrasco, curadora de la muestra Sin pedestal. Racismo científico en la escultura del siglo XIX, que se puede ver en el Museo Histórico Sarmiento. La exposición presenta un conjunto de obras del escultor veneciano Víctor de Pol (1865-1925) que se ponen en diálogo con el “racismo científico”, la idea que pretendía sustentar un vínculo entre las características físicas de las personas y su inteligencia. Respecto del monumento: “Su forma final es muy decimonónica, una escultura figurativa que parece de bronce, aunque no lo sea, sobre un pedestal. Hoy se discute si esa estrategia conmemorativa sigue siendo vigente o si hay otras formas de hacerlo”.
En un artículo publicado por Caiana (Revista de Historia del Arte y Cultura Visual del Centro Argentinod e Investigadores de Arte), titulado Los múltiples rostros de la Madre de la Patria, la investigadora María de Lourdes Ghidoli también lo analiza: “…imágenes complejas alimentadas por luchas, negociaciones y resistencias en la larga duración. Autorretratos peculiares, únicos aun en su multiplicidad y en los que los cuerpos y las experiencias de las mujeres negras se tornan en sustento en el proceso de revisibilización afroargentina”. En bronce, mármol o impreso en 3D: el oficio del escultor de monumentos también admite distintas facetas.
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