Por Carlos Saravia Day
Ya no hay lo que había, aquellos nómades de la ineptitud que habían entrado a saco roto como los tercios españoles a Roma en el siglo XVII. Pero se han ido y no volverán.
Hoy hay nuevo gobierno, y el acto más importante de la nueva gestión está en la ley ómnibus, así llamada, empollada en un gabinete de águilas y ha salido un ciempiés, que no por tener cien patas anda más rápido que un bípedo implume con solamente dos (tal como Platón caracterizaba al hombre.
Es compresible la necesidad y urgencia del gobierno que muchas veces la paga cara como lo demuestra el retiro y la necesidad de la insistencia en obtener la ley. En el intervalo, entre dimes y diretes, la ley quedó convertida en un mercado persa donde promiscua y se permuta, la moneda de cambio en nombre de un federalismo maltrecho que trae a recuerdo el tiempo institucional de los pactos durante la anarquía del año 20 en el siglo 19, cuando promiscuaban pactos institucionales hasta con arreglos pecuniarios, como el pacto de Benegas, cabeza de la serie, por el que Buenos Aires con Rosas indemnizara con 30 mil cabezas de ganado vacuno a Santa Fe, gobernada por el sargento mayor Estanislao López. La casuística de los pactos es heterogénea y en la mayoría de los casos hermética, tal el caso del pacto Perón-Frondizi.
Hoy se echa mano al “federalismo”, palabra eufórica y que suena bien, como bandera neutral para cubrir el contrabando de mercadería y disimular la mala gestión de los últimos 25 años (hay gobernadores que llevan ese tiempo ininterrumpido ejerciendo el cargo) y como decía Lord Acton: “El poder corrompe y cuando es absoluto corrompe absolutamente”.
El Federalismo como cuerpo doctrinario tiene que ser reexaminado, sobre todo en la económico y financiero, que es lo que más preocupaba a Alberdi, atendiendo a la incumplida manda constitucional que obliga a hacer una ley de coparticipación federal.
La promiscuidad de la ley “ciempiés” desconoce la elemental regla de Descartes en su celebérrimo “Discurso del Método”: Dividir las cosas lo más posible, para poder resolverlas; ordenar el pensamiento que vaya de lo más simple a lo complejo”.
Lay ley ciempiés mezcla todo y olvida el dicho criollo: “Lo separado es aparte”. Piensa con los pies y camina con la cabeza. No tiene pies ni cabeza.
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