Por Carlos Saravia Day
Así llamaron los que a sabiendas y de manera reiterada y prolija practicaron “el fraude electoral o patriótico” que marcó una época conocida como la década infame entre los años 30 y 40 del siglo pasado.
La UCR hizo el sacrificio con su lucha hercúlea de limpiar “los establos de augias”, el más famoso trabajo de los 12 de Hércules: la limpieza del sufragio que con distinta fortuna la historia fue consolidando con retrocesos como el fraude reciente de la ciudad de Tucumán en pleno siglo XXI.
Desde Roma el derecho al sufragio fue sagrado. En el cabildeo preelectoral no faltaban los Timócrates que hoy subsisten, nuevos ricos de cuerpo grueso y vida pletórica, prefirieron una silla en el senado, que estaba allí en representación de un partido que ni sabía cuál era.
Lamentablemente en Roma, como hoy en día, los políticos eran elásticos, lo único que la ley no permitía era que con pago efectivo la promesa fuera cumplida. Así también el sorprendido podía salvarse, lo que con sonrisa irónica llamaban: “Compensación de la estafa legalizada”.
Fue la lucha de la UCR y tres personalidades las que dieron lugar a la limpieza y a la vigencia de la Ley Sáenz Peña: el mismo Sáenz Peña, su ministro el salteño Indalecio Gómez y el presidente del radicalismo Hipólito Yrigoyen. Tres fueron las revoluciones que hizo el radicalismo en defensa del sufragio: en 1890, 1903 y en 1905: Jaldo y Manzur en Tucumán tienen la palabra.
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