Por: Patricio Navia*
Las protestas y los saqueos que se han visto en Chile en los últimos días llevan inmediatamente a la comparación con otras situaciones de descontento social que han proliferado en América Latina.
Pero a diferencia del descontento con los gobiernos y con la crisis económica que han gatillado las protestas en otros países, las causas del descontento en Chile son más difusas. El país ha crecido en años recientes. La pobreza está en su nivel más bajo desde que hay registro. Incluso la desigualdad-una característica tan propia del país-está en sus niveles históricos más bajos. Los chilenos están descontentos. Pero no porque el país avance por el camino equivocado o porque la situación hoy haya empeorado respecto al pasado reciente o al pasado remoto. Los chilenos están descontentos porque el país no avanza lo suficientemente rápido por el sendero del crecimiento económico y el desarrollo con iguales oportunidades para todos.
El descontento en Chile ha sido identificado y diagnosticado repetidas veces desde mediados de los 90, pocos años después del retorno de la democracia. Algunos sociólogos advirtieron que el modelo económico chileno producía incertidumbre en la población. Equivocadamente, interpretaron esa incertidumbre como algo negativo. Pero la incertidumbre es solo un problema para aquellos que están en posiciones de comodidad. Para los que menos tienen, la certeza de seguir siendo pobres es una condena. La incertidumbre es el refugio de la esperanza.
La movilidad social ascendente que se ha producido en Chile desde el retorno de la democracia es impresionante. Comprensiblemente, los gobiernos anteriores pusieron el énfasis en programas sociales que combatieran la pobreza. El incuestionable éxito de Chile en combatir la pobreza llevó al país a crear indicadores más sofisticados de pobreza. Con los mismos indicadores que a comienzos de los 90 revelaban que 4 de cada diez chilenos vivían en pobreza, la pobreza de hoy es inferior al 10%. Los nuevos indicadores de pobreza multidimensional estiman que casi un 20% de la gente vive en pobreza. Pero si usáramos esos indicadores para medir la pobreza en 1990, el porcentaje estaría por sobre el 70%. En el curso de tres décadas, Chile se ha convertido en una nación en que la clase media es mayoritaria.
Pero esa emergente clase media tiene demandas y expectativas diferentes a las de los que menos tienen. La clase media ha visto la tierra prometida y quiere entrar. Eso ha hecho que la elite se sienta amenazada. Esa misma elite que estaba tan comprometida con el combate a la pobreza no está dispuesta a compartir la tierra prometida del privilegio y las oportunidades con la nueva clase media. Después de todo, para que haya movilidad social ascendente, debe haber también movilidad social descendiente. Por cada persona que entra al quintil de más ingresos, otra persona debe salir de ese quintil. La elite puede querer combatir la pobreza, pero no quiere compartir sus privilegios con la clase media. Una cosa es ayudar a los pobres a que dejen de serlo, otra muy distinta es permitir que los hijos de esos pobres ahora compitan por las oportunidades y por los trabajos con los hijos de la elite.
El mal manejo del gobierno del derechista Sebastián Piñera ha empeorado las cosas. Incapaz de asegurar el control del orden público, Piñera decretó estado de emergencia el viernes pasado. Aunque los militares salieron a la calle el sábado, los saqueos a supermercados y la destrucción de las estaciones del metro se prolongaron todo el fin de semana. Pero el gran problema del gobierno no estuvo en su reacción a las protestas sino en la forma en que contribuyó al descontento. Desde su llegada al poder, Piñera promovió una reforma tributaria que bajaba los impuestos a los más ricos. Si bien el gobierno argumentó que eso ayudaría a reactivar la economía, la mayoría de los chilenos se convenció de que Piñera estaba más preocupado de los que más tenían que de los más pobres y de la clase media.
El descontento observado este fin de semana refleja más que la molestia con el gobierno, la molestia con esa elite incapaz de aceptar que la clase media chilena se quiere sentar a la mesa de la toma de decisiones y desafiar la posición dominante de la elite.
La mala noticia es que ha habido mucha destrucción y violencia-aunque afortunadamente muy pocas muertes. La buena noticia es que hay una solución factible y razonable. Chile no está en una crisis económica. Las cuentas fiscales están saludables y el país está en condiciones de encontrar una salida que mejore la distribución del ingreso y abra las puertas de la clase media a esa tierra prometida que, hasta ahora, ha sido habitada solo por la elite chilena.
* El autor es un politólogo chileno y profesor en NYU
Fuente: La Nación
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