Por Carlos Saravia Day
San Ignacio, cuando fundó su Compañía de Jesús (Orden canónica militar), la hizo para contrarrestar la reforma protestante que había asentado el principio del libre examen. San Ignacio, al estilo militarista exigía la obediencia pasiva y perfecta: “Perinde ac cadaver”, (disciplinado como un cadáver), esto es ciegamente, sin replica, sin siquiera una tácita observación reflexiva. San Ignacio, no en balde había sido militar, en este principio ignaciano se encierra el secreto del ejército en su función específica.
El fascismo de Mussolini al promediar el siglo pasado lo enuncia del mismo modo lacónico su divisa militante: “Credere, obediere et combatiere”.
El pintoresco tirano boliviano Mariano Melgarejo arengaba a su tropa:” Las órdenes se cumplen, cañón en cartuchera”.
Disciplina jerárquica y obediencia ciega, son las virtudes militares esenciales, aunque se calaba hondo, lo sustantivo era la abdicación del propio juicio.
El ejército se comporta como reflejo condicionado al estímulo de la respuesta incondicionada y perentoria.
No es exclusivo de la profesión militar en cuanto al mecanismo de abdicación del juicio crítico, si no que se trasladó también a los espacios, partidos y movimientos políticos o como mejor se los llame.
Hoy el peronismo y antes también, hecha mano a la verticalidad y toda decisión descansa exclusivamente en la jefa eludiendo el análisis, la deliberación y la crítica. En ese sistema el conductor no es guía, si no jefe o jefa. “Magister dixit”(el maestro lo dice) y no hay réplica. Y así es que, como lo dijera Mariano Melgarejo…cañón en cartuchera.
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