Por Carlos Saravia Day
En la antología del cinismo político argentino se recuerda la frase de Uberto Vignart, conservador de La Plata, cuando alardeo en pleno recinto del Congreso de la Nación. “Soy el diputado más fraudulento del país”, entre las risas despreocupadas de la bancada conservadora.
Muchos años han pasado desde entonces, y hoy el gobierno de Nicolás Maduro desanda la historia y repite el karma que siempre acecha en estas crueles republicas.
Hoy se repite en Venezuela y da un tranco atrás cuando la OEA no repudia el fraude de modo categórico. El principio de legitimidad democrático universalmente reconocido se asienta en la voluntad general en comicios libres con reglas previas, claras y aceptadas y no en injustificadas demoras, más cuando el conteo es electrónico.
Si Maduro no sabe contar que se ponga pantalones cortos y vuelva a primer grado.
El Fair Play que llaman los ingleses, impone como primera regla de la democracia el estar dispuesto a ganar y perder y que la mayoría renuncie a eternizarse en el poder violando la alternancia.
Solo la monarquía es vitalicia como el papado.
Maduro y su régimen hoy pretenden en Venezuela ejercer el poder “ad nauseam”, es decir hasta el vómito.
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