Por Carlos Saravia Day
Muchos defendemos la democracia sin creer que es un dios y que en ocasiones puede pactar con el diablo.
La defendemos por una razón histórica: la libertad política, el régimen representativo, el sufragio universal, la existencia de minorías, la publicidad de los actos de gobierno, la periodicidad de las funciones del gobierno, la división de los poderes y la responsabilidad de sus gobernantes.
Muchos pensaron que con la identificación del gobierno con la vigencia constitucional todo estaba resuelto. En ese momento el presidente Alfonsín en un rapto metafórico proclamaba: “Con la democracia se come, se cura y se educa, sin embargo, la realidad con su terquedad lo desmiente y lo convierte en un recetario de ilusiones. Hoy, como nunca, faltan hospitales y escuelas y sobran planes alimentarios.
Entre la teoría y la práctica del constitucionalismo democrático se abre una brecha (y esta sí que es BRECHA) que es un vacío que se está llenando de impostura y mentira, que es la negación constante, consiente y premeditada de la verdad.
Todas estas miserias están en su punto y no paren nada (como diría el poeta Quevedo) hasta convertirse en la nada misma.
Solo dos pasiones elementales y fáciles de encender y difíciles de satisfacer: Riqueza y Poder.
El poder descansa en un consenso de grupos en donde todo está acordado y repartido entre sectores que carecen de valores y que solo aspiran a retener y aumentar crecientes parcelas del poder estatal, para repartirlas entre sus insaciables militantes. La vida política es una parodia con la lotificación del poder tullido.
Todo está deslizándose por el vacío creado por el gobierno y engullido por el agujero negro de la nada.
Todo se mezcla como en un mercado persa con letra, tono y diapasón discepoliano y se confunde lo público con lo privado. “Flatus Vocis”, voces al pedo hablando en criollo. Se piensa que Dios dio la palabra al hombre para ocultar su pensamiento y como en el teatro griego las máscaras caen una tras otras con sus insinceras representaciones actorales.
Fue tarea de Neptuno, el dios del mar, que pudo asir a Proteo, el dios de las mil caras y una vez inmovilizado y sin posibilidad de metamorfosearse mostró su ultimo y verdadero rostro: Un expediente penal con categoría de “Cosa juzgada” que en días más la Cámara Penal leerá sus fundamentos.
“Res iudicata pro veritate habetur” (la cosa juzgada se tiene por verdad) lo demás es pura cháchara.
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