Fue 1 a 0 con una gran definición de Mateo Retegui. El Lobo fue de mayor a menor y falló una chance clarísima justo antes del grito visitante.
La costumbre del triunfo en clásico, sostenida en su columna vertebral. Un arquero de guantes firmes. Un volante central que mete, corta y entrega al pie. Un diez que iluminó el camino con su pie derecho y puso nerviosos a los rivales, apoyado en un complaciente Néstor Pitana. Un centrodelantero de joven cédula de identidad, pero vintage, como aquellos que aguantaban de espaldas, pivoteaban, metían la descargada y finalizaban las jugadas. En Mariano Andújar, Iván Gómez, Gastón Fernández y Mateo Retegui justificó su triunfo Estudiantes. Y en Nicolás Contín, el pibe correntino de Gimnasia que tuvo en sus pies el grito de un gol que podría haber desafiado a aquel terremoto del uruguayo Perdomo en 1992, pero terminó propiciando el derrumbe de su propio equipo.
Fueron casi dos golpes simultáneos para Gimnasia. En apenas tres minutos, pasó de acariciar el éxito a lamentar la derrota. Fue una jugada que armó José Paradela, el volante de mejores recursos pese a su edad. Desbordó Matías García, la pelota cruzó el área de punta a punta y Contín, de frente al arco, remató a las nubes. Nadie lo podía creer.
Las respuestas fueron paredes entre Fernández y Retegui y un gol de media distancia del hijo del Chapa, técnico del hockey. Fue un palazo para Gimnasia y nunca se pudo recuperar, más allá de que había sido más ambicioso que Estudiantes desde su postura.
Tensión, dientes apretados, imprecisiones, nervios en la tribuna. El clásico tuvo todos los condimentos propios de un desafío de esta naturaleza en el primer tiempo, pero le faltó juego asociado, circulación limpia de la pelota y situaciones frente a los arcos. Y bajo esta coyuntura, tuvo mayor ambición Gimnasia, pero las posibilidades más claras, Estudiantes.
Es que Milito llegó a 60 y 118 con el objetivo de cortar y salir rápido. Hacia los costados, fundamentalmente, donde Edwar López y Manuel Castro hacían las bandas. El uruguayo tuvo dos claras: un mano a mano a la carrera que tapó Martín Arias y un tiro en el palo.
Diego Maradona estableció un 4-1-3-2 con Víctor Ayala como salida y la prioridad de elaborar con los pibes Paradela y Miranda. La búsqueda estuvo enfocada a la izquierda, donde García podría ofrecer algún desborde. Y cuando se cerraba el camino, intentaba por el otro sector con Horacio Tijanovich. Lo perdió Guiffrey en el segundo palo.
Tuvo la pelota, pero no fue peligroso Gimnasia. Y después del gol de Estudiantes, le costó recuperar el aliento. Debió ser expulsado la Gata. Milito se avivó y lo sacó más rápido de lo que pedía el cambio. Las variantes de Maradona no ofrecieron soluciones: el venezolano Vargas, Spinelli y Coronel, tarde, en el final para cabecear algún centro.
Estudiantes ganó. Una vez más. Con esa supremacía que tiene desde hace casi una década y la resurrección de Milito, cuyo ciclo parecía cumplido hace tres fechas. Gimnasia está hundido, cada vez más aferrado a un milagro con el sello de Diego.
Fuente: Clarín
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