Los sectores de la población de ingresos medios y medio bajos están sufriendo -además del deterioro de su poder adquisitivo- un menor acceso al financiamiento de sus consumos. Esto se debe a que hay una constante reducción en el número de tarjetas de crédito activas. Y esa reducción se hace más evidente justamente entre quienes están en la mitad inferior de la pirámide socio económica.
Un estudio reciente de la cámara que agrupa a las tarjetas de crédito -Atacyc- señala, en base a datos propios y del Banco Central, que actualmente hay 18 millones de tarjetas de crédito que se utilizan con regularidad. Es una caída de 3,7 millones de tarjetas respecto al registro de 2018.
Dado que los segmentos altos y medios altos no sufrieron casi alteraciones en su cantidad de plásticos, el recorte se da entre la población de ingresos medios, medios bajos y bajos. Esto quiere decir que los sectores de menores ingresos han reducido drásticamente el uso de la tarjeta, y algunos directamente las cancelaron o las tienen olvidadas.
Detrás de este fenómeno que habla a las claras de una menor accesibilidad o incluso de un retroceso en la llamada “inclusión financiera” hay razones concretas.
La caída de plásticos es también la reacción del sistema financiero a regulaciones específicas, como el tope a las tasas de interés que impone el Banco Central al financiamiento de los consumos. Es decir, le pone un límite a los bancos a la hora de cobrar intereses por la parte del saldo de gastos pagados con tarjeta de crédito que no se abonó a la fecha de vencimiento del resumen.
En los últimos años el negocio de las tarjetas de crédito ha sumado nuevas regulaciones. Las principales: el mencionado tope a las tasas de interés, la reducción de las comisiones que se cobran en cada operación y la menor cantidad de días que tiene que esperar un comercio para que el banco le acredite el monto de cada venta.
Estos tres factores explica un banquero a Clarín, tienen altísimo impacto en un contexto de alta inflación.
El tope a la tasa de interés es más que obvio. Esto se agrava, desde el punto de vista de que financia la operación -el banco- porque los riesgos de morosidad crecen si los ingresos del usuario no acompañan la inflación.
Esta semana, por caso, el INDEC informó que los salarios siguen perdiendo contra la inflación. La pérdida promedio de poder adquisitivo es del 25% en cinco años. Los más golpeados, desde ya, los sectores medios y medios bajos. Justamente donde se perdieron la mayoría de las tarjetas de crédito. La tasa que los bancos cobran a aquellos usuarios que abonan el pago mínimo del resumen, conocida como “tasa de revolving”, es hoy del 77% anual nominal (140% efectiva). Esa tasa rige para financiar resúmenes de hasta 200.000 pesos.
La menor espera del comercio también afecta a los bancos. Tienen que liquidarle al comercio, en promedio, a los 15 días de la venta. Pero el banco tiene que esperar unos días más para cobrar dicha operación. En definitiva: hay una cierta cantidad de días, descalce, que juegan en contra del banco, por el llamado “floating” la cantidad de dinero que pagaron al comercio pero aun no recibieron del usuario de la tarjeta.
La cuestión acá es que si el usuario hizo un consumo el día siguiente del “cierre” del mes se está financiando gratis durante 30 días. Naturalmente, Lo que es gratis para el usuario de la tarjeta es un costo para el banco.
En ese escenario es que los bancos asumen una estrategia de acotar los usos de la tarjeta de crédito. Esto se ve con claridad en las entidades que atienden a los sectores de menores ingresos. ¿Cómo? No ampliando los límites de gastos, sobre todo, o directamente no renovándola al vencimiento. Con el tope a los intereses el Central quiso defender a los usuarios. Pero en la práctica los terminó perjudicándolos. Estos usuarios se corren al sistema no bancario, donde las tasas de interés son entre 20 y 30 puntos porcentuales más altas. Vuelven a perder.
Lo cierto es que todo esto ocurre cuando en un escenario de alta inflación el uso de la tarjeta de crédito es una opción muy ventajosa para el usuario. Siempre, claro que su uso no compita con el famoso “descuento de 10 o 20%” por pago efectivo, muy común en estos días.
Lo ventajoso es que se puede hacer un consumo el 1 del mes y pagarlo a los 30 días sin ningún tipo de interés. “Para el que tiene un límite de gastos interesante y puede pagar todo el resumen es un negociación” admiten en un banco.
El “negoción” se completa, claro, depositando toda la liquidez que sea posible en un plazo fijo o fondo común que rinda unos pesos durante el mes en cuestión.
Desde el punto de vista de los bancos, no hay casi negocio rentable con la tarjeta: el cliente de bajos ingresos ha sido raleado. El de altos ingresos le saca el jugo a la inflación y si no financia parte de su consumo no le deja un peso al banco.
El menor uso de la tarjeta se encuadra, desde ya, en un menor financiamiento generalizado a lo que el Banco Central denomina “personas humanas”.
En su último informe de inclusión financiera muestra que el saldo deudor con bancos de las “personas humanas” cayó en pesos constantes -descontada la inflación-, de $ 106.000 en diciembre de 2017 a $ 71.000 en junio de 2022. Para entidades no financieras la caída fue de $ 100.000 a $ 56.000.
El mismo informe señala que la operación promedio con tarjeta de crédito pasó de $ 1.846 en junio de 2016 a $ 1.581 en junio de 2022. Siempre en pesos constantes.
Otro dato interesante que surge del informe de ATACYC es que las tarjetas de crédito, tanto de bancos como de entidades no financieras, sigue siendo la principal herramienta de financiación de créditos para el consumo. Explican el 59% del total de operaciones, seguido por préstamos personales del sistema financiero (25%), ANSES (7%), Préstamos personales de operadores no financieros (6%), las llamadas fintechs (2%) y fideicomisos (1%).
Con estos datos a la vista se puede concluir que la regulación de tasas tal vez logra efectos contrarios a los buscados. Y que el sistema financiero tradicional es, por ahora, el principal proveedor de crédito, aunque esté está decayendo sensiblemente.
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