Por Carlos Saravia Day
A la radical pregunta de la ciencia política del porqué unos mandan y otros obedecen, la historia fue dando respuestas sucesivas y distintas.
Luis XIV, el rey sol de Francia, dijo el “Estado soy yo”. Es la respuesta absolutista, que contrasta con el enunciado democrático de Abraham Lincoln: “la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Definición eufemística, que repetimos sin fatiga porque tiene el encanto de la búsqueda que jamás se alcanza y a la que el demócrata nunca renuncia.
Fue recién Montesquieu, después de la revolución francesa, que dividió el poder en tres y aquietó el debate sobre su unicidad. Sólo el poder detiene al poder; es su división la que puede enervar el abuso, sobre todo el del poder ejecutivo.
Ahí asoma la figura del vicepresidente. Junto al presidente, pero a la vez, encabezando el senado. Un nexo entre los dos poderes políticos. La solución resuelve la paradoja: el vice es el encargado de articular la acción entre ejecutivo y legislativo, preservando, desde ese puente, la división de los poderes, y evitando la parálisis de la acción del Estado.
Con un pie en cada poder, el vicepresidente es el instituto del ingenio republicano para responder a la tensión de un poder político dividido. No es el dogma lo que prima sino la idea, que se somete a verificación histórica. Camino distinto al del cristianismo, que opta por el dogma trinitario y lo funde a través del tres en uno, y uno en tres.
La figura del vice, por su origen, tiene la misma legitimidad electoral que el presidente, al que acompaña hasta el final de su mandato. Su función no es subalterna; no es un convidado de piedra, como en la obra de Tirso de Molina, ni se reduce a una rueda de auxilio político, sino que completa la fórmula presidencial.
La política tiene que evitar el vacío, que es la nada misma. Es ante la muerte (algo más que posible en todo ser), la licencia o el juicio político (más improbable), que la institución está destinada a cambiar de destino y asumir otro rol, el presidencial.
El presidente Yrigoyen recomendaba que la fórmula debía ser solidaria. Consejo que se siguió cuando la convención radical eligió la fórmula Marcelo T de Alvear y Elpidio Gonzalez. Alvear entró rico y murió con sencillez; Gonzalez fue cabal ejemplo de virtud republicana: se negó a cobrar sueldo alguno y rechazó cualquier jubilación de privilegio, porque consideraba que estaba mal cobrar para lo que el pueblo lo había elegido.
Algunos siguieron esta línea, como el vice del Dr Illia: no se jubiló, aún en la penuria, porque su presidente no lo hacía; lo acompañó hasta el final. Otros fueron más ingratos, como el vice del Dr de la Rúa, que simplemente no lo fue… Y otros, como Julio Cobos, héroe o traidor, de acuerdo al ojo que lo juzgue.
Hay algo cierto: el vice no deja de ser un presidente al acecho. Hay veces que la lealtad respeta personas y principios. Hay otras que se divide y el protagonista enfrenta el férreo dilema que impone el sagrado juramento, por Dios y por la Patria.
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