El escritor mexicano Juan Villoro escribió hace unos días: “Estamos a punto de que el fútbol se convierta en un videojuego. Solo falta eliminar un obstáculo: los jugadores”. La ironía, que contiene una importante dosis de realidad, la formuló en uno de los deliciosos textos que durante el Mundial de fútbol publica día por medio en el diario El País de España. Villoro, brillante y futbolero (su obra “Dios es redondo” es ideal para estas horas), es uno de los tantos que despotrica contra el VAR (“Equivale a contestar el teléfono mientras haces el amor.
Enemiga de la espontaneidad, la FIFA ha puesto un teléfono en la cama”) pero también pone el ojo en un punto que excede al fútbol: hasta dónde llegará la industria del deporte de la mano de la tecnología.
El rugby fue de los primeros deportes en incorporar la tecnología aplicada al arbitraje. La entonces International Rugby Board (hoy World Rugby) instauró el TMO (en ese entonces llamado video-ref) en 2001. Comenzó siendo una herramienta sólo para jugadas relacionadas con los tries. Con el tiempo se fue extendiendo a casi todas las situaciones de juego. Al revés del fútbol, nunca hubo críticas al sistema. Por el contrario, fue bienvenido. Ahora se lo empieza a revisar. Una de las ideas que la dirigencia quiere implementar es reducir las consultas al TMO. A veces, en los partidos se consumen largos lapsos en interrupciones porque los árbitros prácticamente no dejan de convalidar un try sin antes recurrir a las distintas imágenes de la TV.
También se están analizando otras medidas –experimentadas en unos partidos jugados en octubre en Australia- que reconviertan al rugby en un juego más dinámico, con más tiempo neto y menos detenciones. En el gabinete se examina recortar el tiempo para ejecutar los penales, las conversiones y los reinicios, y en la salida de la pelota en los rucks. También está en estudio –una vez más- el scrum. Las variantes van desde eliminar el reseteo –como propone el neozelandés Wayne Smith- hasta reducir el tiempo para formarlo (un límite de 30 segundos). Además se evalúa no sancionar más un penal en esa formación, sino un free-kick, lo que evitaría la secuencia a la que hoy recurren todos los equipos: penal-line-maul. “En el scrum, se está buscando más provocar el penal que sacar la pelota para jugarla”, agregó Smith.
Especialmente desde que en 1995 comenzó la era profesional, el rugby ha tenido decenas de variantes en su reglamento (y en el scrum), pero siempre en pos de no torcer su esencia y de establecer sus diferencias con el Rugby League, el de 13 jugadores, que carece de formaciones fijas y en el cual la pelota va y viene todo el tiempo. Sin embargo, y sobre todo cada vez que termina una serie internacional –como la reciente de noviembre- el debate se reabre y las tentaciones por acercarse al League reaparecen.
Esta idea de buscar un juego más ágil y más atractivo para la TV y para la gente que no es asidua al rugby se viene proclamando hace bastante tiempo, pero las variantes se han dado a cuentagotas. Ahora se sumó otro factor determinante: la salud de los jugadores, sobre todo tras las cuantiosas denuncias de ex rugbiers con graves lesiones cerebrales producto de los golpes.
Hasta aquí, la World Rugby tiene al Seven –y con el extra vital de los Juegos Olímpicos- como herramienta fundamental para acaparar otros mercados. Lo ha calificado de “entretenimiento deportivo” y en pos de esa idea lanzó un nuevo circuito para el año próximo, con 7 destinos en igual número de meses y con 12 selecciones de hombres y de mujeres jugando al mismo tiempo y en el mismo escenario, bajo el formato de “festival”. La entidad madre del rugby concluyó que esa modalidad es la que más aceptación tiene en las naciones emergentes y en la población joven. Quizá sea la hoja de ruta para el futuro del tradicional juego de XV.
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