Hace diez años, la ONU estableció que el 2 de noviembre es el Día Internacional Para Poner Fin a la Impunidad de los Crímenes contra Periodistas. El año pasado, 86 fueron asesinados en todo el mundo. Qué sucede en la Rusia de Putin y el ensañamiento con quienes critican su invasión a Ucrania.
Más de treinta periodistas murieron en la todavía breve guerra entre Israel y el grupo terrorista palestino Hamas. Más de ochenta trabajadores de prensa fueron asesinados en la guerra desatada por Rusia en Ucrania, muchos de ellos eran críticos de Vladimir Putin, que es quien se lleva los dudosos laureles en materia de persecución a la prensa. En México y en lo que va del año, quince periodistas fueron asesinados por lo que decían o escribían; otros cuatro lo fueron en aparentes casos de robo. El año pasado, ochenta y seis periodistas fueron asesinados en todo el mundo, cuarenta y cuatro, más de la mitad, en América Latina. La cifra esconde un par de datos importantes: creció el número de profesionales de prensa muertos en países con conflictos declarados y, en cambio, se duplicó el número de periodistas asesinados en países sin conflicto, según cifras de Naciones Unidas. El mismo estudio afirma que el ochenta y seis por ciento de los asesinatos quedan sin castigo.
La prensa está bajo fuego. Hoy, cuando se celebre en la sede de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Washington, el Día Internacional Para poner fin a la Impunidad de los Crímenes contra Periodistas, esas cifras serán actualizadas, corregidas y aumentadas. Hace diez años que Naciones Unidas instituyó este día luego del secuestro y asesinato de los periodistas franceses Ghislaine Dupont y Claude Verlon por Al Qaeda en Mali. El motivo fue para que, al menos, los asesinatos sean castigados, mientras intenta alertar sobre las restricciones, amenazas y ataques que sufre la prensa y que abarcan también amenazas, persecución, intentos de asesinato y exilio forzado.
Las mujeres periodistas son quienes más sufren estos ataques, según revela un estudio de la UNESCO, “The chilling: Tendencias mundiales de la violencia en línea contra mujeres periodistas”. El setenta y tres por ciento de las periodistas encuestadas afirmaron haber sido amenazadas, intimidadas e insultadas en línea por lo que informaban u opinaban.
Tres mujeres, rusas las tres, las tres críticas de Putin, denunciaron en el último año haber sido envenenadas en Alemania, República checa y en Georgia, Rusia. Elena Kostyuchenko, periodista de “Novaya Gazeta”, es una profesional considerada como muy valiente y un ejemplo de la ofensiva Putin contra la prensa. Kostyuchenko, defensora de los derechos del activismo LGBT, golpeada y arrestada por marchar en Moscú en una manifestación del orgullo gay en 2011, cubrió parte de la guerra de Ucrania en 2021 y denunció los crímenes de guerra, secuestros y torturas de los soldados rusos contra la población civil.
Días después de su denuncia, y ante la decisión de Kostyuchenko de viajar a otra zona de Ucrania, el director de “Novaya Gazeta”, Dmitri Murátov, le advirtió: “Aquí ya saben que vas a Mariúpol. Y me dicen que han ordenado que te encuentren. No te van a detener. Te van a matar. Ya está todo organizado”. Murátov le aconsejó dejar Ucrania y no regresar a Rusia. Kostyuchenko viajó entonces a Berlín y empezó a enviar reportes a “Meduza”, un medio on line. Fue en la capital alemana donde empezó a sentirse mal: “Tenía sudores intensos, confusión mental y un fuerte olor corporal. Una mañana desperté con fuertes dolores abdominales. La habitación me daba vueltas y apenas me las arreglé para aminar hasta el baño y vomité. Se me hinchó el cuerpo y había sangre en mi orina”. Sus análisis de sangre dieron parámetros disparatados y la policía alemana pidió nuevos análisis intentó detectar alguna toxina. No pudieron determinar que causó el mal de Kostyuchenko y le aconsejaron no trabajar más de un par de horas diarias. La fiscalía alemana abrió una investigación por intento de asesinato.
A poco de lanzada la guerra en Ucrania, el Parlamento ruso, la Duma, dictó una nueva ley que prevé penas de cárcel para quien publique información falsa, según el Kremlin, o noticias que contradigan la versión oficial de la guerra. Finalmente, en marzo del año pasado, Murátov debió suspender la publicación de “Novaya Gazeta” obligado por el régimen de Putin y ante la posición crítica del periódico a la invasión rusa a Ucrania. El año anterior, Murátov había ganado el Nobel de la Paz, junto a la filipina María Ressa por “sus esfuerzos en salvaguardar la libertad de expresión como condición para la democracia y la paz duradera”. La nueva ley rusa hizo también que CNN, The New York Times y The Wall Street Journal retiraran a sus corresponsales en Rusia.
Irina Babloyan y Natalia Arno son otras dos prestigiosas periodistas rusas que padecieron el mismo enigmático mal de Kostyuchenko. En octubre de 2022, Babloyan también sintió mareos, debilidad y un extraño sabor metálico en la boca. Vivía entonces en Georgia, la tierra natal de José Stalin, exiliada en esa república y lejos de los tentáculos del Kremlin. O al menos eso pensaba. A los mareos y la debilidad se le agregó un súbito enrojecimiento de las manos, un intenso dolor de estómago nauseas e insomnio. Algunos de esos síntomas desaparecieron con los días, pero aún padece de repentinos enrojecimientos de la piel. Sobre el final del año, Babloyan se trasladó a Berlín con la idea de que su sangre fuese analizada en busca de toxinas. Pero días después de la extracción, los médicos le dijeron que sus muestras de sangre “se habían perdido”.
Natalia Arno, directora de la Fundación Rusia Libre, fue durante mucho tiempo, lo es aún hoy, una dura crítica del Kremlin y de Putin. De viaje en Praga, y al regresar a su hotel, encontró la puerta abierta y un extraño olor en el aire. A la mañana siguiente despertó con un intenso dolor en la boca que se extendió luego a todo el cuerpo. Los médicos expresaron su preocupación por la eventual presencia en el organismo de Arno de un agente nervioso, probablemente de los encasillados en la rama “Novichok”, que Putin y Rusia usaron ya antes, en otros incidentes en los que se los acusa de envenenamiento.
“Novichok” es un agente nervioso, un neurotóxico muy peligroso que paraliza los músculos y provoca serios daños en el sistema nervioso. Según la dosis a la que se expone la víctima. Los síntomas pueden aparecer entre treinta segundos y dos minutos; se comprimen las pupilas, surgen convulsiones, babeo y hasta fallos respiratorios. Uno de sus creadores, en la URSS de los años 70 y 80 del siglo pasado, es el químico ruso Leonid Rink que incorporó a su creación dos elementos muy importante: es indetectable por los métodos estándar y es más fácil y seguro de manipular y transportar.
Con ese agente nervioso Putin intentó asesinar al opositor Alexéi Navalni, envenenado en Siberia en el año 2020. Fue trasladado al Hospital Charité de Berlín dos días después, allí le salvaron la vida. Regresó a Rusia en enero de 2021 y fue arrestado en la frontera. Enjuiciado bajo los cargos de “fraude y desacato a tribunales rusos”, fue hallado culpable y condenado a nueve años de prisión. El mundo juzga que ese juicio fue un fraude. Navalni había publicado una investigación titulada: “El palacio de Putin: historia del mayor soborno”, sobre la propiedad que hizo construir el presidente de la Federación Rusa a orillas del mar Negro, en Gelendzhik.
Putin atemoriza con Novichok, o mata con Polonio, el elemento radioactivo descubierto en el uranio por Marie Curie a inicios del siglo pasado. Curie, que se llamaba en verdad María Sklodowska, era polaca y no le permitían cursar estudios universitarios en su tierra por el sólo hecho de ser mujer. Lo hizo en París, donde llevó a cabo sus investigaciones. Bautizó polonio a ese nuevo elemento hallado en el uranio en honor de su tierra natal. Putin lo administra en dosis suficiente como para liquidar a sus opositores. Fue el polonio lo que mató al ex espía Alexander Litvinenko en 2006; una dosis mínima colocada con maestría en una taza de té.
Para asesinar a periodistas, el Kremlin puede, si quiere, no ser tan sutil. Como con Oksana Baulina, que cubría la guerra en Ucrania para el portal “The Insider”, desde Kiev, desde el lado de los invadidos, y no callaba sus críticas al régimen de Putin. El 23 de marzo de 2022 un misil cayó, preciso, sobre la camioneta blanca en la que Baulina había viajado al shopping Retroville, a trece kilómetros del centro de Kiev, atacado días antes por las fuerzas rusas. Los investigadores sostienen que el dron que disparó con tanta exactitud el proyectil que mató a Baulina, había localizado primero el teléfono móvil de la periodista.
La larga lista de hombres y mujeres de prensa asesinados integra un listado más amplios de magnates, hombres de negocios empresarios y militares que murieron en los últimos años en extrañas circunstancias, incluida la muerte de Maxime Borodin, en 2018, que cayó sin que nadie haya explicado cómo, desde el balcón de su departamento en Sverdlovsk. Había publicado un informe sobre la presencia de mercenarios rusos en Siria.
Todas esas voces silenciadas, más las que callaron y callan por temor, más las censuradas o clausuradas o exiliadas, hablarán hoy en la sede de la OEA, cuando Naciones Unidas de un nuevo informe y haga un nuevo llamado en el Día Internacional Para Poner Fin a la Impunidad de los Crímenes contra Periodistas.
Tal vez sea el momento de pedir algo más que el fin de la impunidad.
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