Por Joaquín Morales Solá
¿Por qué el periodismo independiente es un enemigo para el kirchnerismo? Porque hay periodistas que defienden sus ideas y critican otras ideas, y porque a veces deben señalarles a los gobernantes que se olvidaron del sentido común y de la decencia pública.
El kirchnerismo tiene una tara con el periodismo; ese estigma contra la prensa independientes es casi inherente a la facción política gobernante. Nació con el kirchnerismo, en las casi cuatro décadas de democracia, y no hay ninguna esperanza de que la persecución termine antes de que concluya la corriente política gobernante. La última ocurrencia consistió en señalar a los periodistas como unos del culpables intelectuales del intento del atentado a Cristina Kirchner. Se difundieron nombres de periodistas y de medios y, de ese modo, les abrieron la jaula a los lobos solitarios para que perpetren alguna venganza. Están jugando con fuego. El primero en promover esa falsa acusación fue el presidente de la Nación, Alberto Fernández, cuando pocas horas después del atentado fallido culpó a los medios y a la Justicia de un delito que jueces y fiscales ni siquiera habían comenzado a investigar. No fue el único; fue solo el primero. Los que le siguieron (Eduardo “Wado” de Pedro, Pablo Moyano, Axel Kicillof, entre varios más) agravaron con palabras más explícitas las ya graves palabras del Presidente.
Justo ayer, en medio de semejante clima contra el periodismo, este se vio conmovido por una noticia tan triste como definitiva: murió Magdalena Ruíz Guiñazú. Fue una sorpresa, porque la emblemática periodista parecía eterna, inmortal. El recuerdo de Magdalena es importante porque ella fue también víctima de la persecución y la difamación del kirchnerismo. También ella formó parte del grupo de periodistas sometidos a un “juicio popular” en la Plaza de Mayo en tiempos de Néstor Kirchner; también su cara estuvo en los carteles a los que se obligó a niños a escupir. Fue una injusticia histórica, porque Magdalena Ruíz Guiñazú hizo por la restauración de la democracia y por la revisión del desastre humanitario de la dictadura más que lo que imaginó cualquier Kirchner. En años recientes, ella puso innumerables veces su casa a disposición de los periodistas perseguidos, donde nos reuníamos cada vez que las circunstancias nos obligaban. En su casa se decidió que un grupo de periodistas recurriríamos ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, ya cuando era presidenta Cristina Kirchner, y ella integró la delegación de periodistas que viajó a Washington, donde tiene su sede la CIDH. Nunca tuvo miedo y nunca le importaron las consecuencias que podría acarrearle la misión de cumplir con el deber periodístico. Debe consignarse que el mismo Alberto Fernández publicó ayer un tuit de condolencia por su muerte. La principal lección que nos deja Magdalena Ruíz Guiñazú es el coraje para ejercer la profesión y la mirada crítica de cualquier gobierno, sin adscripciones políticas. El periodismo extrañará su voz tan particular, su exquisita inteligencia y su calidez humana.
Dejemos a Magdalena descansar en paz. Volvamos a la realidad que nos toca. ¿Por qué el periodismo independiente es un enemigo del kirchnerismo? Porque hay periodistas que defienden sus ideas y critican otras ideas, y porque a veces deben señalarles a los gobernantes que se olvidaron del sentido común y de la decencia pública. Tan simple como eso. Cada periodista lo hace con su propio estilo, y eso forma parte del derecho a expresarse. Nadie desde fuera del periodismo está en condiciones de imponerle a un periodista qué debe decir ni cómo debe decirlo, guste o no guste. ¿Por qué, en cambio, no se habla del mismo modo del periodismo militante? Este periodismo tiene el mismo derecho que el periodismo independiente a expresarse -qué duda cabe-, salvo cuando se convierte en el correo por el que se difunden los nombres de los perseguidos. Aunque el deber del periodismo es ser crítico del poder, la genuflexión también está permitida. El único límite del periodismo es moral: no debe despreciar la diferencia que existe entre la vida y la muerte ni debe promover la ruptura del orden democrático. Es el sistema político que consagra el único contrato común de los argentinos, que es su Constitución. Ningún periodista independiente y serio ha caído en semejantes vicios.
El aspecto más cuestionable de la administración es que buscó, ya un par de horas después del intento de magnicidio, sacar provecho político del lamentable episodio. La operación estuvo a cargo del Presidente, pero en el acto se adhirieron varios otros exponentes del oficialismo. Ayer mismo, el diputado hipercristinista Rodolfo Tailhade, con formación en los servicios de inteligencia, pidió que fueran presos la jueza María Eugenia Capuchetti, el fiscal Carlos Rívolo y los policías que manipularon el teléfono del que intentó asesinar a Cristina Kirchner, Fernando Sabag Montiel, porque en algún momento se vació su celular. Sugerir explícitamente poner presos a magistrados es tan antidemocrático como proponer que se frene el juicio a Vialidad para que haya paz social, como lo hizo el senador José Mayans. ¿De qué democracia hablan cuando hablan de democracia? El presidente del bloque de diputados radicales, Mario Negri, pidió públicamente que el Senado sancione a Mayans por la aberración que dijo. De todos modos, funcionarios judiciales prefieren huir de la visión conspirativa de las cosas. Para ellos, simplemente se equivocó el técnico de la Policía Federal que enviaron al juzgado para abrir el teléfono. Eran un especialista en delitos cibernéticos que estaba de guardia. No era un especialista en teléfonos, como correspondía ante semejante acontecimiento. Una prueba más de la absoluta incapacidad del Estado argentino para enfrentar a un delito determinado o a cualquier delito. “Hay ya tantos datos acumulados que los datos del teléfono son lo de menos”, deslizó un funcionario judicial. En el Gobierno, mientras tanto, admiten que existe una pelea encarnizada entre el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, y los dirigentes de La Cámpora por la investigación del intento de atentado. Nada es ajeno a las fracturas internas de la coalición gobernante. Si existiera el odio, que no existe, también existe entonces entre los aliados que gobiernan.
Ni la Justicia ni la oposición son culpables tampoco del atentado fallido contra la vicepresidenta. Si un fiscal acusa y pide condenas, como lo hizo Diego Luciani, es porque está convencido de que se cometió un delito. Si no lo estuviera, habría sencillamente desistido del juicio y pedido el archivo de la causa. Está haciendo su trabajo, no diseminando odio. Ningún dirigente opositor dijo nada que un opositor no haya dicho en cualquier país democrático del mundo. Los actuales opositores no andan manifestándose con un helicóptero de cartón, como el kirchnerismo lo hacía en tiempos de Macri. Eso era golpismo puro y duro, porque el helicóptero tiene una imagen simbólica muy definida sobre el final apresurado de los presidentes argentinos. Ellos lo sabían y por eso lo hacían. La concepción de la vida política del kirchnerismo es cada vez más parecida a la que practican regímenes como el de Maduro en Venezuela o el de Ortega en Nicaragua. Es la diferencia que marcó el abogado Bernardo Saravia Frías entre el populismo con dinero, como lo fue el de Néstor y Cristina Kirchner, y el populismo sin dinero y con la Justicia demasiado cerca, como sucede en la etapa actual. Ahora el laberinto tiene una sola puerta: la ruptura del sistema político, dice Saravia Frías. Pero la facción gobernante tiene otra carencia, fundamental: no cuenta con una sociedad dispuesta a tolerar esos desvaríos.
Por lo pronto, la estrategia de Cristina Kirchner parece posicionarse como candidata presidencial después del intento de atentado. No porque lo vaya a ser, sino porque de esa manera espera diseminar el temor entre jueces y fiscales. No será candidata presidencial, salvo que las encuestas den un giro copernicano, porque por ahora la tratan muy mal. Con las mediciones actuales, ni siquiera tiene derecho a soñar con un triunfo en elecciones presidenciales. Y ella no puede correr el riesgo de perder una elección presidencial, porque quedaría a tiro de una Justicia que podría ordenar su detención. El célebre alegato del fiscal Luciani fue solo el comienzo de meses que estarán cargados de novedades judiciales.
La Corte Suprema decidirá antes de fin de años la situación de Milagro Sala, el pleito por la coparticipación entre la Capital y el gobierno nacional y un planteo de inconstitucionalidad de la ley del arrepentido. Este último planteo, hecho por varios abogados defensores de los imputados en el caso de los cuadernos, tiene el propósito de frenar el juicio oral y público de esa causa, que será mucho más explosiva que la de Vialidad. Según la jurisprudencia de la Corte, en ninguno de esos casos el Gobierno podrá celebrar. Además, la sala de la Cámara de Casación Penal que preside el juez Mariano Borinsky estableció un cronograma de audiencias para la llamada causa de “la ruta del dinero K”. La última audiencia será el 6 de octubre para escuchar a Lázaro Báez, que ya fue condenado en el juicio oral. Casación estará en octubre en condiciones de dictar una resolución sobre ese caso que es una secuela de la causa de Vialidad, porque el dinero K no era otra cosa que la manipulación del dinero de los sobornos por las obras públicas que beneficiaron a Báez.
Otra sala de la Cámara de Casación (la que integran los jueces Diego Barroetaveña, Daniel Petrone y Ana María Figueroa) decidirán antes de que concluya el año si habrá juicio oral y público para el caso de Hotesur y Los Sauces. El tribunal oral que debía llevar adelante el debate público decidió sobreseer a la vicepresidenta sin juicio previo. Un mamarracho jurídico como nunca se vio en materia de corrupción política. Esta causa también está relacionada con la de Vialidad, porque esos hoteles y edificios eran supuestamente el último lugar del blanqueo de algunos recursos de los sobornos de la obra pública.
Tal panorama judicial es lo que explica el escándalo y el aprovechamiento político de lo que pudo ser una tragedia. Es lo que explica también el acoso, la estigmatización y la persecución del periodismo independiente. El problema del kirchnerismo es que siempre tropieza con periodistas que saben que una sociedad no puede ser libre si no conoce la realidad que le tocó. Y son ellos la que la cuentan y la analizan, a veces a viva voz, a veces con otras maneras. Las formas de decir lo que pasa es lo que menos importa entre tantos estragos.
Por Joaquín Morales Solá para La Nación
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