En la agenda de Cristina Kirchner las casualidades no existen. Las coincidencias son premeditadas y las referencias, deliberadas. Todo tiene un propósito.
El recuerdo que la vicepresidente evocó en Avellaneda de la presentación de Unidad Ciudadana (UC) hecha otro 20 de junio de hace cinco años, en ese distrito, tuvo todas las intenciones que se presumen. El operativo “Cristina vuelve” se repite. En el mismo lugar y con la ilusión de regresar a tiempos mejores.
El proyecto de reconstrucción del cristinismo está en marcha. Su candidatura vuelve a enarbolarse para encolumnar a los propios y recuperar a los que se había ido. Lo reconocen los que siempre estuvieron con ella y los que se alejaron, pero están volviendo por temor a perder lo que les queda. Por estas horas ninguno de ellos descarta sino que suponen que una candidatura presidencial suya para 2023 es menos improbable que nunca. En la foto de hoy no hay lugar para nuevos vicarios, dicen, ni cuenta aún con herederos capaces de sacar más votos que ella, a pesar de su desgaste.
Como hace cinco años, el lunes pasado Cristina Kirchner no definió si se postulará dentro de un año, menos a qué cargo aspiraría y con qué sello partidario se presentaría. A diferencia de 2017, ahora tiene más tiempo para hacerlo, pero más urgencia para empezar la restauración. Su espacio y su identidad se han ido debilitando y desperfilando en y por el gobierno del Frente de Todos. Es lo que está en juego.
Por eso, la prescindente vicepresidenta rescata a UC, aunque dice que no romperá el FdT, y ya habla desde una intencionada lejanía, aconsejando y descalificando como si tuviera poco o nada que ver con la gestión que encabeza Alberto Fernández, a quien ella hizo Presidente. No se siente responsable sino defraudada. Ese es el mensaje.
Por eso, también, se lanzó de frente contra los movimientos sociales. No por rencor ni venganza porque algunos de ellos, como el Movimiento Evita y Barrios de Pie, sean el soporte más musculoso que le quede a Fernández o porque hace mucho rompieron con La Cámpora y le bloquean recursos para acercarse a los más necesitados.
Su novedosa diatriba contra la intermediación de la asistencia social que tantas veces potenció y reivindicó es el fruto de la audacia y el cálculo. Sin rencor ni principismo. Es la vía más directa para restablecer y reforzar los lazos con los dirigentes peronistas que conservan algún arraigo en provincias y municipios y que ahora, sin el coraje de intentar la construcción de su propio destino, buscan protección, temerosos de ser arrastrados por el fracaso que le auguran al Gobierno.
Algunos de esos dirigentes, que durante 9 años intentaron independizarse del imperio cristinista y soñaron con ser la base fundacional de un albertismo superador, ven por estos días que Fernández va camino de ser en un vehículo fallido, como lo fueron Sergio Massa en 2015 y Florencio Randazzo en 2017. Sin plata y sin votos no hay vida, que siempre está antes que la libertad. De regreso. Con prisa y sin pausa, pero, por las dudas, sin romper.
Audacia y optimismo
Cuando aún faltan 16 meses para que concluya el mandato de Fernández y 14 para las elecciones generales, la acelerada reconfiguración de la geografía oficialista que acaba de emprender Cristina Kirchner aparece no solo como un acto de audacia sino también como expresión de optimismo. Al mismo tiempo, implica una adjudicación de fortaleza al gobierno de Fernández que merecería ser motivo de debate.
“Cristina y La Cámpora creen que así como están las cosas el oficialismo va hacia una derrota inevitable en 2023, que los arrastrará si no se desmarcan ya de Alberto. Por eso, se distancian en discursos y algunas acciones, pero sin dejar los cargos, convencidos de que sus críticas no acelerarán la crisis económica ni ponen en riesgo la gobernabilidad. Piensan que todavía están a tiempo de salir a rearmar su base de sustentación con vistas al futuro”, explica una fuente con acceso fluido al mundo de la vicepresidenta y a los territorios de su hijo Máximo. Una descripción con la que coinciden dirigentes y funcionarios que hablan cada vez con ellos, aunque no se muestren en sus actos, a los que sí envían representantes.
La cualidad performática de las palabras de la vicepresidenta parece seguir intacta hasta para quienes ahora son objeto de su crítica. Una exitosa arquitecta de escenarios verbales. En la Casa Rosada también quieren creer que sus acciones no debilitan al Presidente ni profundizan los graves problemas que enfrenta. Tal vez por eso, la portavoz presidencial ve a un golpista detrás de una pregunta periodística y ninguna expresión destituyente en los actos cristinistas. El optimismo que falta en la sociedad, a veces, abunda en el oficialismo.
El negacionismo albertista no sería tan curioso si el largo discurso de Avellaneda se hubiera limitado a las críticas en materia económica, en las que no faltaron contradicciones, errores de diagnóstico y falacias. Pero las expresiones de la vicepresidenta fueron más lejos. Empezando por la referencia a Manuel Belgrano y el éxodo jujeño, en el que, como se sabe, al repliegue de los patriotas se le sumó la destrucción de lo que abandonaban para que no cayera en manos enemigas. El intento de relativizar sus dichos, solo agravó el sentido de la cita: “No voy a contar lo que hizo [el prócer] en el éxodo jujeño porque sino van a decir mañana que quiero hacer cosas feas”. Mamita, diría la expresidenta.
A esa inquietante cita, supuestamente destinada a envalentonar al Presidente, le añadió otras no menos admonitorias en las que demostró que es capaz de indultar pero no de olvidar. Para ejemplificarlo agradeció a los que estuvieron el 13 de abril de 2016, cuando fue a declarar a Comodoro Py, como una forma de recordarle a los que entonces la acusaban. ¿Se habrán sentido aludidos Fernández y Sergio Massa?
La reminiscencia cobra más sentido si le suma su descalificación de la Justicia, a la que llamó “partido judicial”, y el fallo de la Corte que al día siguiente dio luz verde a la prosecución del juicio contra ella por corrupción en la adjudicación de obras públicas. El caso podría concluir con condenas antes de fin de año. Todo tiene que ver con todo, diría la citada. Y aunque sus allegados rechacen que el rearmado político cristinista esté motivado únicamente por los infortunios judiciales que puedan sobrevenirle, ninguno descarta la influencia que tienen. La recuperación de su base de sustentación solo se vuelve para ella más necesaria y urgente.
Tal vez por eso algunos consideran que fue riesgosa e inorportuna la descalificación generalizada de los líderes de los movimientos sociales. Pero, en su entorno creen que el beneficio será más alto que el costo. Una jugada multipropósito.
El cuestionamiento a los planes sociales y al uso que de ese recurso hacen los dirigentes de las organizaciones empatizaría con muchos de quienes han sido votantes kirchneristas a los que hoy no les alcanza lo que reciben y se van por izquierda. Un dique de contención retórico, que apalanca en las políticas que empezó a desplegar el ministerio de Desarrollo Social desde la llegada de Juan Zabaleta. Otro albertista desencantado y necesitado de preservar su bastión, al que la vicepresidenta escucha. Caramelos para intendentes y gobernadores.
No son los únicos puentes que se tienden con jefes comunales. Desligado de la jefatura del bloque de diputados y como presidente del PJ bonaerense, Máximo Kirchner se dedica a reconstruir relaciones y a sembrar dirigentes en el territorio provincial sin enemistarse con los jefes distritales pejotistas. Pan para hoy y para mañana.
Al mismo tiempo, el hijo bipresidencial fortalece su sociedad con Martín Insaurralde y con Sergio Massa. Dos aliados impensables hasta hace unos años y probables adversarios en el futuro. Pero el presente tiene cara de hereje y ambos son funcionales a las necesidades y los planes del primogénito y su madre. Como los Kirchner son irreemplazables para las ambiciones de Massa e Insaurralde.
En ese plano, el tigrense cuenta aún con buenas herramientas para rentabilizar su capital como intermediario entre el Presidente y la vicepresidente. Aunque todos tengan reparos sobre la fiabilidad de sus gestiones. Las recientes versiones de alejamientos del massismo del Gobierno, divulgadas por fuentes de ese espacio, así como las presuntas demandas de un posicionamiento diferenciado que recibiría Massa de parte de sus (supuestas) bases coinciden, no casualmente, con la pretensión vigente de mayor poder en la gestión económica.
La llegada de su enemigo Daniel Scioli al Gabinete, tras su autopromocionado rechazo a suceder a Matías Kulfas, amerita una compensación. El objetivo mayor (el control del área económica) le ofrece a Massa otro motivo para profundizar la alianza con los Kirchner: ellos tienen tan en la mira como él a Martín Guzmán, al que solo le queda el solitario y frágil sostén del Presidente.
Alberto Fernández necesita más que nunca de resultados para recuperar apoyos, pero la realidad se los retacea. El operativo retorno de Cristina suma aliados que antes estaban de su lado. Continuará.
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