El gesto de terror del muerto permaneció oculto 3.000 e intrigó a los egiptólogos. ¿Un príncipe suicida o condenado a muerte?
Arqueólogos y egiptólogos están de acuerdo al decir que, en el Antiguo Egipto, una persona que era momificada y sepultada con una horrible cara de angustia había sido deshonrada por los dioses. Y esto es lo que podría haberle sucedido a la “Momia que Grita”, de 3.000 años de antigüedad, que actualmente se exhibe en el Museo Egipcio de El Cairo.
La verdadera identidad detrás de esta inquietante expresión de agonía desconcierta a los arqueólogos desde hace más de un siglo, desde que un conjunto de restos inusuales fueron desenterrados en Deir El-Bahari. Pero ahora, después de décadas de especulaciones, la más reciente investigación sugiere que los restos pertenecen al hijo deshonrado del faraón Ramsés III, quien conspiró para matar a su padre y fue sentenciado a morir ahorcado.
Cuando los arqueólogos llegaron a la zona, en 1886, encontraron muchos cuerpos. La mayoría de ellos estaba envuelto en lino blanco, adornados con objetos preciosos y cuidadosamente momificados. Sin embargo, la momia que más llamó la atención fue esa que tiene una inconfundible expresión de dolor. El cadáver había sido secado en sal y cubierto en piel de oveja. Y su boca quedó abierta, como si la persona hubiera muerto de forma traumática.
Los exámenes de ADN indican que la “Momia que grita” es la del príncipe Pentawere, hijo de Ramsés III y de una de sus esposas, la reina Tiye. Sin embargo, el siguiente misterio a desentrañar es por qué pasó al Más Allá con ese gesto tan espantoso. “Tal momificación dejó perplejos a los egiptólogos y nadie tuvo éxito en descubrir la historia detrás de esa momia”, aseguró el egiptólogo Zahi Hawass, el exministro de Antigüedades de Egipto.
Algunos expertos sospechan que el hombre momificado con la cara angustiada había sido envenenado. Pero análisis realizados en los últimos años indican que este puede no haber sido el caso. Según el Ministerio de Antigüedades de Egipto, las marcas alrededor del cuello de la momia muestran que la persona probablemente murió ahorcada. ¿Se trata del castigo que Pentawere recibió por intentar asesinar a su padre?
La conspiración de la reina
Muchos misterios todavía rodean la espantosa muerte de Ramsés III (aproximadamente en 1154 a.C.). Las tomografías computarizadas mostraron que se le cortó la garganta y el dedo pulgar de un pie -cortado con un hacha-, probablemente en un ataque de varias personas. Aunque los documentos antiguos, como el “Papiro Judicial de Turín”, sugieren que los conspiradores fueron arrestados, las conclusiones del juicio no fueron registrados.
Una de las esposas reales, Tiye, tenía la intención de asesinar a Ramsés III para que su hijo Pentawere subiera al trono. El príncipe era el segundo en la línea sucesoria, después de su medio hermano Amun-her-khepeshef. En el complot, que involucró a sirvientes, administradores y otros miembros de la casa real, la reina planificó el asesinato a de Ramsés III para, posteriormente, derrocar al príncipe heredero para nombrar al faraón Pentawere.
El Papiro de Turín también habla de cuatro juicios diferentes y enumera los castigos para los implicados en el complot: la reina Tiye y el príncipe Pentawere, fueron declarados culpables. En cuanto a Pentawere hay dos alternativas: fue condenado a la horca o se ahorcó después de ser condenado al suicidio, ya que las personas de la realeza eran intocables. El suicido, en tal caso, no le hacía merecedor de una sepultura digna, según informó Perfil.
El final del príncipe parricida fue terrible y esto se encargaron de demostrar sus embalsamadores al darle a su cuerpo un aspecto espeluznante. La momia, como corresponde a un hombre de ‘sangre azul’, fue enterrada en el complejo funerario real, en la orilla oeste del Nilo, pero no luce como las demás: las extremidades estaban atadas con cuero y el cuerpo envuelto en piel de oveja, señal de que se le consideraba una persona “indigna”. Así pasó los últimos 3.000 años un hombre que lleva el dolor impreso en su cuerpo.
Darío Silva D’Andrea
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