Por Carlos Saravia Day
Cada palabra tiene su ininmutable sustancia y no vale la pena obstinarse que se doblegue al antojo arbitrario de quien la emplee inadecuadamente.
La mayor parte de las palabras lleva en sí integrada una ideación o una emoción definida y definitiva que es vano afanarse en permutar ya que son la cristalización milenaria de un núcleo de ideas o afectos. Cuando un individuo sin detenerse a pensar lo que las palabras son ineludiblemente, se sirve de ellas a su antojo, se lisonjea inclusive de darles un valor representativo que no tienen, entonces las palabras dejan de ser lo que son y se convierten en “vocis flatus”, o ruidos onomatopéyicos.
Otra tanto ocurre cuando se las somete con crueldad inaudita a una poda municipal, se deja la idea a la intemperie, como hoy se ensaya desde el gobierno con el llamado “lenguaje inclusivo” que desmocha e injerta a “troche y moche” como diría Quevedo.
Ya Aristóteles observó que todas las polémicas de ideas provienen de una inteligencia de palabras, porque cada polemista se figura un contenido distinto de la misma palabra.
La palabra, pintura del pensamiento, debe ser correcta y justa, pero la tonada, cada pueblo tiene la suya, cuanto más variada mejor.
Antonio de Nebrija en 1492 organizó la primera gramática, convirtiéndola a la española, justamente en la primera de ellas. Por ese tiempo Shakespeare escribía su “Julio Cesar”, mitad en ingles incipiente y la otra mitad en latín y Cervantes su Quijote sembrado de italianismos. Esto muestra a las claras la hospitalaria virtuosidad del idioma de Castilla que también acoge los argentinismos: atorrante, macana, macaneador, tango, caradura y otro admirable: Tilingo, que es el tonto activo que volcó su dinamismo en la idea del lenguaje inclusivo.
El lenguaje en todas partes es creación del pueblo, en nuestro caso de muchos pueblos, una creación en constante y permanente creación, las academias no hacen más que sancionar su uso tal como rima Zorrilla, poeta del romanticismo español:
Si en el pueblo lo hallé
Y en español lo escribí
Si el autor es el pueblo
De que me acusaís a mí?
Se pregunta.
Pretenden hoy acorralar al castellano que es el idioma de los argentinos la jeringonza abreviada del “lenguaje inclusivo” que solo cabe en la cabeza de gente de pensamiento asinino, es lo mismo que oficializar el lunfardo jerga ocultadiza de la furca y la ganzúa.
Lo que hay que combatir es la prosa defectuosa y el uso de palabras que afean, desdoran y corrompen el idioma y no los neologismos que lo enriquecen.
Calígula, el emperador romano, hizo senador y procónsul a su caballo “Incitatus” que se comunicaba por el relincho, el idioma de los caballos llamado hipomancia.
Hoy hombres de pensamiento asinino
Pretenden hacer del rebuzno
El idioma de los argentinos.
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