El sacerdote del Instituto Discípulos de Jesús de San Juan Bautista, que fue llevado a la Justicia aunque, tras pasar 9 meses preso, hoy está con prisión domiciliaria y no fue expulsado de la Iglesia, aunque las víctimas esperan la fecha del juicio.
Mientras volvía en avión al Vaticano luego de su visita a Emiratos Árabes Unidos, el Papa Francisco admitió que curas y obispos abusaron sexualmente de monjas y generó sorpresa ya que nunca antes había tratado esta problemática interna de la Iglesia. Sin embargo, no nombró casos puntuales ni tampoco hizo referencia a los lugares donde ocurren estos crímenes sexuales.
A pesar de la omisión de Jorge Bergoglio, que apuntó a que estos abusos están más presentes en ‘algunas congregaciones nuevas y en algunas regiones‘, en su país de origen también hubo varios casos de sacerdotes que impusieron su poder para aprovecharse de sus fieles.
Uno de los más conocidos es el del padre Agustín Rosa Torino del Instituto Discípulos de Jesús de San Juan Bautista de Salta, que fue llevado a la Justicia aunque, tras pasar 9 meses preso, hoy está con prisión domiciliario y no fue expulsado de la Iglesia, aunque las víctimas esperan la fecha del juicio.
La monja que se animó a denunciar los abusos del sacerdote fue Valeria Zarsa, pero no sólo pasó un ‘infierno‘ en su larga estadía en la congregación, sino también cuando decidió hacer público todo lo que vivió, que derivó en su exilio de la provincia por miedo a represalias.
‘Apenas llegué (1997) Rosa me puso cerca de su círculo privado. Teníamos una relación de padre hija. Era la única que me animaba a entrar a su casa‘, inició su relato en diálogo con Perfil la monja predilecta del sacerdote.
Poco a poco, comenzó a notar ‘actitudes raras‘: ‘Me rozaba o me apoyaba su miembro, y me hacía interpretarlas como que eran pensamientos raros míos‘. Con el correr del tiempo, empezó a recriminarle esos abusos. ‘Él siempre tenia una excusa y me echaba la culpa a mí. Teníamos un lavado de cabeza muy grande‘, contó Zarsa.
Sin embargo, hubo un momento que fue el quiebre en esa relación: ‘Con la excusa de que quería probar cómo quedarían los cinturones en las monjas. Me dijo quedate quieta, pasó su cinturón detrás de mí, me jaló y puso su cabeza sobre mis pechos. Lo empujé. No recuerdo las palabras que le dije, pero sentí una sensación de querer escaparme. Después de eso me daba miedo y asco‘.
De todas maneras, Zarza seguía sin terminar de comprender la situación que sufría y aceptó que el cura la mande a terapia porque tenía ataques de llanto. Sin embargo, ahí se iba a encontrar con una nueva dificultad, ya que Rosa Torino la derivó con la única psicóloga aprobada por la congregación. ‘No nos podíamos atender por otra persona. Me medicaron y me dejaron atontada‘, señaló.
Su reacción al ‘lavado de cabeza‘ finalmente llegó cuando fue a visitar a su hermana a España. ‘Cuando volví le dije a él que las cosas en la congregación no estaban funcionando. No me dijo nada, se retiró y me mandó, a través de mi superior, a un retiro espiritual. Ahí me tenían prácticamente encerrada, hasta que no aguanté más y escapé en abril del 2015‘, contó.
Sin embargo, su calvario no terminaría allí, sino que al querer hacer público los crímenes de la congregación comenzó un nuevo ‘infierno‘. ‘Me empezaron a perseguir y a amenazar. A uno de los testigos le pusieron una bomba en el auto‘, aseguró la ex monja. Se refiere a que, diez días después de que le den la prisión domiciliario al padre Rosa Torino, uno de los testigos encontró su auto en llamas, aparentemente por una falla del motor, aunque algunos lo tomaron como una clara amenaza. ‘Por ese episodio, me fui de Salta a La Rioja. Me tuve que exiliar en el anonimato por el temor que tenía‘, expresó Zarsa.
‘Era una ola de abusos y una red de encubrimiento. Fueron 20 años de mi vida, cuando me di cuenta que todo lo que me enseñaban eran mentiras, era tarde porque no pude estudiar o conformar una familia. Hay días que me levanto y me cuesta‘, relató compungida la exmonja.
Para Valeria Zarsa, tras la traumática situación vivida, ni la imagen del Papa Francisco ni la religión la seducen. ‘A Bergoglio no lo puedo escucharlo hablar‘, dijo sobre Francisco y, además, aseguró que ya no cree en Dios: ‘Soy atea. Si hubiera existido un Dios, ¿por qué no tuvo misericordia con todos los jóvenes que pasaron por esa congregación que queríamos de corazón servir a Dios?‘.
‘Hoy en día el padre Agustín Rosa debería dejar de llamarse padre, pero lo sigue siendo. No lo echan de la Iglesia‘, concluyó su emotivo relato Valeria Zarsa.
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