Por Mateo Saravia*
“En un principio fue el verbo, y el verbo carne se hizo en la figura del Nazareno, aquel HOMBRE hostigado, pero altivo, que de la palabra y el ejemplo hizo el imperio de su credo para volver de la muerte a redimir a los hombres…”
No pocas veces la historia irrumpe alumbrando épocas oscuras, cuando de su relicario, cual la maldecida caja de Pandora llena de enconos y de furias, de penas y de lágrimas, desgracias que a tropel escaparon del mítico cubil, libera de su fondo la esperanza, esa brasa silente que aguarda el aventón oportuno, es la fe que imploran los hombres de bien a una justicia que trasciende los resortes de la humana y falible condición de los mortales.
El peronismo en su sinuoso devenir histórico aflora recurrentemente en recodos y contra curvas evocando al rancio dogma a través “relatos” anacrónicos, y teje en la porfiada urdimbre del voluntarismo militante el primitivo modus operandi que remeda la crueldad del reflejo Pavloviano: castigo o recompensa. Sin embargo, a pesar de nuestra inmadurez histórica la era digital pone a nuestro alcance archivos que no resisten fundamentalismos ni la ceguera de quienes profesan una moral binaria de “Justicia Social” y simultáneo enriquecimiento personal. Como negar la inveterada persecución del peronismo hoy visible en las lamentables expresiones contra el caricaturista Nik por parte del actual ministro de seguridad Aníbal Fernández. O aún mas allá en los albores de este movimiento sucedáneo del fascismo con su famosa “Lista negra peronista” que dio testimonio de una persecución sufrida a artistas e intelectuales de la época.
La provincia de Salta no fue ajena a la debacle inquisitorial, siendo los simpatizantes del partido Radical quienes mas padecieron los arcaicos desplantes xenofobos del régimen. Entre tantos perjudicados se encuentran mi padre y mi tío, Ernesto y José Ignacio Saravia Day, de tan solo 8 y 9 años, que al ser hijos de un radical fueron expulsados de la escuela Zorrilla.
Aquel periodismo genuino, fiel a la libertad de prensa y que encarnaba por aquel entonces la redacción del diario ”El Intransigente», propiedad de David Michel Torino, sufrió la clausura y a su propietario le valió no solo la privación de la libertad durante tres años, sino además la expropiación de sus bienes.
Sin embargo, gracias a un obstinado periodismo crítico, razón de ser de todo periodismo serio, las redacciones se llevaban a cabo en forma clandestina valiéndose de un mimeógrafo que en itinerante nomadismo imprimía gacetillas y boletines las incómodas observaciones de la época, mientras la complacencia del diario “El Tribuno» oficiaba como órgano declarado del partido peronista. Don David Michel Torino recibió simbólicos galardones por parte de entidades periodísticas como la CIP que lo declaró “Héroe de la libertad de prensa” (1953), Premio “María Moors de Cabot” de los Estados Unidos por “fomentar la amistad internacional de las Américas” (1956), entre otras distinciones.
Por lo expuesto vale recordarlo y traerlo de la ingratitud y el olvido como a tantos anónimos que hicieron de la palabra una saeta furtiva y valiente, decidora de las aberraciones de la época. No puedo dejar de mencionar el testimonio de mi abuela Lumena Day de Saravia, quien también contribuyó a la circulación clandestina del mimeógrafo, trasladándolo personalmente en automóvil y periódicamente entre hogares de familias radicales para mantener viva la libertad de expresión. Ahora cabe destacar que aquel artefacto (mimeógrafo) oculto por más de siete décadas a raíz del temor histórico engendrado en las tristes vivencias políticas de la época, hoy reaparece gracias a «Pocho» Fonzalida y su abnegada esposa Martha Rivero. Ellos, como tantos otros padecieron la persecución peronista, pero lejos de sucumbir a la opresión, Oscar Mario Fonzalida polemizo con el régimen desde sus profundas convicciones morales y fue quien custodió este símbolo de la libertad de prensa durante más de medio siglo.
Hoy la historia viene a iluminar las oscuras celdas inquisitoriales y a demoler sus muros para erigir y hacer desde los escombros de la afrenta, la fértil sementera de una patria grande y generosa a partir del cultivo de nuestros niños.
*El autor es médico y dirigente de la UCR de Salta
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