Opinión

AnecdotarioEl Centauro de Abelito

Por Mateo Saravia*

Alguna vez, Don Abel Mónico Saravia supo contar con el inconfundible gracejo que lo caracterizaba una anécdota que refleja la ingenuidad del hombre de campo, cuando no su inocente morbo.

Resulta que, en su juventud, Don Abel volvía tras cursar sus estudios universitarios a su pago natal de Anta, más precisamente en Tolloche. Aprovechaba en ocasiones en la temporada de vacaciones durante el franco universitario para dedicarse al estudio. Un buen día, atemperando los calores de enero bajo un frondoso guayacán, discurría en lecturas mitológicas. Y así fue que un puestero del lugar, mientras llevaba a cabo sus faenas en los corrales aledaños se acercó a saludar al hijo del patrón. Luego de intercambiar saludos, los ojos del puestero se posaron azorados sobre una mítica figura que mostraba el libro abierto de Don Abel. Se trataba de un centauro, personaje llamativo sobre todo para este criollo que en su ostracismo montaraz no concebía esta mixtura bestial y fabulosa compuesta de entre “cristiano” y “yeguarizo”. Al preguntarle sobre el origen de aquellas sacrílegas imágenes, don Abel advirtió la confusión del Gaucho que ingenuamente se debatía entre lo profano y lo novedoso.

¡Estas son las últimas cruzas que están saliendo en la rural de Palermo!, exclamó socarronamente don Abel mientras de soslayo semblanteaba la reacción del puestero. Éste no salía del asombro con los ojos aún fijos en la imagen que mostraba a un ser con el torso de hombre fundido al cuerpo de un caballo. La fascinación del criollo no tardó en hacerse visible, a lo que prosiguió con entusiasmo:

¿Y será posible hacer estas cruzas por acá don Abelito? preguntó mientras el aspirante a jurisconsulto continuaba disimuladamente con su lectura.

¿Por qué no? le espetó mientras la imaginación corría más ligero que sus palabras. ¡Tenemos buena yeguada, no perdemos nada en intentarlo!  le decía don Abel, mientras con enérgico ademán cerraba el libro, conminando así a su interlocutor a cumplimentar una determinación que para el gaucho residía quizá en alguna inspiración de orden eugenésico, o tal vez de índole agropecuaria y productiva.

Transcurrido un año de aquel encuentro, vuelve al solar de sus mayores don Abel, repitiéndose la entrevista con aquel puestero. Luego de las pertinentes salutaciones, don Abel reclama novedades respecto a las ultimas directivas impartidas, a lo que el Gaucho, con aire de semental herido, ante la falta de resultados y excusándose de su infertilidad profiere en tono de lamento:

-Es que la yegua no liiiga don Abeliiito…no liiiga…!

El gaucho resultó ser potente, pero no fecundo…

 

*Mateo Saravia es médico y dirigente de la UCR de Salta

 

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