Por Carlos Saravia Day
La definición iterativa y legisferante propia del siglo 19 cuando reza que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo o como dice el latinajo: Vox populi, Vox Dei (la voz del pueblo es la voz de dios) y cuando el pueblo está dejado de la mano de Dios. Como tantas veces la historia lo demuestra.
La primera constitución española de 1812 en su artículo 1 decretaba que todos los españoles son justos, libres, tolerantes y honrados. Esta definición ex cathedra legisferante, suena harto inocente, más bien hace pensar en la magia del deber ser y no se tiene en cuenta lo que es en la realidad con los hechos tercos y rebeldes, que lo hicieron decir a Alberdi, padre de la Constitución: “Más vale un buen habito político que 100 constituciones bien escritas”.
Es lo que hoy ocurre en el gobierno que parece inspirado en Alicia en el país de las Maravillas o en el Mundo del Revés de María Elena Walsh, más aún en el credo islámico donde el sepulcro de Mahoma está en suspensión aérea.
Las fuerzas del gobierno son por de pronto los partidos políticos, las amplias agrupaciones organizadas y disciplinadas para la faena política. Pero los partidos no se forman mágicamente, el gobierno por creer en la magia se quedó en el aire.
Carlos Cossio, filósofo argentino, quizás el más importante del siglo XX, definió a la democracia como el “gobierno de la opinión pública a través de los partidos políticos”.
El Gobierno empezó por el techo y olvidó los cimientos. Hoy como el sepulcro de Mahoma está en el aire, con una opinión pública escéptica y descreída.
Los partidos tal como los conocemos están hace un Siglo y tienen origen en grupos parlamentarios y comités electorales. Desde su origen los partidos acompañaron a la democracia junto al sufragio universal.
Como Ferrero, creo en la democracia, pero sin creer por ello que sea un Dios y que en ocasiones no pacte con el diablo.
La defiendo por una razón histórica: El régimen representativo, el sufragio universal. La representación y no la democracia plebiscitaria de los líderes que propugnaba Weber, ni tampoco la teoría del “grande hombre”.
Simplemente en el artículo 1 de la Constitución que adopta el régimen representativo, republicano y federal.
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