Un esfuerzo importante por desmarcarse del kirchnerismo y la apuesta persistente por instalar la pelea electoral en los términos de una pulseada mano a mano con Javier Milei. Fue el plan que Sergio Massa ejecutó al pie de la letra en la primera instancia del debate presidencial de este domingo, una estrategia que desplegó desde un discurso en el que se mostró sólido, aunque a veces demasiado apegado al libreto, coacheado, evitando entrar en el barro que por momentos le propusieron sus contrincantes.
Terminó aliviado el ministro-candidato al culminar las dos horas de intercambio. La sacó barata. Si bien sufrió el tramo del debate dedicado a la economía, su mayor debilidad en medio de la escalada inflacionaria y la compleja realidad socio-económica, logró esquivar los golpes más finos como el alumno más obediente y hasta desgranó algunas propuestas, aunque sin la profundidad necesaria.
Tampoco fue que sus adversarios se la complicaron demasiado: los escándalos que ganaron la agenda de la campaña en las últimas semanas, como el affaire de las fotos de Martín Insaurralde en un yate en Marbella con una vedette o el caso del puntero peronista Julio «Chocolate» Rigau y las tarjetas de la corrupción en la Legislatura bonaerense, pasaron casi sin pena ni gloria en medio de la discusión entre los candidatos, salvo por alguna referencia de Myriam Bregman, la postulante del FIT.
En el debate presidencial que se desarrolla en Santiago del Estero, también lo cuestionó por su doble función de ministro y candidato, en plena campaña.
Tampoco Massa fue acorralado por sus oponentes a responder sobre las principales polémicas que rodean al kirchnerismo, al impacto político de la disputa entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner durante toda la gestión del actual gobierno, ni a la ofensiva K contra la Corte Suprema y el Poder Judicial en medio de las causas que tienen a la vicepresidenta en el banquillo.
Al contrario, se despachó con una llamativa promesa de que «se viene un Gobierno nuevo, mi gobierno, no este Gobierno». Buscó con esa frase y otros mensajes con la misma lógica (insistió en su apuesta de conformar un gobierno de unidad nacional hasta convocando a dirigentes del PRO), marcar cierta distancia y especialmente mostrarse como un elemento de diferenciación del kirchnerismo, justamente el espacio que lo parió como candidato.
El eje principal de su plan lo desplegó ampliamente y tuvo al propio Milei casi como un aliado privilegiado: siempre optó por una confrontación más directa con el libertario y hasta por momentos se esforzó demasiado por ningunear a Patricia Bullrich, en línea con la estrategia de la campaña oficialista que busca instalar que la presidencia se definirá en un balotaje con el candidato de la La Libertad Avanza.
«Sarasa», se le escuchó decir con el micrófono cerrado a Milei ante la respuesta de Bullrich sobre su plan para combatir la inflación. Massa en segundo plano, saludó la ocurrencia del libertario y se permitió aflojar en parte el rostro serio y adusto que mostró durante todo el debate.
El candidato de Unión por la Patria dijo que siente “el dolor y la frustración de que las cosas no van bien, de que la plata no alcanza”.
El ministro puso un empeño especial en exhibir un discurso de solidez, que se ajustó bastante a los tiempos establecidos para su exposición, aunque en algunos momentos el remate de la idea pareció desdibujado. Se pegó por demás el libreto en el eje del debate dedicado a la economía y enfrentó las réplicas de cada uno de sus cuatro adversarios. Allí quizas estuvieron los momentos de mayor tensión para el candidato oficialista, que se evidenciaron en su rostro y se notaron en algunos cruces, en especial con Bullrich.
El tigrense se aflojó un poco más cuando la discusión pasó a las propuestas en materia de educación, donde se sintió más aliviado, y cerró, más sonriente y con alguna ironía, el bloque dedicado a la convivencia democrática y los derechos humanos, especialmente después de observar que sus contrincantes tampoco fueron a fondo para chicanearlo con los escándalos de corrupción.
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