Opinión

AnálisisCuando contagian el virus del odio

Por Joaquín Morales Solá

El laboratorio Moderna, que produce ahora una de las vacunas más eficientes del mundo, quiso hacer en su momento algunos ensayos con humanos en la Argentina. Así se lo hizo saber a funcionarios argentinos del ministerio que entonces conducía Ginés González García. Aquí le preguntaron al laboratorio si el país tendría luego alguna prioridad en la entrega de vacunas. Moderna contestó que su ensayo estaba siendo financiado casi exclusivamente por el Estado norteamericano (recibió más de 1000 millones de dólares) y que no tendría prioridades posibles hasta después de vacunar a los estadounidenses. Moderna no pudo entonces hacer pruebas con argentinos. La respuesta argentina fue correcta, pero ratifica que la vacuna del laboratorio Pfizer sí tenía entre sus prioridades a la Argentina. Pfizer hizo pruebas con miles de argentinos. El contrato se trabó luego en las negociaciones entre directivos de la empresa farmacéutica y funcionarios argentinos. No solo es necesario saber por qué el país no cuenta con otra de las mejores vacunas del mundo; también es imprescindible. El resultado de esos tratos frustrados es que ahora hay una inoculación clasista de la vacuna. Los argentinos con recursos económicos viajan a Miami para vacunarse con Pfizer o Moderna y los que no pueden hacerlo deben esperar aquí para ser inmunizados con las vacunas Sputnik V o con las dos chinas, que no cuentan con la aprobación de las principales agencias de control de medicamentos del mundo, la EMA europea y la FDA norteamericana.

La eficiencia de las vacunas de Rusia o de China está fuera de discusión (solo se debate sobre el nivel de inmunización que tienen), según fuentes del sistema sanitario privado. Directivos de la medicina privada señalan que existe ahora un contagio aluvional de personas de mediana edad, pero que la transmisión del virus es mucho menor en personas mayores porque ya fueron vacunadas. No obstante, la Argentina se enfrenta a semanas que podrían ser dramáticas. El AMBA, la Capital y el conurbano, tiene ya una ocupación de camas de terapia intensiva de entre el 95 y el 100 por ciento. Las camas ocupadas muestran lo que pasó; los contagios adelantan lo que pasará. Para peor, el país no se preparó durante un año para la segunda ola en curso, que era inexorable. La producción y provisión de oxigeno está en poder de tres empresas, pero nadie sabe si los dueños son tres, dos o uno. Un oligopolio que terminó ahora con la escasez de oxígeno, indispensable para curar a los enfermos graves de Covid-19.

Con sus palabras de los últimos días, Alberto Fernández descartó la pacificación y les habló a los argentinos que prefieren odiar

“El Presidente está desesperado”, señala un ministro que lo frecuenta. La desesperación no justifica cualquier cosa. ¿La Capital está en situación crítica? Sí, lo está, pero también lo está Santa Fe y no por eso el Presidente toma decisiones sobre la educación en lugar del gobernador Omar Perotti. Otra vez se metió en territorio de la Capital cuando el viernes dispuso que no habrá clases presenciales. Rodríguez Larreta lo desafió y ratificó que habrá clases en los niveles inicial y primario. El Presidente anticipó también que enviará al Congreso un proyecto de delegación de facultades (delegación a él, desde ya) para que se negocie con la oposición. Cualquier delegación de facultades significa un paréntesis para la vigencia integral de la Constitución. ¿Es necesario tanto? No. Existen varios países en el mundo gobernados por sistemas parlamentarios que gestionaron la pandemia mejor que los presidentes.

El kirchnerismo ha hecho de la vacuna Pfizer una bandera del nacionalismo. Agrede a los que preguntan por qué esa vacuna no llegó a la Argentina. Veamos la razón de las preguntas. El número es exacto, según las revistas científicas: 5762 argentinos participaron de las pruebas de la vacuna Pfizer que se hicieron en el Hospital Militar de Buenos Aires. Fue el ensayo más grande que ese laboratorio hizo en el mundo. Funcionarios del Ministerio de Salud confirmaron que Pfizer dispuso para la Argentina 13,3 millones de dosis en varias entregas, aunque existía el compromiso de enviar un lote importante de vacunas no bien el inmunizante saliera al mercado. El Presidente, que suele refugiarse en el contrato de confidencialidad que firmó, asegura que el principal escollo fue que Pfizer no se hacía cargo de la seguridad de la vacuna ni siquiera en el viaje hasta Ezeiza. La experiencia de Pfizer en el mundo dice lo contrario: se hace cargo del delivery hasta el lugar mismo de vacunación. De hecho, en Perú están vacunando con ese inmunizante hasta en los lugares más remotos de su interior. Pfizer, que tiene una vacuna con requisitos de conservación muy rígidos (70 grados bajo cero, por ejemplo), no dejaría su prestigio en manos ajenas.

México, Brasil, Colombia, Chile, Uruguay y Perú, entre otros países latinoamericanos, están vacunando con ese laboratorio. Hay gobiernos de todos los colores políticos. ¿Las condiciones inaceptables de Pfizer, según insiste ahora el gobierno argentino, se las pidió a todos? “A todos”, contesta el Presidente a esa pregunta, y agrega: “Los otros aceptaron, pero nosotros no”. Es improbable que los únicos patriotas latinoamericanos estén empadronados en la Argentina. Tal vez el problema principal se haya dado en la garantía que pedía Pfizer para preservarse de eventuales juicios. El presidente uruguayo, Lacalle Pou, lo explicó de esta manera: “Nosotros negociamos y negociamos. Disentíamos hasta que encontrábamos la fórmula para ponernos de acuerdo”. La discordia argentina se refería a la decisión de firmar –o no– un seguro de caución.

El canciller Felipe Solá tiene razón cuando dice que el país tiene un problema que se llama AstraZeneca. Con este laboratorio las exigencias fueron menos rigurosas en tiempos en que, claro está, todas las vacunas estaban en la misma posición de largada. AstraZeneca cedió la fabricación de su principio activo para América Latina a la compañía farmacéutica argentina del empresario Hugo Sigman. La separación y envase del producto se haría en la empresa mexicana Liomont. Resulta, sin embargo, que AstraZeneca tomó bajo su absoluto control la producción de la vacuna una vez terminado el proceso en la Argentina y México. De hecho, envió a Estados Unidos 40 millones de dosis del inmunizante, que allí no se puede aplicar porque no fue autorizado todavía por la FDA. En el camino, AstraZeneca tuvo varios problemas que demoraron la vacuna. El gobierno de Alberto Fernández está reclamando solo ahora por la falta de compromiso de ese laboratorio con el país. Su administración pagó el 60 por ciento del contrato con AstraZeneca por 22 millones de dosis. Las vacunas de AstraZeneca que se aplican en la Argentina fueron enviadas por el fondo Covax de la Organización Mundial de la Salud, no por la empresa.

Un bloque sombrío aparece en el horizonte. Mal momento para que el Presidente acuse de odio al gobierno que lo precedió porque no entregó más de un centenar de viviendas en Avellaneda, cuya construcción empezó cinco años antes de que Cristina Kirchner se fuera del poder. No es cierto que esas viviendas estaban en 2015 para ser entregadas, como él dijo. Tiene un testigo de que eso no fue así: su ministro de Vivienda, Jorge Ferraresi, un kirchnerista que entonces era intendente de Avellaneda. Construir la cultura del odio o de la pacificación es una obra fundamental de los presidentes. Cristina eligió sembrar el odio cuando encogió el “nosotros” y amplió el “ellos”. Con sus palabras de los últimos días, Alberto Fernández descartó la pacificación y les habló a los argentinos que prefieren odiar. El odio es un virus letal para cualquier sociedad. No tiene vacuna ni la tendrá.

 

Por Joaquín Morales Solá para LA NACION

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