Por Ricardo Roa
En plena campaña, pone en el Vaticano a dos jueces ultra cristinistas que calzan justo con Derechos contra la Derecha, la campaña del miedo del gobierno.
Lo raro es que hubiera algún mensaje del Vaticano producto de la casualidad. Sería tanta casualidad que parecería un milagro. En plena campaña electoral, Bergoglio sumó a su staff a Eugenio Zaffaroni, el divulgador preferido del cristinismo en el mundo del derecho y una especie de rockstar del chavismo jurídico.
Zaffaroni pasó de juez de la Corte a asesor de Cristina. Y ahora tendrá, por decreto de Bergoglio, status propio dentro de la Iglesia. Circulará, con chapa del Vaticano, como integrante de un nuevo organismo sobre derechos sociales y colonialismo.
Será, en los hechos, un informal vocero jurídico del Papa ante propuestas de Bullrich o Milei que disgusten a Bergoglio. Cualquiera ya puede imaginarlo: medidas sobre seguridad, la limitación de las protestas, privatizaciones o la aceleración de casos de corrupción kirchnerista, como el de los Cuadernos de las Coimas, del que Zaffaroni ha dicho las peores cosas. Calza justo con Derechos contra la Derecha, la campaña del miedo del gobierno.
Bergoglio se permitió meter en otro cargo a Roberto Gallardo, un juez kirchnerista de la Ciudad que, a diferencia de Zaffaroni, no existe en el universo de la Justicia. ¡Y presidirá en Roma un comité de jueces! Ahí, el Papa le bajó el precio a Zaffaroni. Más adelante explicaremos por qué. Sólo un comentario: Bergoglio siempre recibe o premia a los que acá están de un lado de la grieta. Debe ser el lado celestial.
Volvamos a Zaffaroni, juez de la dictadura aunque no le guste nada recordarlo y respetado inicialmente por su tratado de derecho penal que trajo ideas innovadoras y con el que se formaron varias generaciones. Saltó a la justicia de instrucción, hizo carrera y fue ascendido a camarista.
Comenzó a perder seriedad cuando viró hacia el abolicionismo, una estrafalaria teoría que podría definirse así: aplicar y hacer cumplir penas a los delincuentes no tiene sentido. Cuentan que el juez visitaba cárceles para decirles a los presos que esperaran a que él estuviera de guardia en el juzgado para pedir la excarcelación.
Pese al desprestigio de Zaffaroni, Bergoglio lo agrega al grupo selecto de argentinos que lo acompañan y donde sobresale el piquetero Grabois, reciente precandidato a presidente. Bergoglio nos dice: yo soy Zaffaroni. Y potencia el discurso de Zaffaroni contra el lawfare, una entelequia presentada como la manipulación de la Justicia, con la complicidad de los grandes medios, para perseguir a líderes progresistas. La justicia no es la justicia sino una conspiración.
Aclaremos: si alguien sabe de eso, y sabe mucho, es el kirchnerismo. Pero Bergoglio piensa igual al kirchnerismo. Lo dice esta frase que parece escrita por Zaffaroni a la medida de Cristina: “El lawfare, además de poner en riesgo la democracia, es utilizado para minar los procesos políticos emergentes…. es fundamental detectar y neutralizar estas prácticas… en combinación con operaciones multimediáticas paralelas”. Más claro, échele agua.
Todos sabemos para qué sirve de verdad el lawfare: para apretar a jueces y fiscales que intentan hacer su trabajo según las leyes. Zaffaroni aplaudió en vivo y en directo la arenga del Papa en el Vaticano. Fue en abril pasado. También, la diputada Siley, la del juicio trucho a la Corte, y la jueza de Casación Figueroa, amiga de Cristina y que se atrincheró en su despacho para que no la jubilen.
También hay tela para cortar en la designación papal de Gallardo, que dirigió la carrera de abogacía en la Universidad de las Madres. Sin comentarios. Es un juez militante a la caza de espacio en los medios. Lo ha conseguido con sentencias surrealistas, como la de prohibir bailes con música en vivo o grabada y la actividad de los delivery. Frenó la construcción de una playa de estacionamiento en Recoleta, intervino el SAME, clausuró La Rural, no dejó prender el cartel de Coca Cola en el Obelisco, intervino el Normal 1 y hasta multó a Macri, su archi enemigo. Por si fuera poco, promulgó un subsidio mensual a los hijos de los cartoneros como si fuese un legislador. Estuvo dos veces al borde del juicio político. Un clásico: los fallos de Gallardo son inmediatamente apelados y anulados.
Está a la vista: con Zaffaroni y Gallardo, Bergoglio no está buscando mejorar la Iglesia. Ni la doctrina de la Iglesia. Está atendiendo sólo su juego político interno, que lo hace a la manera de siempre.
Por Ricardo Roa para Clarín
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