En una declaración que generó bastante ruido en el Vaticano en vísperas del funeral solemne de Joseph Ratzinger, el secretario privado de Benedicto XVI, el arzobispo alemán, Georg Gänswein, reveló en una entrevista que al papa emérito le cayó muy mal el decreto con el cual, en julio de 2021, el papa Francisco decidió limitar al máximo el uso de la misa en latín.
Para reconciliarse con los sectores tradicionalistas que nunca digirieron la reforma litúrgica de 1970, fruto del Concilio Vaticano II -que significó la gran revolución de las misas habladas en los idiomas nacionales, con el sacerdote enfrentado a la asamblea y ya no de espaldas-, Benedicto XVI indicó en ese entonces que era posible en “forma extraordinaria” la misa tridentina en latín, sin necesidad de pedirle permiso al obispo para celebrarla. Era un modo, también, para reacercarse con los ultraortodoxos seguidores del fallecido obispo francés, Marcel Lefebvre, que rompió con Roma por ese y otro motivos en 1988.
Pero, 13 años más tarde, Francisco decidió dar marcha atrás. Después de encargarle a la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) que realizara una consulta “capilar” con obispos de todo el mundo, a quienes se les mandó un cuestionario sobre el tema, con “Traditionis Custodis” estableció que sólo hay una “única” forma de “lex orandi” del rito romano, la de los libros litúrgicos promulgados por los santos Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con el Concilio Vaticano II. Y decretó que quien quiere celebrar la misa con el antiguo rito en latín debe ser autorizado por el obispo del lugar, siguiendo las orientaciones de la Santa Sede.
El obispo también debe controlar que los grupos que siguen ese rito antiguo “no excluyan la validez de la legitimidad de la reforma litúrgica, de los dictados del Vaticano II y del Magisterio de los Sumos Pontífices”, y debe indicar dónde puede ser celebrada la antigua misa, que de ningún modo puede realizarse en una iglesia parroquial.
Como explicó el Papa en su momento, el cambio drástico se debió a que esa consulta había sacado a la luz una situación alarmante, que lo impulsó a intervenir por el bien y la unidad de la Iglesia.
Gänswein, de 66 años y que también escribió un libro que saldrá pronto a la venta sobre su vida al lado de Benedicto, en la entrevista a Die Tagespost explicó que “la intención de Benedicto había sido la de ayudar a quienes simplemente habían encontrado una casa en la misa antigua a encontrar una paz interior, encontrar una paz litúrgica y también, de alejarlos de Lefebvre”.
“Si se piensa por cuántos siglos la misa antigua ha sido fuente de vida espiritual y alimento para tantos santos, es imposible imaginar que ya no tenga más nada para ofrecer. Y no nos olvidemos de todos esos jóvenes que nacieron después del Concilio Vaticano II y que no saben nada de los dramas que lo rodearon. Quitar este tesoro a la gente ¿por qué?”, se preguntó.
“No creo que puedo decir que me siento cómodo con esto”, agregó, confirmando que, ya en su momento, en julio de 2021, la limitación máxima al uso de la misa en latín decretada por Francisco, cayó pésimo entre los sectores conservadores de la Iglesia católica.
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