No es un político, sino un funcionario con una larga carrera docente detrás. De bajo perfil, hasta el día que fue a la televisión a exponer su programa de cambios en un sistema educativo que desde hace 40 años ha entrado en una pendiente de decadencia, según informó Infobae.
Tanto el diagnóstico como los diferentes puntos de vista sobre el tema tienen puntos de contacto con la realidad educativa argentina. Vale la pena detallarlos.
Demasiados alumnos llegan a la secundaria sin saber leer, ni escribir, y sin dominar las operaciones matemáticas básicas. Una escuela que fue de excelencia hoy no deja de retroceder en las evaluaciones internacionales. Y aunque se le inyecte mayor presupuesto no arroja mejores resultados.
Preocupado por este cuadro decepcionante, Jean-Michel Blanquer, 53 años, ministro de Educación desde mayo de 2017, esboza un programa de metas simples que sin embargo la escuela actual ya no logra cumplir, pese a la sofisticación de sus teorías pedagógicas: leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y… respetar al otro y al maestro.
Blanquer quiere dar autonomía a cada establecimiento y restaurar la autoridad de los docentes. «La noción de autoridad es fundamental -dijo el ministro en una entrevista-. Desde el punto de vista pedagógico, la autoridad del profesor está ligada a su saber. No es sinónimo de tener un puntero para golpear, sino, por el contrario, el signo de la voluntad de elevar a los niños hacia la edad adulta. La autoridad debe ser primero la consecuencia natural de una pasión por el saber, de las personas y de las instituciones. Por otra parte hay que restablecer también la autoridad en lo que respecta al comportamiento de los alumnos. Esto no se hará en un día, pero los grandes principios han sido afirmados».
Serio, discreto, no especialmente carismático, y hablando con tono monocorde, Blanquer logró sin embargo convencer a más del 70 por ciento del millón y medio de franceses que, el 25 de enero pasado, vieron el programa L’Émission politique, del canal France 2, en el que expuso sus ideas y sus planes para la educación. Todo un récord.
Al día siguiente, el ministro era tapa de las principales revistas; una de ellas titulaba «Vicepresidente», en referencia a su logro, pero también al hecho de que el presidente Emmanuel Macron considera la reforma educativa como el eje central de su gobierno.
La receta de Blanquer es sencilla: volver a los fundamentos, es decir, al dominio de la lectura, al dictado como ejercicio de escritura diario —porque nada vale lo que la repetición para apropiarse de la lengua—, a la memorización, porque las ciencias cognitivas confirman lo que antes los maestros sabían por intuición y luego los pedagogos negaron —que solo a través de la memorización el cerebro crea circuitos en la memoria—, la vuelta del latín y el griego, de las clases bilingües, de los coros —porque cantar en grupo crea vínculos, baja las tensiones, porque la música es euforizante y a la vez calmante—.
Sobre todo, dice un artículo en Valeurs Actuelles, el ministro quiere romper «con las aberraciones de los pedagogistas y su jerga: un perjuicio total desde hace 40 años».
«El nuevo ministro de Educación rompe con el pedagogismo que ha demolido la escuela», celebran, en referencia al reinado de los pedagogos por sobre los directores y los maestros.
En un trayecto que nos resultará familiar, la escuela francesa pasó, dicho a trazo grueso, de tener programas obligatorios pero con libertad pedagógica total para los maestros —solo se les exigían resultados— a un sistema, en los últimos 40 años, en el que los pedagogos reinan, la autonomía del docente es mínima y los métodos están por encima del contenido. De la crítica al enciclopedismo se pasó al vaciamiento y a la desvalorización de los saberes. Y con la desvalorización del saber vino la pérdida de autoridad de quien era hasta entonces su poseedor: el maestro. El niño pasó a ocupar el centro de la escena, porque, según estas modernas pedagogías, el alumno construye su propio saber, a su propio ritmo, y el docente es apenas un «facilitador».
Además de volver al dictado diario en la primaria, el ministro quiere restablecer la cronología en la enseñanza de la historia –hasta eso trastocó la nueva pedagogía- y revisar los programas escolares para asentar los contenidos esenciales.
Las desigualdades deterioran el sistema escolar y es en la primaria donde se solidifican.
Pero Jean-Michel Blanquer no tiene un concepto demagógico al respecto. Para el ministro, «el discurso igualitarista es destructivo». «Muchas cosas contraproducentes se han emprendido en nombre de la igualdad», sostiene.
Hay que decir que la demagogia educativa de su antecesora en el cargo, la socialista Najat Vallaud-Belkacem, que en el colmo del rechazo a la selección por el mérito llegó a proponer el sorteo como mecanismo de ingreso a la universidad, facilitó la tarea de Blanquer.
Al ministro le bastó dar marcha atrás para encontrar aprobación de padres y docentes: anunció la vuelta a la repitencia, a disciplinas como lenguas clásicas (griego y latín), el restablecimiento de las especializaciones llamadas «de excelencia», en los primeros años del secundario en el nivel secundario (eliminadas por elitistas por la gestión anterior), el regreso –optativo- de los uniformes (estaban prohibidos)…
Y dejar sentado su rechazo total a la escritura inclusiva, zoncera que también tiene adeptos en Francia…
El nuevo ministro no niega que la desigualdad sea un problema, todo lo contrario. Pero que haya una desigualdad al inicio, no implica que se deba aceptar una desigualdad al final, dice, en referencia a ese paternalismo que lleva a certificar saberes no adquiridos y llevan luego al fracaso en el secundario o en la universidad. Una de las razones de los fracasos de la escuela es esa igualdad mal entendida.
Curiosamente, la escuela pública fue igualadora cuando menos lo proclamaba y dejó de serlo cuando más lo pregona.
Partiendo entonces de un concepto diferente de igualdad, el acento estará puesto en el «CP» (cours préparatoire), es decir, el primer grado, ese año clave, cuando los niños tienen entre 5 años y medio y 6 años y medio. En los llamados establecimientos de educación prioritaria (REP), en cada 1er grado no podrá haber más de 12 alumnos. Por ello, habrá este año una multiplicación de cargos docentes en ese nivel.
Este desdoblamiento de los grados fue una de las primeras medidas tomadas por Jean-Michel Blanquer.
No hace falta abundar en las consecuencias que tiene un mal comienzo escolar para el resto de la trayectoria de un alumno. Respaldado en las ciencias cognitivas —que no hacen más que confirmar lo que los maestros sabían antes por intuición— Blanquer insiste en la importancia de aprovechar la capacidad de aprendizaje que tienen los niños a esa edad y de volver al método silábico, reivindicado por estos estudios.
«Evidentemente —dice el ministro— esos primeros años son absolutamente decisivos, incluidos los que preceden la escuela. Lo sabemos gracias a las ciencias cognitivas, el preescolar, primero y segundo grado son muy importantes. Si no se aprenden las tablas de multiplicar en la escuela elemental, no se poseerán nunca realmente los automatismos que permiten avanzar sobre otras cuestiones matemáticas».
Para que una escuela sea considerada REP, se toma en cuenta el porcentaje de alumnos de familias de bajos recursos, el número de ellos que reciben algún tipo de subsidio, la ubicación geográfica de la escuela y el porcentaje de fracaso escolar.
Un criterio interesante en momentos en que en la Argentina hemos vuelto a las evaluaciones anuales pero todavía desconocemos qué política se va a implementar a partir de ellas, lo que lleva a todo tipo de especulaciones y temores.
Blanquer hizo toda su carrera en la Educación: fue profesor, rector, director de Enseñanza Escolar, director del ESSEC (Escuela Superior de Ciencias Económicas y Comerciales) y jefe de gabinete de un anterior ministro de Educación, durante la presidencia de Jacques Chirac.
El celular, prohibido en la escuela
Otra medida antidemagógica del ministro ha sido la prohibición del celular en la escuela. La veda concierne solo a los colegios públicos y estos podrán elegir la modalidad de aplicación de esta regla, «que irá desde la más flexible a la más dura». «La versión más liviana, como ya existe en algunos liceos, es la de guardarlo en un bolsillo interna de la mochila para poder sacarlo cuando haya un uso pedagógico, o urgencias. Y la más dura: no se podrá traer el celular a la escuela», explicó el ministro, en una entrevista radial.
Además, Blanquer quiere cambios en la formación de los docentes, «donde el peso de la didáctica es aplastante», en palabras del profesor de Letras y ensayista Jean-Paul Brighelli, famoso por ser el mayor detractor del pedagogismo en Francia. Hoy, sin sorpresas, manifiesta su apoyo a la gestión Blanquer.
Si los maestros son malos, los alumnos tienen pocas chances de ser buenos, salvo que sus familias los ayuden. Y así es cómo se reproducen las desigualdades, sostiene Brighelli. Por eso, solo una escuela de excelencia, especialmente en los primeros años, puede compensar las desigualdades de cuna.
A modo de síntesis podría decirse que Blanquer combina medidas sociales, como el desdoblamiento de los primeros grados numerosos y el refuerzo de las escuelas con problemas, con medidas «conservadoras», como la vuelta de la repitencia y de las especializaciones de excelencia en el secundario.
Macron le ha dejado gran libertad de acción y, al mismo tiempo, está muy pendiente del área ya que desea dejar huella en esta materia.
«Blanquermanía», dicen algunos, en referencia al enorme consenso que ha logrado el ministro con estos anuncios. Un consenso envidiable, que traspasa fronteras ideológicas: en el país que vio nacer el clivaje izquierda-derecha, el ministro asegura que su programa no es ni lo uno ni lo otro.
«Réac» (apócope de reaccionario), dicen algunos. «Réac» pero a la vez «revolucionario», dicen otros.
Es cierto que derecha y centroderecha lo aplauden. Pero los referentes de la izquierda se cuidan de criticarlo demasiado abiertamente: su electorado recibe con buena disposición el programa del ministro. Es la música que quieren escuchar.
En concreto, Blanquer maravilla a la derecha y deja muda a la izquierda. Probablemente sea porque el sentido común del discurso ministerial es difícil de cuestionar.
¿Qué hay detrás de esta unanimidad? El hartazgo de la charlatanería de los pedagogos.
Pese a su calma habitual, Blanquer se enciende precisamente cuando critica las utopías «pedagogistas» e «igualitaristas» que han contaminado, dice, la investigación francesa en ciencias de la educación. A esas utopías responsabiliza por los fracasos de la educación francesa, la deserción de la escuela pública por la clase media y el hecho de que los alumnos de primaria no dominen la lectoescritura y las operaciones aritméticas básicas.
Antes de ser ministro, Blanquer escribió dos libros, La Escuela de la vida y La Escuela de mañana, en los que elogia la autonomía de quienes están en la primera línea, es decir, de los maestros. «Liberar energías», dice Macron, por su parte.
Evaluación y remuneración de los docentes por mérito y libertad de contratación para los directores que luego deberán mostrar resultados, son las medidas destinadas a hacer realidad esa autonomía.
Habrá que esperar para ver si Jean-Michel Blanquer tiene éxito en su misión. Mientras tanto, solo queda por admirar la sencillez expositiva de un ministro que habla desde el sentido común y eludiendo la jerga de especialistas alejados de la trinchera donde el maestro libra a diario su batalla por enseñar.
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