El suizo jugó su último partido como profesional en el O2 Arena por la Laver Cup.
Después de que se emitiera en las pantallas del estadio un video que repasaba su carrera, el helvético mostró que la magia estaba intacta, aunque el cuerpo ya no respondía como antaño. Ante una pareja a priori más sólida (Sock llegó a ser número dos del mundo en dobles), los dos cracks mostraron sangre fría para salir de algunos apuros (levantaron un break point en el octavo game) y, en su primera oportunidad de quiebre, cerraron el primer set por 6-4 en 42 minutos de juego.
En un ambiente bastante más distendido que el que se vive habitualmente en un partido del circuito, con sonrisas luego de un error y con felicitaciones de los rivales tras un acierto, la pareja norteamericana no aceptó ser simple partenaire, se recompuso en el arranque del segundo episodio y le arrebató el servicio a Nadal en el tercer game. Pero con algunas pinceladas de drive de Roger, los europeos volvieron a emparejar. Desde la tribuna bajaban los aplausos. Uno de los que alentaba como un fanático más era el alemán Alexander Zverev, ausente por una lesión en el tobillo derecho. Nadie quería perderse esta función.
Seis break points levantaron Roger y Rafa en el 11° game, con el saque del manacorí, antes de llegar al tie break, mientras al pie de la cancha aplaudían los padres de Federer, Robert y Lynette; su esposa, Mirka Vavrinec; y sus hijos, las mellizas Myla y Charlene y los mellizos Leo y Lenny. En esa instancia, los estadounidenses se impusieron 7-2.
Después de 114 minutos de juego en el 1750° partido de su carrera (1526 en singles y 224 en dobles), Federer, ya visiblemente cansado, gastó sus últimos cartuchos en el match tie break. En un duelo cerradísimo, regaló un par de buenos servicios (incluido un ace) y alguna volea mágica que no fueron suficientes para evitar la derrota 11-9. De todos modos, esta vez el resultado fue lo de menos.
Abrazos con sus compañeros, con sus rivales, con McEnroe, con Borg. Una ovación infinita. Otro video con una catarata de elogios. Y lágrimas, muchas lágrimas. No solo suyas, sino también de Nadal, el hombre que lo ayudó a ser tan grande. El cierre de la noche fue a pura emoción. “Tenía miedo de lesionarme, pero pude estar a gusto. Estar junto a Rafa y los demás miembros del equipo ha sido fantástico. No estoy triste, disfruté volver a jugar una ver más. No quería sentirme solo a la hora de despedirme. Gracias a mi equipo, gracias a mi familia, gracias a todos”, alcanzó a decir, conmovido como nunca antes en una cancha de tenis, un caballero del deporte.
En estos días había sido desempolvada aquella frase que Andy Roddick le espetó a Federer en julio de 2005, después de que lo derrotara por segunda vez consecutiva en una final de Wimbledon: “Me gustaría odiarte, pero sos demasiado agradable”. Desde que el suizo anunció el jueves pasado su adiós, una catarata de elogios cayó sobre él, no solo de colegas y rivales, sino también de deportistas de otras disciplinas (incluido Lionel Messi) y de personalidades de distintas actividades.
La confirmación de que su última función sería este viernes en Londres hizo que los gestores de la reventa comenzaran a frotarse las manos: los precios de los boletos más caros, que cuando habían salido a la venta hace un par de meses meses costaban 375 libras (407 dólares), volaron hasta los 50.000 dólares y ello no impidió que se vendieran como pan caliente en ese mercado paralelo. Todo ello para la primera jornada de un torneo por equipo organizado por Team8 (la agencia de representación que el propio Federer regenta junto a su agente, Tony Godsick) y que si bien cuenta con el respaldo de la ATP, no reparte puntos para el ranking.
Que no hubiera porotos en juego no fue óbice para que cinco de los 10 primeros del escalafón mundial (y 10 de los primeros 20) dieran en presente en la capital británica. De todos modos, todos ellos quedaron relegados a papeles secundarios este viernes. Todas las miradas y las cámaras de los teléfonos móviles en el O2 Arena estuvieron dirigidas hacia Federer durante todo el día.
Cuando salieron a la cancha para el inicio de la jornada, fueron ovacionados Nadal, el serbio Novak Djokovic y el escocés Andy Murray, los otros tres integrantes del Big Four, quienes habían protagonizado junto a Roger una sesión de entrenamiento el jueves y luego habían posado para las fotos en el río Támesis. Sin embargo, esos recibimientos quedaron chiquitos al momento en que el protagonista de la fiesta puso un pie sobre la superficie pintada de negro.
El suizo siguió desde un sillón ubicado detrás del banco de su equipo los dos primeros partidos que ganaron sus compañeros: primero el noruego Casper Ruud superó a Jack Sock 6-4, 5-7 y 10-7 y luego el griego Stefanos Tsitsipas derrotó a Diego Schwartzman 6-2 y 6-1. Durante algunos descansos, Roger se acercó a las tribunas para firmar autógrafos. El primer segmento del tercer duelo, el que jugaron Murray y el australiano Alex De Miñaur, lo siguió desde el vestuario, pero volvió al banco para alentar en el tramo final al británico, que terminó perdiendo 5-7, 6-3 y 10-7. Luego le tocó dar su último concierto.
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