Con la cabeza puesta en la serie por la Copa Libertadores, el DT puso un equipo alternativo y lo pagó caro: fue 2-1 para los de Zubeldía en la Bombonera.
No le salió a Boca. Ni a Miguel Russo. Porque el DT intentó darle rodaje ante Lanús (como hizo contra Talleres) a muchos futbolistas que vienen siendo suplentes y que necesitaban de minutos para ganar confianza. Pero otra vez, como contra los cordobeses, perdió en su casa y quedó en evidencia algo: la distancia entre los titulares y los suplentes sigue tan marcada como quedó a la vista de todos entre un tiempo y el otro. Porque el gran triunfo por 2-1 del conjunto de Luis Zubeldía se explicó desde una etapa en la que aprovechó todo lo que el local le dejó hacer, con errores individuales y colectivos.
En esa primera parte se notó en Boca la falta de minutos de juego de varios de sus titulares. Es que entre Zárate, Pulpo González y Wanchope, el equipo se volvió mucho más lento en sus transiciones con la pelota y fue una consecuencia lógica: entre los tres apenas sumaron cuatro encuentro como titulares en el año. Pero además, la posición de Villa (por derecha) conspiró contra la explosión del equipo que habitualmente tiene.
Lanús fue inteligente en elegir en qué sitios dar batalla en esos 45 minutos. Contuvo a Campuzano en la salida, esperó en su campo a las alas para no darles espacio y atacó con decisión atrás de los laterales de Boca, de mal encuentro. Una estrategia efectiva para tener un partido cómodo: su intensidad contra la lentitud del rival facilitó buena parte de la historia. Ya De la Vega había tenido una chance clara en un mano a mano que evidenció un retroceso descoordinado de una defensa hasta ayer inédita, sin conocimiento entre sí, pero además con huecos que quedaron en el medio en la dupla Campuzano – Pulpo González.
Pero eso que el talentoso de Lanús falló ante Andrada lo compensó un rato más tarde, con una sutileza el pibe que usa la 10: porque leyó que el negocio estaba a las espaldas de Mas y metió un pase en forma de daga al corazón del área que tocó con sutileza Orsini para el 1 a 0. Merecido, lógico, porque había atacado más decidido el conjunto de Zubeldía.
El 2 a 0 en el cierre del primer tiempo fue todo desorientación individual de Boca. Porque Zambrano (jugó con el perfil cambiado en la zaga y se lo observó incómodo e impreciso) se confió, Orsini guapeó y cruzó la pelota frente a Andrada. ¿Demasiado grande el castigo? No. Tal vez sí fue demasiado premio esa distancia en el resultado para la visita, mucho más cómodo en su funcionamiento.
Por segunda vez en el ciclo, Boca estuvo en desventaja (con Talleres fueron los últimos 5 encuentros del partido). Y aunque el once ideal tendrá nuevos apellidos en la cancha, de nuevo le faltó reacción inmediata ante el golpe. Ni Maroni ni Pulpo González le dieron juego asociado y así, la primera parte se tiñó granate.
Los ingresos de Cardona y de Capaldo equilibraron el fútbol y la recuperación. Por eso el primer tramo tuvo a Boca mejor posicionado en el ataque, con algunas chances para Zárate, otra de Capaldo y un remate de Villa que explotó en la mano del colombiano Pérez y que Tello no cobró penal. Lo era. En Lanús, fue Quignon el que manejó los tiempos de un equipo atado a un libreto que tenía como ítem sacar contras que aparecieron a cuentagotas pero que se entendió desde la construcción de un triunfo muy importante para los del Sur.
A la dupla Zárate – Ábila la asistieron mucho más Cardona y Villa, pero no estuvieron finos frente al arco de Morales salvo por ese gol oportunista de Wanchope, de rebote, en el área. Y si bien Boca se pareció mucho más al equipo que fue campeón en marzo en esa segunda parte, todavía dejó incertidumbre sobre algunas piezas que Russo en algún momento necesitará en otro nivel para todo lo que se viene. La Copa, en la semana, en Porto Alegre. Y este torneo doméstico, ahora con un grupo mucho más apretado de lo que aparentaba.
Boca fue Boca en ese segundo tiempo. Ahí arrinconó a su rival, Cardona fue el conductor, Villa supo desbordar y la presencia en el área se multiplicó entre Capaldo, Zárate y hasta el propio Buffarini, quien entendió mejor que el negocio estaba por su sector. Tarde, quizá. Al menos cuarenta y cinco minutos.
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