Fue 0 a 0 en La Bombonera, donde tuvo la iniciativa pero le faltó efectividad. Valentín Barco fue lo más peligroso, pero Almirón lo sacó faltando 20 minutos. El jueves que viene, la revancha en San Pablo.
La Copa Libertadores se sufre. Es así, ningún campeón se paseó por el torneo más importante del continente hasta levantar el trofeo oliendo a perfume. Y si Boca quiere jugar la final de la edición 2023 tendrá que transpirar en Brasil. En la ida de las semifinales en La Bombonera igualó 0-0 ante Palmeiras y dejó sensaciones ambivalentes entre un primer tiempo en el que generó muchas situaciones y una segunda mitad en la que sintió el cansancio y terminó desconcertado después de los cambios que realizó el entrenador Jorge Almirón.
Será una semana de emociones fuertes hasta el próximo jueves cuando defina en el Allianz Parque de San Pablo si consigue el boleto a la final del 4 de noviembre en el Maracaná o si se queda en el camino. En el medio, el domingo, jugará el Superclásico frente a River.
La sensación es que Boca no ligó. El primer tiempo del Xeneize fue excelente. Lo que pensó Jorge Almirón se dio sobre el campo de juego -casi- tal cual lo había planeado. Y no es un secreto, a su equipo le falta ser contundente en el área rival. Por eso llegaba a la semifinal sin haber convertido en tres de los cuatro partidos de mata-mata que había disputado (uno ante Nacional y los dos frente a Racing) y precisó de los penales y las manos de Chiquito Romero para acceder a esta instancia. La diferencia con la ida de las semifinales es que en los primeros 45 minutos generó más de lo que había hecho -casi sin exagerar- en todo el torneo.
La primera ocasión de gol fue para Edinson Cavani, con un zurdazo que tomó mordido tras un centro de Barco desde la izquierda. La última de esa primera etapa también fue también del uruguayo con un cabezazo que se fue apenas al lado del palo y provocó una avalancha espectacular en la primera bandeja. En el medio, hubo dos de Merentiel: una en offside (muy finito), y la otra con un derechazo cruzado que le tapó Weverton. Además, Medina y Barco desviaron sus remates por arriba del travesaño desde posiciones favorables para acertarle al arco y existieron por lo menos otras tres o cuatro aproximaciones que se diluyeron porque faltó el último toque o porque se tomó una decisión incorrecta.
Boca jugó decididamente bien en el primer tiempo con un 4-4-2 en el que Barco y Cavani se reparten la conducción del equipo. Los Fernández, Pol y Equi, se reparten el medio y Rojo comanda a la defensa. En ese esquema el que se sacrifica es Medina, muy aislado como ocho.
Palmeiras, en tanto, salió a aguantar el partido. A enfriar todo lo que pudiera el fervor de un estadio repleto que rugía ante cada avance local y a demorar cada tiro libre. A dormir la pelota entre su línea de cinco defensores y buscar las diagonales de Rony y Arthur, dos delanteros rápidos que no les daban referencia a Figal y Rojo.
Mostró poco el equipo brasileño. Su entrenador, el portugués Abel Ferreira, no vino a trabajar a Sudamérica para entrar en esa polémica que dirime cuál fútbol es mejor si el «de allá» o el de «acá». No regala nada, es pragmático, y sin brillo ya embolsó dos Libertadores (2020 y 2021). Va por la tercera con una fórmula repetida: solidez en el arco, en Gustavo Gómez y en sacar máximo rédito en las oportunidades que genera. En San Pablo, asumirá el protagonismo y se invertirán los roles.
Pero al fútbol se gana marcando goles. Y Boca parece tener el arco cerrado. Pudo gritar en el segundo tiempo por un zurdazo de Barco que Weverton dejó vivo en el área chica y Cavani no llegó a empujar. Después, Almirón metió mano al banco y la imagen de Boca se desdibujó.
A la inexplicable salida de Barco (en su lugar ingresó Lucas Janson) se le sumó la entrada de Jorman Campuzano, un jugador ordenado tácticamente y con mucha marca, pero sin pase en profundidad ni peso en ataque. Y Boca lo que necesitaba era un gol. Entró Benedetto y sobre el final el Changuito Zeballos. Pero el esfuerzo ya se había hecho. Y la pelota no entró. Palmeiras hizo su negocio y ahora Boca deberá afrontar el Superclásico sin piernas, con el estrés de la Copa y con la necesidad de ir a buscar la clasificación a San Pablo. Será un error jugar a llevar la serie a los penales, como hizo Boca en el Cilindro de Avellaneda. Porque como dice la canción «para ser campeón hoy hay que ganar».
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