La última vez que se vieron fue tras el atentado a la vicepresidenta, ni siquiera la mención del hecho por parte del mandatario logró una sonrisa o gesto de ella hacia el Presidente.
Ni siquiera en el momento en que Alberto Fernández tomó de lleno el manual del perfecto kirchnerista y apuntó hacia afuera achacando responsabilidades a la Corte Suprema de la Nación por la situación de Santa Fe, en la que el Ejecutivo tiene un rol fundamental, Cristina Kirchner le regaló un aplauso o un gesto cordial.
El discurso prácticamente llegaba a su fin después de casi dos horas de alocución y la mandataria no lo había mirado.
Tampoco lo hizo cuando Fernández se refirió a su situación judicial, en la que habló de “absurdo política” e “inhabilitación política”, pero no mencionó la palabra “proscripción”, que el kirchnerismo alienta y esperaba escuchar hoy. Fernández le apuntó con dureza a la Corte, al Poder Judicial y lo responsabilizó por diversas situaciones. En ningún momento Kirchner emanó un gesto, a lo sumo una caída de párpados. Casi en espejo quedaba con el presidente del máximo tribunal, Horacio Rosatti que tampoco movía ni un músculo de su rostro a pesar de qué Fernández lo miraba y parecía querer encontrar su mirada.
Desde el comienzo los cruces de miradas entre Fernández y Kirchner fueron casi nulos y con el correr de los minutos la frialdad trocó en lo que parecieron ser gestos de rechazo casi explícitos. Presidente y vice evitaban mirarse, pero hubo un gesto que pareció ilustrar la relación entre ambos: Cuando se sentaron la vicepresidenta rechazó que el mandatario le llene un vaso con agua mineral. Con su mano le hizo un gesto para que no lo haga y que beba tranquilo. Ella tenía su propia botella.
Apenas habían pasado unos minutos de la llegada de Fernández, que fue recibido fría y rápidamente por Kirchner en su llegada al Congreso para su discurso ante la Asamblea Legislativa, cuando el mandatario se refirió al atentado contra la vida de la vicepresidenta. Lo condenó y exigió justicia. La mención a lo sucedido la noche del 1 de septiembre no movió un músculo en la cara de la exmandataria y anticipó lo que vendría. Presidente y vice venían de seis meses sin verse personalmente y nueve sin mostrarse en un acto público.
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Fernández se refirió entonces a sí mismo como el “que está al lado de Cristina cuando es perseguida injustamente”, pero ni eso logró un gesto de Kirchner, que volvió a dejar al descubierto la mala relación entre ambos, que en lo que va del año solo chatearon dos veces vía Telegram.
La exmandataria prácticamente no solo no miró a Fernández en lo que fueron las siguientes dos horas, sino que tampoco aplaudió sus intervenciones que, en algunos casos, sí lo lograron por parte de los asistentes. La impavidez de la exmandataria se mantuvo inalterable. La gestualidad de distanciamiento entre ellos fue evidente en todo momento.
Cristina sonrió en algunas ocasiones: hacia quienes veía abajo y también arriba, nunca hacia el hombre que hace cuatro años eligió como su compañero de fórmula. Tampoco cuando aludió y elogió la nacionalización de YPF, cuando ella era mandataria.
De pantalón y camisa rosada, Cristina se mostró incómoda en el Senado desde su llegada hasta el arribo de Fernández. Al saludo le siguió una foto en la que quedó junto a él y con su brazo envolvió, hacia el lado contrario al que estaba Fernández, a la legisladora Cecilia Moreau, actual titular de la Cámara Baja y de buena sintonía con ella y su hijo Máximo Kirchner, ausente en el recinto en otra muestra del descontento con el mandatario, acentuado por su falta de definición respecto de las próximas elecciones presidenciales.
En Moreau también se apoyó Kirchner a la hora de evitar acercarse a Fernández durante la firma del libro, en la antesala de la presentación. Le regaló gestos cariñosos a su par de la Cámara Baja en contraposición a la distancia con el mandatario.
Con el rosario de oro que usa desde marzo del año pasado colgando de su cuello, la vicepresidenta tomó su abanico al tono por momentos, se acomodó su pelo por otros y suspiró en más de una oportunidad. Mantuvo sus manos cruzadas o apoyadas una sobre con otra, los dedos golpeándose sutilmente por momentos.
Cuando pasan más de 70 minutos del discurso miró la hora y golpeó con sus uñas sobre el atril. Fernández hablaba de salud mental y las cámaras tomaban a una sonriente Carla Vizzotti que se contraponía al rostro de la exmandataria.
En la última Asamblea Legislativa del mandato de Fernández, los aplausos y sonrisas Kirchner los dejó para un excombatiente de Malvinas; una joven madre soltera que pudo tener su casa propia; las decanas de dos universidades nacionales, para algunos compañeros que la saludaban desde algún lateral. No dejó nada para Fernández.
En medio de un nuevo capítulo de la feroz interna oficialista, Fernández y Kirchner volvieron a dejar en claro que la relación entre ambos está quebrada. El de hoy fue el primer encuentro entre ambos después de seis meses de la última vez que lo hicieron en privado y nueve en público. La primera fue tras el atentado a Kirchner, en septiembre pasado, cuando al día siguiente del episodio el presidente la visitó en su departamento de Recoleta. La anterior, en el acto por los 100 años de YPF, en junio pasado. Fue la vez que Kirchner le pidió que “use la lapicera”.
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