Opinión

AnálisisAlberto logró enojar a Biden y a Cristina

Por Joaquín Morales Solá

Nadie sabe si el Gobierno logrará recomponer las relaciones con la administración de Joe Biden en el escaso tiempo (apenas poco más de un mes) que queda para que el país zafe de un default histórico con los organismos multilaterales.

Imagina tiempos mejores para fines de marzo o principios de abril. El funcionario de Alberto Fernández supone un país que ya habrá acordado con el Fondo Monetario, habrá restaurado sus reservas de dólares y habrá reinstalado una cierta sensación de seguridad en la sociedad argentina. Muy bien. Pero ¿y si no hubiera acuerdo? El hombre desliza una mirada indudable, casi dramática: “Acuerdo o muerte”, dice, seco. ¿Muerte política o muerte de la economía? “Las dos”, agrega, también escueto. Nadie sabe si el gobierno de Alberto Fernández logrará recomponer las relaciones con la administración de Joe Biden en el escaso tiempo (apenas poco más de un mes) que queda para que el país zafe de un default histórico con los organismos multilaterales. Estados Unidos es un país clave para el acuerdo o el desacuerdo con el Fondo Monetario. La relación venía bien hasta el anuncio del principio de acuerdo (que no es un acuerdo definitivo), pero se arruinó con las empalagosas palabras del presidente argentino ante los autoritarios gobernantes de Rusia y de China. “No necesitamos de informes reservados para saber qué dijo y cómo lo dijo. Basta ver las filmaciones que difundieron las televisiones de Rusia y de China para constatar la deslealtad o, en última instancia, la línea fundamental de la política exterior argentina”, subraya desde Washington un diplomático del Departamento de Estado.

El problema no consiste solo en que el Presidente haya encontrado en Vladimir Putin, que tiene en vilo a Occidente con sus aprestos de guerra, a un líder digno de admiración; la peor parte fue que delante de él se refirió a Estados Unidos con palabras despectivas y ofensivas. Justo cuando el déspota ruso no cede su presión para romper la frontera de Ucrania. La tensa reunión de Putin con el presidente francés, Emmanuel Macron, y la defensa unánime de Ucrania por parte del resto de Europa son las pruebas de que la enorme crisis actual en el mundo no involucra solo a Washington y Moscú. Es Occidente contra un autócrata que amenaza la paz mundial. ¿Por qué se extraña, entonces, el presidente argentino ante el evidente malestar del gobierno norteamericano? ¿Por qué, si Alberto Fernández no dijo nada sobre la crisis de Ucrania delante de quien la está provocando?

El Presidente sabe que los periodistas no escribimos relatos de ficción. En todo caso, se hubiera enojado con el Departamento de Estados de los EE.UU. si es que quería enojarse con alguien

Menos mal que el Departamento de Estado eligió manifestar su enojo a través de una conversación off the record y no lo hizo on the record. Si un alto funcionario norteamericano hubiese protestado oficial y formalmente por las palabras y los actos del presidente argentino, este se encontraría realmente en problemas. Estaríamos ante una escalada de tensión entre los dos gobiernos difícil de suavizar. Atolondrado y ofuscado, el gobierno local (incluido el propio Presidente) corrió a desmentir y descalificar la noticia ciertamente veraz publicada por el periodista Jorge Liotti sobre el fastidio del gobierno de Biden con los gobernantes argentinos. Se quejó del método del off the record, que el periodismo usa en el mundo para conseguir información sin nombrar directamente a las personas que la dan. Pero se olvidó de que el kirchnerismo hizo del off the record un arte desde los tiempos de Néstor Kirchner. Siempre le gustó elegir a los medios que tenían acceso a la información, y discriminar a los que no debían tenerlo. La invención no existe en el periodismo. El Presidente sabe que los periodistas no escribimos relatos de ficción y que distinguimos la veracidad y el nivel de las fuentes off the record. Lo sabe. En todo caso, se hubiera enojado con el Departamento de Estado, si es que quería enojarse con alguien. Al final, todos en el Gobierno terminaron reconociendo el malhumor norteamericano y la necesidad de resolver el problema. El propio Presidente se ocupó ayer de seducir públicamente a Estados Unidos con un argumento reincidente y previsible: la culpa es de Macri. Lo nuevo, a pesar de todo, es que dijo que no dijo lo que dijo. Le guste o no, rectificó con su habitual estilo.

Mucho peor quedaron los funcionarios que habían trabajado como obsesivos orfebres de la relación con Washington en los últimos tiempos. Pueden sumarse a esa lista Santiago Cafiero (que le contó en Washington al secretario de Estado, Antony Blinken, un Alberto Fernández que nunca apareció); al embajador Jorge Argüello (que hace lo mismo con igual suerte); a Gustavo Beliz (que le pidió favores urgentes en el Fondo a su conocido Jake Sullivan, jefe del Consejo de Seguridad); a Juan Manzur, que frecuenta los salones washingtonianos en Estados Unidos y en Buenos Aires, y a Sergio Massa, que lo llevó a comer a su casa a Juan González, principal asesor de Biden para América Latina, y le pidió la ayuda del presidente norteamericano en el FMI.

Fuentes oficiales (perdón por el off the record) aseguraron que varios de esos funcionarios argentinos estaban más furiosos con Alberto Fernández que el propio Departamento de Estado. Cómo no: muchos de ellos quedaron desautorizados como interlocutores ante Estados Unidos después de los estragos presidenciales en Rusia y China. En medio de tantos conflictos estratégicos y geopolíticos, el gobierno de Washington se ofendió más por un gesto personal de Alberto Fernández que por otra cosa. ¿Por qué le agradeció de manera tan melosa a Putin por la provisión de la vacuna Sputnik, que el ruso cobró prolijamente, y nunca le agradeció a Biden la donación gratuita de millones de dosis de la vacuna Moderna en el momento en que Rusia había discontinuado los envíos de la Sputnik? Ese gesto es al que definen como deslealtad.

Cristina Kirchner está más enojada que Biden. Será candidata a senadora en 2023, según comentó entre intimísimos, cansada de callar y tolerar, explica. La vicepresidenta cree que Martín Guzmán debió alargar las negociaciones con el Fondo, como lo hizo, solo si conseguía más de lo que consiguió. Para ella fue muy poco; para varios analistas económicos fue mucho y malo. Ahora bien, ¿la postergación de las negociaciones fue culpa de Guzmán o fue un mandato de la diarquía gobernante para ganar las elecciones que perdió? La respuesta a esa pregunta es importante para saber por qué el Gobierno llegó a estas instancias sin combustible. Cristina es también muy crítica de la gestión de Cafiero en la Cancillería y sigue rumiando sus viejos rencores contra Vilma Ibarra, eficiente funcionaria que alguna vez la enfrentó, y contra Gustavo Beliz, quien vivió un virtual exilio después de una terminal colisión con Néstor Kirchner y sus servicios de inteligencia. Ella no conoce el perdón ni el olvido.

La actitud de los Kirchner, madre e hijo, será decisiva para la aprobación parlamentaria del eventual acuerdo con el Fondo. Si todo el oficialismo votara por ese azaroso acuerdo, este podría ser aprobado incluso con la abstención de Juntos por el Cambio. El rechazo del entendimiento no es una opción para los opositores: o votarán a favor o se abstendrán. La abstención opositora le permitiría al Gobierno la aprobación solo con los votos del Frente de Todos. Pero una abstención del cristinismo puro y duro dejaría al Gobierno demasiado solo, y al Fondo demasiado preocupado por la debilidad de los compromisos de Alberto Fernández.

El ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, les viene asegurando a los industriales que tendrán los insumos que necesitan para producir, siempre que los pagos con dólares se hagan a partir de abril o tengan un financiamiento propio de las exportaciones. Abril es el mes mágico. Nadie imagina un escenario de desacuerdo. Por ahora, no hay dólares para pagar nada; la consecuente parálisis industrial podría comprometer hasta las imprescindibles exportaciones. Sin exportaciones, los dólares no llegarán nunca. Las importaciones de bienes terminados solo serán posibles, anticipó Kulfas, en el segundo semestre, cuando supuestamente se hayan recompuesto las reservas de dólares. Mientras tanto, los argentinos deberán vivir con lo suyo, poco y caro, aunque ocurra el acuerdo o suceda la muerte.

 

Por Joaquín Morales Solá para La Nación

 

 

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