Por Carlos Saravia Day
Nada más exacto que las últimas palabras del Decreto del Presidente Hipólito Irigoyen al declarar la fiesta del día de la raza: “Es eminentemente justo consagrar la festividad del Día de la Raza en homenaje a España, progenitora de naciones a las cuales ha dado con la levadura de su sangre y la armonía de su lengua una herencia inmortal que debemos afirmar y mantener con jubiloso reconocimiento”.
En el mismo año del descubrimiento de América, Antonio de Nebrija daba a la luz la primera gramática. No faltaron historiadores, políticos y sociólogos que hasta hoy en día suelen exclamar: “Si nosotros descendiéramos de aquellos peregrinos puritanos del Myflower que fundaron Estados Unidos”. La historia contrafactica y la ucronia no están en la historia y solo habitan en la novela de ficción.
En aquella América cosmopolita, multiforme y heteróclita podía haber muchos cambios y muchas influencias en su aspecto racial y en el tono de su espíritu, pero será inmortal el verbo de Castilla.
Carlos V, un reconocido poliglota, se confesaba en latín prácticamente a diario con el Cardenal Jiménez de Cisneros en el Monasterio de Yuste, en la parda meseta Castellana. Un buen día se confesó en castellano y el confesor le preguntó el porqué de ello y respondió “El alemán se hizo para dar órdenes a los caballos, el inglés para hablar con los pájaros, el francés para hablar con las damas y el castellano para hablar con Dios”.
Las venideras generaciones han de conocer una guerra sin armas, solo de palabra: la lucha entre la lengua inglesa y la española.
El eco del sonoro verbo de Castilla será infinito.
El más grande poeta y más español de Salta lo anuncia en un verso cacofónico:
Queo queo, la lorada
Viene quien sabe de donde
Queo, queo, le responde
El eco de la quebrada
El triunfo de Nebrija en su gramática será multiplicado en infinidad de voces.
Agregue un Comentario