Por Carlos Saravia Day
Había una ley en Roma, y también en Grecia, que prohibió popularizar a los que sufrían un “juicio público” como también consideraron que no debían hablar en público ni ser aplaudido el que con anterioridad fuera juzgado por cohecho o malversación de caudales públicos.
San Agustín censura a los romanos que no amaban la fama y la gloria a través de la justicia, sino que vejaron la justicia en busca de la gloria. Hay muchos medios para obtener la reputación, pero son pocos los necios que suelen hacerlo por la tristeza y las lágrimas.
Hoy solo nos queda la memoria de Winston Churchill cuando con sinceridad les exigía a los ingleses “sudor y lágrimas”.
Nuestro futuro, está determinado, no solo por las leyes económicas, sino también por las leyes morales donde la ejemplaridad es siempre testimonio.
Viene a la memoria el vicepresidente de Marcelo de Alvear, Elpidio González, cuando rechazó la jubilación de privilegio y siguió siendo vendedor ambulante de anilinas.
Los tiempos han cambiado como testimonió con dolor el poeta español Ramón de Campoamor:
En tiempos de las bárbaras naciones
Colgaban en las cruces a los ladrones
Hoy en el tiempo de las luces
En el pecho del ladrón
Cuelgan las cruces
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