El 10 fue ovacionado por el propio público local en Lima.
“Meeeessi, Meeeeessi”, celebran los 43.000 hinchas que convierten el estadio Nacional en una caldera. Se acaba el primer tiempo y, luego de los reproches propios, la rendición. Aplausos, como en un teatro. Así fue; una nueva función. El campeón del mundo es un grupo de amigos. Los amigos de Messi. En la versión más humana y futbolera, que excede el detrás de escena: sobre el campo de juego, entretienen a todos, propios y extraños.
Juegan, se divierten. Seriamente. No sobran la jugada. ¿Son superiores, de principio a fin, sin motivo alguno de discusión? Lo demuestran, paso a paso. La Argentina es un equipo de autor, con el crack que desmiente el paso del tiempo, los días sin actividad y el maleficio de un grupo de chamanes. A veces, parece el crack de Barcelona, el de los 25 años. Juega con la 10, juega para un 10.
O para varios. La noche limeña se incorporará a la fiesta de ese número: fue otra noche del 10. Con el doblete en el Nacional y 31 tantos totales, el rosarino superará a su amigo uruguayo Luis Suárez como máximo anotador histórico de las eliminatorias sudamericanas. Y eliminará dos pendientes: hacer un gol en suelo peruano y vulnerar al arquero Pedro Gallese. Más “deudas” saldadas en una carrera a la que no le falta nada. Desde hace diez meses.
Pero no está solo; es una maravillosa noticia. Ya no está solo, como sí ocurrió en buena parte de su traumático recorrido en celeste y blanco. Lo respalda un equipo que convierte los partidos en un festín. El triunfo por 2 a 0 frente a Perú (un pobre adversario), en Lima, es una muestra irrefutable: la Argentina cree que puede jugar mejor que en Qatar. Y está haciéndolo. Retazos de un muy buen equipo. Que se siente seguro de sí mismo. Y cuando se confunde, vuelve a su eje rápidamente.
La mejor muestra de su fórmula es el primer gol, cuando el seleccionado no estaba fino, cuando Cuti Romero sostenía la estructura y un bombazo de Paolo Guerrero había soplado el travesaño de un adelantado Dibu Martínez. Era un espectáculo chato, trabado, apenas con un tiro libre del número 10 fácilmente resuelto por el arquero, que provocó éxtasis; se lo gritó como si fuera gol. El 1-0, entonces, esos 20 segundos, son intensidad y belleza. Un contraataque, entre tantos. Un anticipo de Nicolás Tagliafico, un toque de Julián Alvarez, un pase de primera de Leo hacia la izquierda. La conducción de Enzo Fernández. Nicolás González hacia al fondo, pase atrás y… el arribo de Leo. Sin control previo, zurdazo alto.
El 2-0, un disparo seco, contra un palo por parte de un Messi juvenil, tuvo también el apoyo moral de González y un amague de Julián. Ese amague fue de crack, como un pase-gol de un 10 de otro tiempo. “¡Fuera Reynoso!”, se enojó la gente contra el entrenador, cuando Lucas Martínez Quarta ingresó por el lesionado Gonzalo Montiel. Cambian los nombres (no está Nahuel Molina, no está Ángel Di María, Lautaro Martínez se sienta en el banco y, de pronto, Germán Pezzella por Cristian Romero, lesionado) y la melodía es la misma.
Es el equipo de Messi, con el crack como director de orquesta. Los que tocan son los otros. Enzo, Alexis Mac Allister, Julián, Nico: la selección es una garantía de confiabilidad. Las joyas son de Leo, un Leo que tiene la misma convicción competitiva de aquel pibe de 13 años y sueños de grandeza que alguna vez aterrizó en Barcelona. Al fútbol lo aporta el resto. Toque, sorpresa, convicción. Y algo que pocos tienen en cuenta: no hay suplentes. Todos los que entran, los que se quedan en el banco y los que esperan su oportunidad detrás de escena, en Europa, juegan en el mismo nivel. El nivel de un campeón del mundo.
Perdido por perdido, Reynoso hace cuatro cambios en el inicio del segundo capítulo. Un golpe sobre la mesa. Perú muestra los dientes a la Argentina, pero resulta un espejismo. El tercero de Leo es anulado por un off-side de VAR. González y Fernández rodean a Messi (uno, casi a su lado; el otro, en la frontera izquierda) como si fueran el custodio personal que el zurdo tiene en Inter Miami. Lo cuidan, lo protegen y cuando ven el hueco, lo lanzan al vacío. El resto está en sus destellos. Camina, trota y tira magia. Y así, una y otra veces.
Puede ser sido goleada. La Argentina se pierde el tercero en al menos tres ocasiones claras. No lo necesita; ocurrió lo mismo contra Paraguay, en el Monumental. No le hace falta. Tampoco se excede, tira lujos ni incomoda a su adversario ocasional. Los excesos contra Países Bajos parecen de otro tiempo. Tiene un comportamiento propio de su jerarquía.
Entre tanto pesimismo reinante, en un país agobiado por la realidad, la selección es una luz en una desoladora oscuridad. Disfrutarla hasta la 1 de la madrugada resulta la mejor elección. Se trata del mejor candidato para mostrarle al mundo.
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